miércoles, 26 de diciembre de 2012

CARLOS MARGIOTTA



OBJETOS PERDIDOS  

El regreso a la casa fue lento y trabado por la cantidad de vehículos que transitaban a esa hora por la ciudad. El colectivo donde viajaba se detuvo varias veces y en una ocasión desvió su recorrido para recuperar el tiempo perdido. Las calles miradas  desde arriba parecían un serpentario retorciéndose en el calor de diciembre.
Francisco viajaba parado sujetándose de un pasamano que colgaba del techo sin poder ocultar la mancha de sudor que se derramaba sobre las axilas de la camisa. Estaba cansado, con ese cansancio profundo que le asaltan a un hombre que está a punto de jubilarse. Le dolían el cuerpo, los recuerdos y el alma.
En las vidrieras de los negocios brillaban las luces de colores anunciando las fiestas, globos, arbolitos de navidad, adornos, carteles de ofertas, juguetes, y toda la desmesura que en los últimos años el culto pagano le ofrece como tributo al dios consumo.
Francisco finalmente descendió en su destino, la frontera imprecisa entre Chacarita y Colegiales. El atardecer atravesaba las copas de árboles que en su calle parecían desparramar el sol como diamantes sobre un paño verde. Se ajusto el cinturón y arregló la camisa para empezar a caminar las cuatro cuadras que lo separaban de su casa.
Saludó al vecino que se parecía a su abuelo, aquel abuelo cocinero que amasaba las pastas más exquisitas que haya probado en su vida. Toda la familia, chicos y grandes, se reunía alrededor de la mesa navideña para esperar la medianoche y brindar por el nacimiento del niño Jesús.
Entró al largo pasillo de su casa lleno de macetas y flores donde desembocaban las cinco puertas del viejo pehache. Al llegar escuchó ladrar a Baltasar, el perro que lo acompañaba desde que había quedado viudo. Ya en el patio lo palmeó en el lomo amorosamente y Baltasar corrió hasta la cocina para esperar la ración de carne con hueso que le guardaba  don Pepe y le alegraba el día.
Entró en una de las dos habitaciones que lindaban con el patio y se sacó la ropa para quedarse con el calzoncillo. Dudó entre prender la computadora para abrir su correo electrónico o darse una ducha. Eligió lo segundo y se dirigió al baño. "Nene, andá a la panadería que buscar el pan que encargué esta mañana para hacer los sanguchitos". Dijo su madre mientras salía de la ducha envuelta en el toallón color amarillo... "Ah y traeme un cuarto de nueces de lo de don Gaspar; decile que lo anote".
La madre se le aparecía en el recuerdo cuando la necesitaba. La imagen de una mujer hermosa, atractiva, de ojos grandes y pelo renegrido que le caía sobre los hombros blancos, recorre su pantalla interior como esas divas voluptuosas del cine italiano que lo habían acompañado durante su adolescencia.
Cuando salió del baño descubrió un mensaje en el teléfono, era su hijo mayor que lo llamaba para avisarle que la nochebuena la pasaría con sus suegros y que el 25 lo esperaba a comer un asado en su casa.
Baltasar entró al dormitorio y se puso a dar vueltas a su alrededor como preguntándole: ¿Ahora qué hacemos?, mientras él se ponía un pantalón corto que alguna vez fue largo. Encendió la radio portátil para escuchar música. Mala junta en la 2x4, con Vicente Cataldo, decía el locutor.
Vio en el patio a su padre armando un pesebre y a su hermanita gateando en busca de algún juguete. "No toques que mamá se enoja,... vení Pancho llévatela que va a desarmar todo".
Se sentó frente a la máquina y leyó los mail, nada importante... cadenas, propaganda, algún video porno que le enviaba su amigo de la infancia pero el de su hija que esperaba hacía varios días, no estaba. Entonces le escribió: "Hola nena, ¿qué novedades tenés de tu viaje para las fiestas? Mandáme las últimas fotos de mi nieto francés".
Le costaba expresarse por ese medio, no era una carta que tardaba varios días en llegar a destino y que se abría con ansiedad, ni había una voz a través de la cual podía intuir alguna emoción. "No me lo escribas, decímelo", pensó.
Volvió a la cocina, sacó una lata de cerveza del frizer, cortó unos pedazos de queso parmesano sobre una tablita y como de costumbre cuando hacía mucho calor subió por la escalera de metal hasta la azotea. Baltasar lo siguió con entusiasmo, sabía que arriba podría jugar en los techos con Melchor, el gato del vecino.
Se sentó para tomar la cerveza en la reposera y pudo respirar hondo después de un largo día en mesa de entrada de la empresa, "Sos el único que tiene paciencia y buen trato para  atender los reclamos", le dijeron siempre.
El ayer esta sembrado de objetos perdidos que aparecen y desaparecen sin compasión, objetos desaparecidos que fueron algún día y ya no serán, pensó.
Levantó la vista para mirar el cielo con la boca abierta como cuando era chico. El brillo de las estrellas le anunciaron la noche, apagó la radio y escuchó el silencio.
Vio moverse a una estrella atravesar lentamente el cielo de este a oeste, era la estrella de Belén.

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