LOS RESIGNADOS
Me he detenido a mirarte y te encontrado un
poco viejo. Viejo, en la medida en que te cuesta acomodarte a las nuevas
circunstancias. Estar viejo es no animarte a levantar el barrilete por falta de
viento, o a desmoralizarte por dos gotas de lluvia. Me he quedado escuchándote
y tus silencios caen por huecos desde donde no vuelven, como una pesadilla que
lejos de olvidarse se intensifica, cada vez que vas dejando de lado tus
proyectos, aún antes de ponerlos en marcha. Todo o casi todo te molesta. Traigo
flores, cambio los muebles de lugar, y es como una trompada al orden que te
instala en una seguridad mal entendida. He atribuido tu desesperanza a la falta
de colores. Atribuyo a tus negros y a tus grises, ese vacío existencial que se
presenta a la hora de pensar el mundo y que desvalija tu deseo de poner en
juego los últimos cartuchos para hacer algo que por adelantado das por perdido.
Estamos quietos al borde de una desidia en la que pasamos horas. Nada es
imprevisto.
¿No tienes fuerzas? El estudiante
universitario que se levantaba contra las murallas y las atravesaba, el
Profesor que reñía convencido contra los molinos de viento, se ha quedado
sentado mirando un noticiero, y tus escritos que antes conmovían a un grupo
reducido pero selecto, se han vuelto tediosos. Hasta el papel en blanco, que
ayer se te presentaba como una promesa, ahora se ha vuelto un obstáculo. Todo
te incomoda. Miras el reloj cada segundo, y cumples con tus acostumbrados cometidos,
como el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Son las cosas que se
repiten las que nos resguardan de alguna manera. Pasa un minuto y observas
inflexible los horarios antes innecesarios, porque la vida se hacía a la medida
de nuestras pasiones.
Yo hago lo imposible por desbaratar tu
guarida, porque es probable que si me dejo llevar por tu sentido, envejezca.
Invito a gente joven y emprendedora a casa para que te renueve, te incomoda. Me
río, y mi carcajada es desoída por el designio de tu pena, que hace de la
felicidad una frivolidad sin sentido.
Estás triste. ¿La lucha está perdida? Un
desencanto. Tus ojos, que antes fabricaban puentes con los míos, se dejan y
observas un punto fijo por donde seguramente te pasa la película de esos años
en que aún creíamos.
Tal vez, los culpables hayamos sido
nosotros. De todas maneras intento como puedo traerte hasta mis brazos y te
aprieto recordándote el vínculo, que nos salvó de la guerra.
Me cuesta hacerme cargo. Es cierto, algo de
mí se va secando. Ya no pinto. Las murallas que me separan de la vida son cada
vez más altas. Hay noches que me pongo a escalarlas con mi pensamiento y al
otro día desisto. Me ahogo, no encuentro refugio. La casa que antes lo era, me
resulta sórdida. Mis amigas las de siempre me han ido dejando.
Reconozco mi desaliento.
La música que ya no escucho. Todo es ruido.
Bajo el volumen cuando antes lo subía. No canto. Antes bailaba.
Recuerdo cuando llegabas de improviso y me
pescabas dando vueltas. Corríamos las sillas y la mesa y danzábamos en la
cocina.
Me veo en el espejo y estoy ajada.
Marchita, sin perfume. ¿Asusto? Unas ojeras despilfarran malos augurios y lo
que se necesita es color. No quiero entregarme pero me entrego vaya a saber por
qué las fuerzas se van agotando.
Los chicos hacen cada vez más su vida, y
menos la nuestra. Cuando pasan están cada vez menos tiempo. Seguramente huyen de
este lugar porque permanecemos callados. Nuestras conversaciones aliadas a las
desgracias y a los infortunios provocan espanto.
Huimos de la calle porque se la agarran con
los viejos. Dejamos de caminar porque buscamos excusas.
Tengo mi parte.
No sé si vamos a salir algún día.
Probablemente estemos envejeciendo y no quiero darme cuenta.
Probablemente el tren nos haya dejado
abandonados en el andén y sin recursos.
Reniego, pero también me abstengo.
No creo que seas feliz aunque me quieras.
Hemos tenido muchas oportunidades y nunca
nos hemos ido. No creo que sea cobardía, pero tampoco es sano rondar por la
casa y no encontrarnos.
Me imagino así eternamente, sin salida. Me
resigno. ¿Te resignas? ¿Por qué lloro? Tengo miedo.
Tengo mucho miedo.
Los resignados.
Publicado en la revista virtual Con voz
propia, dirigida por Analía Pescarner
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