miércoles, 26 de diciembre de 2012

NORA JAIME



LA MESA DE NAVIDAD 

Me quedé parada agitando la mano, hasta que el ómnibus que llevaba de vuelta a mi tía  terminó de irse a Rosario.
"Los espero para Navidad, ya estoy vieja para tanto zarandeo, vengan Uds." Sonreí sin prometerle nada.
Durante la noche soñé con mamá. La veía joven, en casa. Lo más  impresionante fue escuchar su voz y poder rescatar sonidos que había olvidado.
Me desperté inquieta, diciembre se apura en llegar y tironea con fuerza los recuerdos con costumbres ancestrales y mandatos de los que todavía me cuesta salir, como el de la limpieza profunda de toda la casa ó el de tirar los objetos rotos ó cachados, revisar papeles y el más difícil, limpiar el alma de todos los dolores.
Con la cabeza ocupada en estos pensamientos, tomé una ducha rápida, dos mates y salí. Era temprano y este prematuro verano ya se hacía sentir. Caminé dos paradas más para tomar el colectivo sin siquiera darme cuenta, envuelta todavía en una ensoñación, rodeada del verde y de las flores de los jardines, aspirando  un penetrante olor a tilos. Vivo del otro lado de la ciudad y durante el viaje fui armando la vidriera con la mesa de Navidad. Elegí los muebles, el mantel, los platos, las fuentes, las copas,… y allí estabas vos mamá, con tu pelo rubio, tus inmensos ojos color cielo y tus hacendosas manos haciéndolo todo, la limpieza, la comida, llenando la casa con tu presencia. Mi hermano y yo chicos, armando el árbol y esperando los regalos. Mi memoria selectiva recuerda estas navidades y olvida otras.
Antes de abrir el negocio entré al Tres Amigos para desayunar y a la salida compré un enorme ramo de jazmines para la vidriera. Con otro ánimo abrí, puse un disco de música clásica, en tu honor mamá y comencé a limpiar y a mover muebles.
 Entró el primer cliente y se sorprendió al verme aparecer de atrás de un espejo. Era un hombre mayor, menudo, delgado con una ancha sonrisa. Busco un regalo para una señora muy especial, puede ser un espejo para el tocador, una figura de porcelana, no lo sé. Vio muchas cosas y termino llevando un florero muy antiguo que yo había pensado para la mesa de la vidriera.
Se fue contento y seguí limpiando y abriendo las últimas cajas. A  mediodía cerré pero me quedé adentro para terminar. No podía detenerme, había dado vuelta todo el negocio y aunque sentía cansancio en  el cuerpo, estaba feliz.
Rehice la vidriera varias veces porque vendía lo que había puesto. Siempre sucede, hasta que por fín quedó como yo quería, brillante, lujosa y delicada. A un costado puse una mesita con la lámpara y todos los jazmines en una jardinera de porcelana al lado de tu retrato. Satisfecha, apagué las luces, la música y cuando iba a cerrar sonó mi celular. El Negro Hernández me invitaba a cenar afuera. Si mi amor, en dos horas. Me olvidé del cansancio y del resto de las limpiezas de diciembre. Esta Navidad será diferente, me prometí a mí misma.

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