LA MESA DE NAVIDAD
Me quedé
parada agitando la mano, hasta que el ómnibus que llevaba de vuelta a mi
tía terminó de irse a Rosario.
"Los espero para Navidad, ya estoy
vieja para tanto zarandeo, vengan Uds." Sonreí sin prometerle nada.
Durante la
noche soñé con mamá. La veía joven, en casa. Lo más impresionante fue escuchar su voz y poder
rescatar sonidos que había olvidado.
Me desperté
inquieta, diciembre se apura en llegar y tironea con fuerza los recuerdos con
costumbres ancestrales y mandatos de los que todavía me cuesta salir, como el
de la limpieza profunda de toda la casa ó el de tirar los objetos rotos ó
cachados, revisar papeles y el más difícil, limpiar el alma de todos los
dolores.
Con la
cabeza ocupada en estos pensamientos, tomé una ducha rápida, dos mates y salí.
Era temprano y este prematuro verano ya se hacía sentir. Caminé dos paradas más
para tomar el colectivo sin siquiera darme cuenta, envuelta todavía en una
ensoñación, rodeada del verde y de las flores de los jardines, aspirando un penetrante olor a tilos. Vivo del otro
lado de la ciudad y durante el viaje fui armando la vidriera con la mesa de Navidad.
Elegí los muebles, el mantel, los platos, las fuentes, las copas,… y allí
estabas vos mamá, con tu pelo rubio, tus inmensos ojos color cielo y tus
hacendosas manos haciéndolo todo, la limpieza, la comida, llenando la casa con
tu presencia. Mi hermano y yo chicos, armando el árbol y esperando los regalos.
Mi memoria selectiva recuerda estas navidades y olvida otras.
Antes de
abrir el negocio entré al Tres Amigos para desayunar y a la salida compré un
enorme ramo de jazmines para la vidriera. Con otro ánimo abrí, puse un disco de
música clásica, en tu honor mamá y comencé a limpiar y a mover muebles.
Entró el primer cliente y se sorprendió al
verme aparecer de atrás de un espejo. Era un hombre mayor, menudo, delgado con
una ancha sonrisa. Busco un regalo para una señora muy especial, puede ser un
espejo para el tocador, una figura de porcelana, no lo sé. Vio muchas cosas y
termino llevando un florero muy antiguo que yo había pensado para la mesa de la
vidriera.
Se fue
contento y seguí limpiando y abriendo las últimas cajas. A mediodía cerré pero me quedé adentro para
terminar. No podía detenerme, había dado vuelta todo el negocio y aunque sentía
cansancio en el cuerpo, estaba feliz.
Rehice la
vidriera varias veces porque vendía lo que había puesto. Siempre sucede, hasta
que por fín quedó como yo quería, brillante, lujosa y delicada. A un costado
puse una mesita con la lámpara y todos los jazmines en una jardinera de
porcelana al lado de tu retrato. Satisfecha, apagué las luces, la música y
cuando iba a cerrar sonó mi celular. El Negro Hernández me invitaba a cenar
afuera. Si mi amor, en dos horas. Me olvidé del cansancio y del resto de las
limpiezas de diciembre. Esta Navidad será diferente, me prometí a mí misma.
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