Juana
Rosa Schuster
Y
te he observado, mujer. Siempre a estas horas. Cuando las sombras de tu cuerpo
parecen proyectarse sobre una pared.
Las
lágrimas se deslizan dispersas, rápidas y golpean el piso de tablas marrones
con tus largos suspiros. No llores Isabel. A veces las cigüeñas se pierden a
causa de la bruma, o no saben abrir las cartas con el pico. ¿sabes tú cuánto
trabajo tienen?.
Debes
tener paciencia y alimentarte bien. Ya te veo yo mismo cuando te sientas a la
mesa. Apenas pruebas bocado. Así te debilitas y pierdes energías.
Sé
que las mujeres de la aldea murmuran cuando vamos al mercado los sábados. Me
doy cuenta cómo te miran. Tú tapas el vientre con la canasta. También hablan de
ti al lavar las ropas en el Duero.
No
llores, Isabel. Escucha el sonido de la campanilla de la yegua mansa desde el
establo. Su tintineo arrulla al oído. Pronto nacerá el potrillo. Tú serás una
madre como ella.
Tiempo
al tiempo, Isabel. Me ayudarás cuando le llegue el momento. Verás aparecer las
patas traseras primero. Tú le acariciarás la panza. Y habrá dos nacimientos
para celebrar.
Ven,
siéntate junto al fuego. Mira la luna de Lorca. “Por el cielo va la luna con un
niño de la mano”. (canta).
A
la ermita irás tú con un pequeño en los brazos, que tendrá mis ojos y tu nariz.
Y
el niño será un alfarero de luces en su forma tenue de ser chiquito e
indefenso.
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