La carrera y el
corredor
Hernán Garay
La carrera estaba
iniciándose, el lugar de la partida ahora estaba solitario, sólo allí, el Monumento al Soldado de Infantería, punto
de partida de renovados sueños veía como los corredores se alejaban por la
ancha avenida hacía el campo.
La columna ya comenzaba a
alargarse. La distancia, los obstáculos, los fuertes desniveles del terreno y
por sobre todas las cosas, la personalidad de los corredores, harían que esa,
ahora apretada columna de atletas, se alargue y
disminuya con el paso del tiempo y los kilómetros.
El corredor con su experto
ojo, podía observar a aquellos que por distintas razones, aceleraban y se
desprendían de la columna. Sabía que pronto perderían sus fuerzas y no ofrecerían
ninguna resistencia.
El plan de carrera que había seleccionado le
producía algo de ansiedad, ya que para guardar energías para el final, debía
dejar pasar a todos. Estar entre los últimos nunca le agradaba.
Los primeros dejaron la
avenida y doblaron hacia el campo encarando la recta hacia el primer obstáculo.
Sereno y guardando todas sus
fuerzas, pasó a algunos, que a poco de iniciar ya estaban casi caminando. Veía
como más adelante ya estaban cruzando el primer obstáculo.
Cuando se aproximaba al foso con agua, sabía
que sólo debía saltarlo, sin detenerse.
Midió los pasos y se largó a
cruzarlo, se apoyó sobre el pie derecho y saltó. Limpiamente alcanzó el otro
lado y así evitó embarrarse. En el instante que saltaba otro competidor cayó en
el agua, el corredor sólo pensó que ya había un competidor menos.
El sol y el calor comenzaban
a hacerse presentes, sin alterar su paso continuó su avance, sabía que empezaba
un tramo difícil, ya que al no estar desgastado la mente le indicaría acelerar.
Distinguió más adelante uno
de los tantos equipos que se organizaron para correr, estaba orgulloso de no haber aceptado ninguna
invitación de las tantas que le hicieron para integrar uno. Para él, los equipos eran un invento de los débiles
para beneficiarse con la potencia de los más fuertes y como ahora nadie se
anima a decir que no, los más veloces aceptaban perder sus capacidades en
beneficio de otros.
Alcanzó a uno de los
equipos, más fuertes era el “32 al pecho”, estaban parados tratando de
arreglarle el calzado de uno de ellos que se le había destrozado. Los pasó sin
mirarlos.
Esa situación le confirmó su
pensamiento sobre la inutilidad de los equipos y su vez le aseguró una vez más
que iba a ganar la carrera, esta era su carrera.
Los obstáculos y los
kilómetros fueron desgastando a todos.
El corredor trataba de saber
que lejos de él estaban los dos equipos más fuertes, “los bayonetas” y los “7,62” .
Al llegar a una de las
tantas alturas vio más adelante a los “7,62” , iban en columna relevándose en la punta
de la fila a cada rato.
Por un momento abandonó su
plan de carrera y aceleró, les hizo la “aproximación silenciosa”, se acercó a
ellos sin hacer ruido y sorpresivamente los pasó acelerando. Con placer escuchó
los gritos de sorpresa y le pareció que se estaban peleando. Se concentró nuevamente.
Estaba pasando la mitad del recorrido. Un dolor apareció en su pierna derecha,
trató de ignorarlo.
A lo lejos divisó la pared
de rejas, allí comenzaría el mayor esfuerzo.
Había descubierto que desde
lo alto de esa reja se podía observar,
el tramo hasta la última altura, allí podría ubicar a los competidores
que estaban delante de él, especialmente a “los bayoneta”.
Tenía la seguridad de que
quien llegara primero a la última altura ganaba la carrera, porque después
quedaba una suave bajada que daría un descanso y luego una recta de un poco más
de un kilometro, que allí había que
poner el corazón, allí no había espacio para ningún plan.
Pasó a algunos y llegó a la
reja, se detuvo un momento y con gran asombro vio que uno de los bayonetas
había pasado la última pared y corría hacia la altura.
Abandonó todo plan y
aceleró, alcanzó al resto de “los bayonetas” en la última pared, estaban
ayudando a un “gordito” a subir. Pobres pensó.
Pasó el obstáculo y aceleró
entregando todas sus fuerzas, allí se ganaba la carrera. Lo alcanzó unos metros
antes de la cima, cuando lo pasó vio que se reía.
Pensó: - Que débil, estar
contento de que lo pasen.
Llegó a la altura, pudo
percibir a lo lejos las tribunas y la
llegada, le pareció oír el grito de los espectadores
Terminó la bajada y encaró
la recta final. Corría haciendo un movimiento casi automático, ya no tenía
fuerzas, pero faltaba muy poco.
Un bramido de la tribuna lo
alertó….. Miró hacia atrás y vio venir a gran velocidad al “gordito” de “los bayonetas”, intentó
acelerar pero no pudo ya había entregado todo. Unos metros más adelante “el
gordito” lo pasó sin mirarlo.
A la transpiración y el sol
de frente se le sumaron las lágrimas, su carrera se le escapaba, un instante
después a quien había pasado en la altura y se reía lo pasaba a gran velocidad
Comprendió que estaban
trabajando en equipo, uno se había desprendido para obligarlo a hacer un gran
esfuerzo mientras, los otros no ayudaban al “gordito” sino que le ahorraban
esfuerzos para el tramo final.
Luchaba por llegar y
nuevamente el rugido de la tribuna lo alertó, giró su cabeza y no pudo creer lo
que veía. El corredor que había perdido su calzado avanzaba descalzo y con los
pies sangrantes, supo que por lo que faltaba no lo iba a poder pasar.
De algún lugar del corazón
salió una orden para la única parte del su cerebro que todavía funcionaba, que
deje pasar sin que nadie lo note a ese corredor, que estaba haciendo un
terrible esfuerzo.
El sangrante corredor lo
pasó unos metros antes de la llegada, la tribuna explotó y se abalanzó sobre el
sacrificado atleta.
Cuando el corredor llegó
sólo lo advirtió el cronometrista. Corrió unos metros más y se dirigió a su
alojamiento. A lo lejos escuchó la ceremonia de premiación.
En el comedor el héroe fue
el de los pies ensangrentados, que ahora se movía en una silla de ruedas.
Permitieron a todos los
participantes acostarse sin participar en la formación de la noche.
El corredor se acostó y no
podía conciliar su sueño, un rato después el silencio cubrió todo el
alojamiento. El sueño no le daba la paz que necesitaba.
Un ruido extraño le llamó la
atención, por la ventana vio pasar a alguien en una silla de ruedas, los golpes
en distintos lugares de las puertas y de los armarios le indicaron que estaba
entrando en la pieza. Se hizo el dormido.
El de la silla de ruedas le
dijo:
-Estoy seguro que estas
despierto, sólo te digo muchas gracias, nadie lo notó pero yo si.
Dicho esto se retiró.
El corredor cerró sus ojos y
una sensación de paz lo cubrió.
La respuesta que tanto
tiempo había buscado y que al no hallarla, ocultaba su búsqueda en dureza y
aislacionismo. La había encontrado en los últimos metros de la carrera-
En los metros en que se
corría con el corazón.
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