martes, 2 de octubre de 2012

NEGRO HERNÁNDEZ


INVADIDOS

Finalmente ocurrió lo que temía, el Gallego instaló un servicio de güifi en el café. "Es para atraer a nuevos clientes, sobretodo a los jóvenes que andan en la movida cultural de Barracas", dijo junto a la mesa donde estábamos Jorge, el Mirón y el Gordo. Yo guarde silencio para que no se notara que estaba breca mientras los muchachos opinaban sobre el asunto. "Lo bueno es que el boliche se va  a llenar de pendejas, lo malo es que mi jermu me va a vigilar más" dijo el Gordo. "Tal vez no sea tan dramático porque ese público va a estar fuera de nuestros horarios habituales", aportó Jorge". "A mi me molestaría mucho que el Tres Amigos se transformara  en un café de onda, con gente de onda, y boludeces de onda", agregó el Mirón con voz nerviosa porque hacía poco había dejado el faso. En mi pensamiento se agitaban ideas contradictorias. Una me decía que era un progreso que traía aire nuevo al barrio, la otra que tendríamos que soportar la invasión de extranjeros con sus propias culturas y costumbres desplazándonos de nuestro lugar.
Sandoval, que estaba por cumplir años, era el más entusiasmado con el asunto por sus actividades laborales, incluso colaboró asesorando a Rogelio en el proyecto. "Te imaginas estar tan cerca de mis clientes y además ahorrarme el viaje 30 kilómetros para llegar a casa".
Mientras pasaban los días mojados del final del invierno mis temores se fueron atenuando y empecé a descubrir algunas ventajas del cambio. Las mañanas de los fines de semana en que nos despertamos juntos con Marta y ella se hiperactiva poniéndose a ordenar la casa a su gusto y piacere, esto no va acá, hay que limpiar aquello, no pongas la ropa en el sillón, te dejo mis cremas de maquillaje y pinturas en el botiquín, puse tus cosas en la parte de abajo del armario y todas esas ordenes que las mujeres suelen dar cuando empiezan a invadir poco a poco la casa de un hombre solo, en esas ocasiones aprovecho para ir temprano al café con la excusa de escribir alguna nota urgente para el periódico. Me llevo la compu para hacer pinta y desayuno tranquilo sin la presión de Marta acosándome con las tareas hogareñas.
En esas novedades estábamos a pocos días del cumpleaños de Sandoval y no era un acontecimiento común, el amigo pasaba de una década a otra de su vida (no vale la pena mencionar cuales) y merecía una celebración especial. Como era  costumbre, la fiesta sería en el Tres Amigos. El Gallego  se ocuparía del salón y la vajilla, El Mirón traería la bebida que le había quedado de la reunión de los Librepensadores Latinoamericanos, Jorge al cantor de boleros y a los músicos, y entre el Gordo, Derlis y yo traeríamos el morfi.
Todo venía bien hasta que surgió un gran inconveniente insuperable. La mujer del Gordo y Marta habían hecho buenas migas entre sí, a veces salían de compras juntas, las dos eran minas del interior, eran furiosas defensoras del genero y las unía cierta desconfianza por los hombres, es decir por nosotros. Las dos querían participar de la fiesta exclusiva e invitar a las demás esposas, novias, parejas, amigas, etc. de los muchachos. Para lo que utilizaron varias estrategias. Le habían prometido a Sandoval presentarle a una amiga viuda y con plata, dejando entender que, si las invitaban, traerían una odalisca turca para bailar la danza de los siete velos sobre la mesa, pero el golpe bajo que decidió a Sandoval a aceptar la inclusión de mujeres fue la promesa de traer a la madre de nuestro amigo, una viejita de 90 años que gozaba de buena salud.
La fiesta resultó un éxito, aunque la viuda no le gustó al cumpleañero, la odalisca tenía más de 60 años, algunas de las mujeres se miraron con recelo toda la noche y la viejita se quedo dormida en un asiento. Lo importante fue que Sandoval lo disfrutó
como hacía mucho no lo hacía.
Nosotros también la pasamos bien, sin embargo no pudimos evitar la sensación de sentirnos invadidos.


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