LA TÍA ROSITA
“Yo actué en
este local por los años 40”, dijo la tía Rosita después de sentarse a nuestra
mesa junto al ventanal del café. El Gordo me miró como diciendo ¿de donde salió
esta mina?. El Mirón se despabiló abruptamente para prestar atención y Sandoval
empezó a toser para disimular un ataque de risa. Yo los miré uno por uno con
bronca señalando su mala educación con la mirada y cuando los muchachos
parecieron avergonzados, la presenté.
La tía de
Marta había llegado de Rosario hacía unos días para atenderse de una dolencia
en el hospital de Clínicas y estaba viviendo en la casa de mi actual pareja.
Era una mujer mayor de una extraordinaria belleza que me hacía recordar a mi
madre. Su voz conservaba la frescura de su juventud y su porte elegante daba
cuenta que había sido una verdadera diva, una de esas mujeres que seguramente
habría conmovido cualquier corazón masculino.
“Los amigos
del Negro son ahora mis amigos”, agregó y saludó a cada uno con un beso en la
mejilla. “Si, aunque les parezca mentira en mis años jóvenes éste era un lugar
donde se tocaba tango”.
Miré el
reloj para ver cuando faltaba para que llegara Marta. ”En la esquina estaba el
almacén y despacho de bebidas y sobre esta calle había un salón más grande
donde llegué a cantar”. Tenía miedo de cómo le caería a mis amigos la presencia
de la tía Rosita. “Entonces tenía 18 años y estudiaba canto con Nelly Omar, por
ella me hice peronista y fanática admiradora de Evita. Iba a los actos políticos y participaba de los
recitales que organizaba la Fundación Eva Perón para ayudar a los necesitados”.
Yo me fui
tranquilizado cuando me di cuenta que los muchachos habían sido seducidos por
el encanto de su personalidad. Ella se sentía muy cómoda manejando la
conversación y continuó ilustrando con numerosas anécdotas de su carrera. “Después
conocí a mi primer marido que era representante de artistas y comencé mi
carrera de actriz y cantante haciendo giras por todo el país”. Contó que había
actuado junto a las hermanas Berón, que fue compañera de Alba Solís y amiga de
Nelly Vázquez, también que fue la presentadora del recién llegado del Uruguay
Julio Sosa, y aclaró que su cantor preferido era Miguel Montero.
Marta
tardaba en venir a buscarla y yo deseaba que no se aburrieran con su charla. En
eso el Pelado –un viejo parroquiano- y Jorge que estaban en otra mesa se
acercaron para escuchar por lo interesante de su relato. Los muchachos
empezaron a compartir la charla incluyendo historias del barrio.
“Negro,
tenés que invitarla a la reunión de los
Librepensadores”, dijo el Mirón. “Tenemos que traerlo a Boris para que la
acompañe en el piano”, agregó el Gordo. “Me la llevo a casa para que la conozca
mi vieja que en esa época era artista de variedades”, dijo Sandoval. El Pelado que tenía un programa de tango en
la FM del barrio le pidió un autógrafo y la comprometió para hacerle un
reportaje en la radio.
“Cuando me
enteré que el novio de mi sobrina era de Barracas no dude en pedirle que me
trajera al café”. La tía en pocos días me había adoptado como un sobrino más y
no hacía otra cosa que agradecerme la gentileza de haberla traído, mientras los
muchachos me miraban en forma socarrona.
Para escapar
de las cargadas aproveché la presencia del Pelado para contar que Alberto
Marino había estrenado el tango Tres Amigos de Enrique Cadícamo en el local
donde estábamos sentados. Fue una noche de verano de 1944, antes de grabarlo
con Troilo en el sello Odeón. El dueño de entonces bautizó al café por ese
acontecimiento y además, dicen que así pagó una deuda haciéndose cargo del
boliche. “Y otra vez allá en Barracas / esa deuda le pagué...”
La tarde se
iba yendo detrás de las nubes sobre el Riachuelo y creí escuchar unos truenos
pero eran solo unos camiones que cruzaban el puente haciendo ruido sobre el
empedrado. A veces el miedo de que vuelva a sorprendernos la sudestada que años
atrás que nos obligó a pasar la noche adentro del café, confundía mis
percepciones.
“Antes el tiempo era más lento y no teníamos
el apuro hoy, tardábamos mucho más en olvidar las cosas que habíamos vivido y
sabíamos esperar”, dijo la tía.
Sonó el
celular, era Marta, dijo que estaba demorada por inconvenientes con unas antigüedades
que tenía que entregar, que por favor me ocupara de Rosita.
El café se
fue despoblando mientras la tía se había puesto a cantar algunas canciones de
su tiempo, muchas tan desconocidas como poéticas. “Cuando no estás la flor
no perfuma... si tu no estás me envuelve
la bruma.”. El gallego apagó la radio, mandó cerrar la persiana de la
puerta principal y bajó las luces. Su voz sonaba entre las paredes del Tres
Amigos como si éstas la reconocieran después de aquella vez. “Afuera es
noche y llueve tanto... ven a mi lado me dijiste...” y ante el asombro del auditorio creció su
propio entusiasmo para continuar deleitándonos con su repertorio. “No habrá
ninguna igual. No habrá ninguna... Ninguna con tu piel y con tu voz...”
Mientras la
tía Rosita cantaba, los fantasmas bailaban en el café trayéndome imágenes de mi
niñez. Me vi jugando en la calle a la bolita, colgado en la cornisa de la
azotea como un pirata, haciendo los deberes de la escuela en la mesa de la
cocina y dándole un beso a Norita detrás del árbol erguido frente al zaguán.
Vi a mi madre acercarse silenciosamente
hasta sentarse a mi lado. “Que bien que canta negrito, como a mí me gusta”... Y
me dieron ganas de llorar.
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