Entre neblinas Celmiro Koryto
…Estoy perdida. Salí y olvidé llevarme una tarjeta del hotel. Londres es inmensa y su construcción análoga. Tengo 40 años pero ni una mínima memoria fotográfica. Mi trauma es la desorientación y un sudor frío recorre mi cuerpo cuando ni siquiera recuerdo el nombre del hotel donde me alojo; y el flojo inglés que hablo nerviosa parece chino y no recibe -fuera de una piadosa sonrisa- un silencio comprometido que se hace huída.
Ese pavor de no saber donde estoy ni adónde ir, me engulle y digiere porque sé que uno sueño con realidad. Sé que estoy en tierra de lluvias y neblinas pero mi oscuridad interior es impenetrable porque olvido donde está el Norte o el Sur y puedo dar vueltas interminables a una manzana sin darme cuenta.
Llamé a mi esposo desde un teléfono público y le dije entre las calles que me encontraba y después de unos minutos de buscar en el callejero, me hizo ir a la estación de metro cercana diciéndome donde hacer la combinación para llegar a Marble Arch y de ahí al hotel que estaba a unas cuadras y era el Excélsior.
Esta vez tuve suerte y cansadísima tiré a un lado las compras y me fui a dormir luego de tomar un refrigerio.
Traspiraba a gota gorda… Subí a un ascensor en "Harrods" para comprarme ropa interior. En el segundo quedé sola y al marcar el tercero, la caja metálica comenzó a avanzar en sentido horizontal, me sentí desesperada, perdida en un laberinto… De pronto, el ascensor se detuvo y al abrirse vi una estación de metro desconocida y desierta: eso lo comprobé al sacar medio cuerpo. Helada de miedo apreté el cuarto piso y el ascensor comenzó a desplazarse horizontalmente en el sentido contrario, después de unos minutos se detuvo y nuevamente se abrieron las puertas y -ahí sí que casi caigo desmayada- debajo mío y a una altura que no supe captar el mar se extendía hasta el horizonte y yo no sé nadar. Mientras apretaba el quinto piso me puse a llorar de miedo y de rabia. El ascensor avanzaba por una ciudad extraña como un vehículo marciano en un año inexistente.
Esta vez el elevador comenzó a bajar a una velocidad asombrosa y mi estómago se escogió con sensación de vacío y con el cuerpo casi pegado al piso. Mis manos en cruz se afirmaron en las paredes laterales y se acalambraron por la presión que ejercía en ellas y pensaba cómo me iba a estrellar abajo.
Así como cobró velocidad, súbitamente se detuvo y al abrirse las puertas , con mirada cautelosa, vi la galería de una mina de carbón abandonada con un gran foso y en él, esqueletos de antiguos mineros y entonces me sentí condenada a la vieja soledad de Kierkegaard. Oprimí la planta baja y el ascensor nuevamente se movió pero esta vez, se volvió loco, subía y bajaba y se dirigía a derecha o izquierda a veces lentamente y otras a una velocidad que me hizo recordar el elevador del Empire State o cuando visité Epcot y subí a un juego de vuelo planetario. Los nervios y la secreción que me cubrían lograron despertarme mientras oía intermitentes gritos de terror salidos de mi boca.
Definitivamente desaliñada e histérica llamé nuevamente a mi marido para contarle mis pesares.
Me dijo que no me moviese del hotel que en unas horas mandaría alguien a buscarme y que me traerían de regreso.
Pensé que solo lo dijo para tranquilizarme aunque seis horas después, llegué a mi casa dentro de una caja con el rótulo FRAGIL y URGENTE, sin un rasguño, mientras escuchaba al empleado de UPS decirle a mi esposo: firme aquí por favor, ya están bajando las cajas
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