Los Otros Andrea Zurlo
Yo-Yo
Ma, enfundado en su traje protector blanco con máscara, atravesó con gesto
rutinario el alambrado electrificado de seguridad para comenzar un nuevo día de
trabajo. Un largo suspiró le empañó el cristal de la máscara, mientras esperaba
a que se abriera el portón blindado de acero resplandeciente y que la luz roja de
alarma de la frontera dejara de parpadear. El panorama ante sus ojos hubiera
sido aterrador para cualquiera pero, después de muchos años de servicio, su
estómago y su espíritu se habían fortalecido y ya no sentía ni repugnancia, ni
dolor, ni nausea, ni pena, ni culpa. Por alguna razón, tal vez como método de
autoprotección, su mente siempre prefería divagar por el pasado obviando la
realidad que lo rodeaba. A menudo, pensaba en la buena suerte del señor Shao,
su hermano mayor, que vivía en un piso lujoso, del otro lado de la ciudad, con
su vida limpia, aséptica y perfecta…¡Por pocos minutos de diferencia! Sí,
porque Yo-yo Ma y el señor Shao eran mellizos, pero el señor Shao asomó su
cabeza al mundo cinco minutos antes que Yo-yo Ma, decretando su destino. El
Gran Nuevo Imperio Chino no admitía más que un hijo. Con cinco mil millones de
habitantes no había lugar para más. La ley era clara: en caso de mellizos, si
los padres no decidían desembarazarse del segundo niño (un modo burocrático de
decir asesinar), éste estaba condenado, desde su nacimiento, a ejercer las
labores más humildes, era retirado de su familia y tratado como un paria
social, sin derecho a existir; si bien la ley, de manera objetiva y correcta,
lo definía, sencillamente, "un Exceso", pero un exceso orgulloso de
servir al Gran Imperio. Ahora bien, si miraba a su alrededor, debía
considerarse un privilegiado, después de todo él vivía en el Gran Imperio, el
único lugar habitable en todo el planeta. Sí, existían los respiradores
artificiales, las lluvias verdes, el calor insoportable, el cielo gris…., pero
él no había conocido lo que existía antes del Gran Imperio Chino, por lo que
era un mundo perfecto así como era, ya que él ignoraba casi totalmente el
pasado, porque es sabido que conocer el pasado no ayuda a construir el futuro.
Era su abuelo el que le había hablado de los Europeos y de los norteamericanos.
Su abuelo, Shao Ma, llegaba con su paso anciano a visitarlo al Albergue de
Excesos donde creció. Era un anciano gentil que conservaba una cierta aversión
hacia la modernidad y una pasión secreta por el pasado y la historia. Shao Ma
no aceptaba las leyes del Gran Imperio, no aceptaba la falta de humanidad
implícita en borrar a los niños como si fueran números, o confinarlos de por
vida en el área W, de donde nunca saldrían, como su nieto. Lo único que pudo
hacer su abuelo por Yo-yo Ma fue regalarle la memoria del pasado. Se sentaban
en la pequeña sala de visitas y le narraba historias de tiempos lejanos que
Yo-yo Ma escucha deleitado. Por su abuelo supo que los chinos emigraron durante
años a Europa y América con la esperanza de enriquecerse, buscando una vida
mejor. Se establecieron creando barrios chinos y conservando fielmente sus
tradiciones y cultura, dando ejemplo de laboriosidad, sin contaminarse de las
malas costumbres de los pueblos con los que tenían contacto.
Los
europeos eran un pueblo culto y rico, fueron conquistadores, colonizadores,
impusieron su ley e hicieron guerras.Los norteamericanos también eran ricos,
innovadores, exportaban su forma de gobierno, denominada democracia, y siempre
controlaban el buen comportamiento de los demás habitantes del planeta, a fin
de conservar la paz. Para estas personas, denominadas "occidentales",
el mundo era felizmente seguro, como un balcón tranquilo desde donde observar
un desfile, hasta que sucedió el Gran Debacle: dominados por el poder de las
famosas y temidas Lobies, los gobernantes transfirieron todos sus bienes de producción
al Gran Imperio Chino , premiando los méritos demostrados por este último, y
los "occidentales" comenzaron su rápida carrera cuesta abajo.
Mientras tanto, aquello que fuera la República Popular China se convirtió en el
Gran Imperio Chino y, con una política de expansión sin precedentes,
conquistaron las tierras a este, oeste, norte y sur de sus fronteras,
impusieron su religión, sus leyes y su tiranía, el único modo de dar paz a un
pueblo. "¡Para qué le sirve a uno saber que existieron los europeos! Para
nada", meditaba Yo-yo Ma al tiempo que preparaba su equipo de trabajo.
¿Para qué les sirvieron a los europeos sus tan mentadas luchas sociales y sus
derechos humanos, si fueron cancelados en un plif plaf? Era obvio que los
europeos sufrían de alguna forma de autolesionismo que provocó su triste fin.
Los norteamericanos, en cambio, reaccionaron e intentaron protegerse a su
manera: se rodearon de muros y de escudos espaciales para defenderse, pero no
consiguieron evitar la conquista económica, que, después de todo, es la única
que cuenta. Además ya quedó ampliamente demostrado que los muros y las murallas
no sirven para mucho. Por ejemplo, el Imperio había reforzado la Gran Muralla
occidental con todos los medios de destrucción más letales; sin embargo, los
pordioseros, los Otros, como los denominaba burocráticamente la ley del
Imperio, seguían llegando y muriendo en las puertas del Edén. Yo-yo Ma miró a
su alrededor antes de accionar el láser desintegrador."Europeos", se
dijo observando los cuerpos que se apilaban sobre el suelo hi-tech de aluminio.
Los conocía bien. Llegaban de a millares para morir allí, en la cámara de gas
que rodeaba la frontera con Europa, desde los Urales hasta ese lago viscoso y
verdoso, denominado con gran pompa "Mar Mediterráneo".Un dejo de
lejana e impersonal compasión velaba el ánimo de Yo-yo Ma cuando recordaba las
historias de su abuelo, pero su espíritu se había endurecido de mucho
desintegrar cadáveres occidentales amontonados en pilas desesperadas y, después
de todo, eran solamente "los Otros", esos que no somos nosotros. Era
su trabajo. De repente, un murmullo lo distrajo. Procedía desde bajo algunos
cuerpos. Yo-yo Ma estaba seguro de que eran de esos que clasificaban como
alemanes, o algo así. Utilizando un lanza apartó los cuerpos. Una joven de
largos cabellos rubios y ojos increíblemente azules lo observaba aterrorizada y
murmuraba palabras ininteligibles. Yo-yo Ma permaneció unos instantes
encantado, mirando esos ojos azules, tan azules como decían que alguna vez lo
había sido el cielo, y ese cabello dorado que ninguna mujer china podía permitirse
sin parecer ridícula. Era hermosa, diferente y muy joven. Habría querido
decirle que escapara, pero, ¿dónde?, ¿dónde podría esconderla? Le estaba
prohibido tener una mujer. Un Exceso no podía copular ni reproducirse, y muchos
menos con una inmigrante clandestina. Hubiera querido preguntarse si era justo,
si su abuelo Shao Ma estaba en lo cierto, también los chinos habían emigrado…¿entonces?
Prefirió no hacerse más preguntas. Como es bien sabido, el Gran Imperio Chino
no perdona la traición. Yo-yo Ma cerró los ojos y apretó el gatillo del láser.
No se volvió a mirar, sólo se reconfortó pensando que había sido indoloro. ■
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