Farol sin aceite Elsa Janá
Los rizos rubiones al viento… Cubriéndose la cabeza
con un pañuelo, Estela logró frenar esa orgía de cabellos salvajes. Los ojos marrones más saltones que nunca, se
encandilaban con un más allá de dónde. También agitados, las velas y el río. Martín,
al mando del timón, no quitaba la mirada de esa nuca rubia tantas veces
adormecida en su pecho. Ahí, en el río, Estela y Martín, apenas puntitos
mecidos en oleaje. Fraguaban un futuro en común con más sueños que realidades.
El vencimiento les caía encima como una brújula desbocada, que empezaba a
sacudirlos con muy pocos pagares y alguna promesa de corto alcance.
Bajaron del velero; lo remontaron a tierra. Matearon
viendo al río tragarse los últimos resplandores. Y había anochecido bastante
cuando el auto rumbeaba hacia la Libertador. Estela comentaba el cansancio y
que al día siguiente tendrían los resultados. Martín prometía acompañarla. Poco
después, entraban en un remolino. Giraban y giraban asidos de la mano, en un
mismo punto sin retorno. Estela se hundía y gritaba entre burbujas. La
oscuridad de las aguas se tragaba el cuerpo de su amada, y Martín estaba
acalambrado, tratando de zafar de esa impotencia acorralante. La transpiración
había humedecido las sábanas. Estela cambió de posición, suspiró y se durmieron
cuerpo a cuerpo y piel en piel.
Los resultados y cáncer. Análisis, estudios y
cáncer. Ecos de pasillos, cirugías y cáncer. La quimio y ninguna
irreversibilidad.
Martín al timón y el velero en tierra. Cuál el sentido de un reflote sin rizos al
viento. La mirada imantada en aquel más allá de dónde, y el río, devolviéndole
ojos marrones de nostalgia. Gris río y gris cielo, agosto en atardecer
dominguero. La luna se acostó en la confusión de grises sin más allás. Ya en
cabina, Martín encendió el farol de noche. Tomó el bitácora y escribió “Estela
de un amor de más acá sin dóndes”. Y releyó hasta que se consumió el aceite del
farol.
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