COMO VIOLETAS
Vuelvo a
estar habitada por preguntas. Ya ni recuerdo la última vez que me pasó algo
así.
Tanto
jactarme de gozar dejándome llevar por la vida como la nube por el viento.
Siempre afirmando que para ser feliz hace falta no analizar, sólo hacer lo que
el cuerpo pide.
Y ahora ¿qué
le pasa a mi cuerpo que está indeciso? Dónde quedó su contundencia? O será que
inventa excusas, nacidas de la inercia?
Yo, que he sido nómade entusiasta, me
cuestiono un simple viaje.
Ex
compañeras del Normal a quienes no veo desde hace décadas, y no sólo no las veo
sino que no supe nada de ellas durante todo este tiempo, me proponen una
reunión. Al momento dije sí, pero al rato me asaltó la duda.
Conservo de
ellas los nombres y apellidos asociados a una carita adolescente emergiendo del
cuello de los guardapolvos blancos. En síntesis, una foto.
Sé que en
ellas perduran nada más que el nombre y la mirada. Significa que no las
reconoceré hasta que se me vayan presentando.
Teníamos en
común las travesuras inocentes y el terror a dar lección de historia o pasar a
resolver un teorema en el pizarrón.
Compartimos
el primer cigarrillo en el baño del colegio. Fue un mentolado. Nos hermanaban
alegrías y desastres.
¡He cambiado
tanto!
Seguramente
ellas también, cada una en distinto modo y sentido.
¿Y si me
desilusiono? ¿Si me aburren y las aburro? ¿Si las desilusiono?
Tal vez
convendría ir para ver, oír y callar, aunque callada no me veo, la verdad.
Además sería como estar estudiando ejemplares exóticos. ¿Con qué derecho? ¿A
qué le tengo miedo?
Me digo que
simplemente me da pereza viajar en invierno.
Honestamente
me retruco al instante que también dudaría si estuviéramos en verano. Le
echaría la culpa al calor.
Sé que voy a
ir, pero hay algo… no sé qué…
El jardín
tampoco me ayuda. Está mustio. Si no fuera por la impertinencia de los limones
no habría una sola nota de color. Si hasta el cielo conspira. Es una lámina de
plomo que amenaza con caerse de un momento a otro. Mejor miro el suelo, mis
propios pasos sobre el pasto mojado, abatido, no sé si por rocío, neblina,
humedad, da lo mismo.
Melancólico
panorama, hasta que las veo, erguidas por sobre los corazones oscuros de las
hojas, seguras de sí mismas en su rincón de siempre, las violetas florecieron.
Me inclino,
corto un par y las huelo. Ellas no dudaron ni analizaron ni temieron, o quizás
sí, qué sé yo? Pero aquí están, diciéndome que no es cierto que al paisaje le
faltan colores. Pasa que no los busco, no me abro a ellos. Sin proponérmelo me
he estado tejiendo un caparazón.
La cita es
en septiembre. La excusa, una "baña cauda" cuya paila convocante
necesita de una ronda para tener sentido. Una ronda como de violetas,
sencillas, amuchaditas en una esquina del mundo, sin cuestionamientos, con la
sola misión de darle color y perfume al jardín de la vida.
¡Chicas, allá voooooy!
No hay comentarios:
Publicar un comentario