UNA TARDE
El edificio
de oficinas estaba en funcionamiento, cada uno en su lugar, ocupados todos en
sus trabajos, cuando se escuchó un timbre. Era la alarma contra incendios,
sonido que ya conocían por haber hecho
un simulacro de evacuación meses atrás, cuando instalaron el nuevo equipo.
Para
sorpresa de todos, ahora era una realidad. Un incendio amenazaba al edificio.
Abandonaron los puestos y una muchedumbre avanzó por los pasillos hacia las
escaleras.
Yo trabajaba
en una oficina en el décimo piso, y cuando escuché el timbre miré
inmediatamente hacia la chica motivo de mis desvelos, sentada unos escritorios
más allá que, con cara de susto, dejó todo y giró la cabeza hacia ambos lados, desorientada, sin saber
qué hacer. De pronto, tomó conciencia de la situación y se unió al grupo que
corría hacia las escaleras. Me acerqué para darle confianza y ofrecer mi ayuda.
La tomé de la mano y la arrastré, casi, hacia abajo, mientras los demás corrían
y gritaban.
La muchacha,
muda y con un temblor no disimulado, me apretaba la mano a medida que descendíamos,
como si sólo yo pudiera salvarla. En ese momento me sentí un Superman, y
hubiera podido saltar por el aire y vencer mil vallas únicamente para
protegerla.
Al llegar a
la calle, luego de respirar hondo para limpiar nuestros pulmones llenos de
humo, pasamos a través de los camiones de bomberos, que ya estaban en plena
labor, aunque con pocos resultados. Nos encaminamos hacia la otra vereda,
siempre tomados de la mano, y seguimos así, sin rumbo fijo hasta que, sin darme
cuenta, llegamos al frente de mi casa.
Me armé de
coraje y la invité a subir, con el pretexto de descansar un poco y salir del
estado de shock por el momento vivido. Fue sentarnos, charlar, contar anécdotas
y reír como dos conocidos de largo tiempo, y tomar algo, y estudiar nuestros
cuerpos con la mirada, y volver a reír, y a medida que la penumbra invadió el
ambiente, nos fusionamos como dos adolescentes hambrientos.
Lo nuestro
duró muy poco, pero nunca imaginé que aquella tarde iba a quedar grabada en mi
memoria por muchos años. Sí fue tan intensa y apasionada como el calor del
incendio, de tal modo que dejó cenizas en mí,
y aún hoy sigo pensando en ella cada vez que estoy con una mujer.
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