Los indispensables Celia Elena Martínez
Se
acostaban, leían un rato, se saludaban con un breve beso, Andrea apoyaba en la
mesa de noche, lo que ella llamaba sus
“indispensables”, también los remedios de la mañana y apagaba el velador.
Por
la mañana, cuando sonaba el despertador se levantaba, tomaba sus remedios y los
imprescindibles, herramienta que dejaba,
en la mesita de luz sin la que según ella no podría vivir.
Andaba
ligerito hacia la cocina, donde con premura preparaba el desayuno para Raúl.
quien siempre bebía a los apurones un café y se iba comiendo la tostada, mientras salía a la calle.
Andrea
alzaba de la puerta el diario, volvía a tomar su inevitable casi juguete de la
mesada y sentada saboreaba su colación, mientras leía el periódico.
Subía
hasta el dormitorio, se desvestía, quitándose con cuidado a sus
“indispensables”, se duchaba y vestía y volvía a colocárselos.
Durante
la mañana, hacía la limpieza, y luego salía hacia el Supermercado. Antes de
salir pulía con extremo cuidado su casi joya de confort, por lo menos para ella. Ya era obsesivo.
Cercana
a la hora que llegaba Raúl, Andrea, comenzaba a cocinar para la comida de la noche.
En un brusco movimiento a Andrea se le cayeron al piso, sus preciados y
minúsculos instrumentos que tanto necesitaba. De pronto entró Raúl en la cocina
mientras Andrea agachada buscaba con ansiedad.
Fue
en ese momento que se oyó el “crash”. El grito de ella .
¿Y
ahora, qué hago?
Bajo
los pies de él, hecho trizas estaba yo: los anteojos de Andrea.
Ella
aullaba.
¡No
veo, no veo, no veo nada!
¡Andate,
andate de aquí!
¡No
te quiero ver!
Raúl
rió con una fuerte carcajada.
Si
acabás de decir que no ves.
Mientras
tanto yo yacía aplastado en el piso.
¡A
mí, no me veía nadie.!
A
la mañana siguiente Andrea lucía unas nuevas y preciosas lentes, yo estaba en
el tacho de basura.
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