lunes, 1 de octubre de 2012

STELLA MARIS TABORO




UNA MUJER UN RELATO

Asomaban sus ojos verdes jugando con el abanico. Como en un sortilegio sensual lo desplazaba felinamente hacia sus senos. A él le pareció una imagen irreal, escapada de otros dimensiones no terrenales. Así la conoció y la bautizó como " la señora del abanico plateado", mientras el tren corría enloquecido en medio de las colinas.
Se pegaba a las ventanillas el movimiento del quieto paisaje. Los rieles retumbaban más en cada durmiente. Una llovizna pertinaz comenzó a cubrirlo todo y el abanico seguía jugando con la mirada encendida y distante. Mas incógnitas se despertaban en él.
Sentada junto a la ventana, no había notado que alguien la observaba insistentemente.
La próxima estación estaba después del túnel largo. No debería bajar allí y temía que ella lo hiciese. Del otro vagón llegaban las notas de un acordeón y el corazón de él sintió una brisa inesperada porque al fin , unieron brevemente su mirada . Fue sólo un instante. Breve como el segundo, grandioso como el cielo y ruborizante como un atardecer de sol y nubes.
¿Esa tarde de junio sería inolvidable? ¿O el comienzo de algo nuevo en la vida de él?
Ya se veían las luces de la boca del túnel largo ,eran luces que lastimaban sus miedos , sus temores y en medio de ellos, lo decidió: si ella bajaba en la próxima estación ,él también lo haría..
La volvió a mirar, esta vez de reojo, ella seguía con su abanico plateado haciéndolo danzar frente a su rostro.
Y llegó la estación después del túnel. Ella descendió deslizándose como una bella gacela. Él no dudó, aunque debería viajar unos kilómetros más en el tren, bajó detrás de ella.
El pueblo estaba lleno de silencios, un carruaje señorial la esperaba. Subió y se alejó por un camino bordeados de abetos.  Llegaría hasta el castillo, que hundía entre las nubes su parte más alta. Las cascadas retumbaban hasta allí, donde comenzaba del sendero que él estaba dispuesto a caminar para llegar a ella.
Avanzaba y el camino se hacía cada vez más angosto. Los hielos se licuaban y caían al fondo
de un barranco profundo. Se respiraba una región melancólica. Sólo las flores blancas de una enredadera que descendían de la ladera le inspiró seguridad, mientras se fue acercando al castillo.
Pero de pronto un tronar de caballo retumbó, un grito estridente como aguardando a la muerte estalló haciendo eco en todas partes. Como una amazona derrotada avanzaba ella.
Las cascadas se secaban, los árboles caían, las rocas se quebraban, el cielo ahora era un negro velo y enceguecía el resplandor de los ojos de un vampiro persiguiendo a la señora del abanico. Enloquecido, corrió en busca de ella, pero ella ya era una vampiresa y hundió sus dientes en el cuello de él.

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