INVADIDOS
Finalmente ocurrió lo que temía, el Gallego
instaló un servicio de güifi en el café. "Es para atraer a nuevos
clientes, sobretodo a los jóvenes que andan en la movida cultural de
Barracas", dijo junto a la mesa donde estábamos Jorge, el Mirón y el
Gordo. Yo guarde silencio para que no se notara que estaba breca mientras los
muchachos opinaban sobre el asunto. "Lo bueno es que el boliche se va a llenar de pendejas, lo malo es que mi jermu
me va a vigilar más" dijo el Gordo. "Tal vez no sea tan dramático
porque ese público va a estar fuera de nuestros horarios habituales",
aportó Jorge". "A mi me molestaría mucho que el Tres Amigos se
transformara en un café de onda, con
gente de onda, y boludeces de onda", agregó el Mirón con voz nerviosa
porque hacía poco había dejado el faso. En mi pensamiento se agitaban ideas
contradictorias. Una me decía que era un progreso que traía aire nuevo al
barrio, la otra que tendríamos que soportar la invasión de extranjeros con sus
propias culturas y costumbres desplazándonos de nuestro lugar.
Sandoval,
que estaba por cumplir años, era el más entusiasmado con el asunto por sus
actividades laborales, incluso colaboró asesorando a Rogelio en el proyecto.
"Te imaginas estar tan cerca de mis clientes y además ahorrarme el viaje
30 kilómetros para llegar a casa".
Mientras
pasaban los días mojados del final del invierno mis temores se fueron atenuando
y empecé a descubrir algunas ventajas del cambio. Las mañanas de los fines de
semana en que nos despertamos juntos con Marta y ella se hiperactiva poniéndose
a ordenar la casa a su gusto y piacere, esto no va acá, hay que limpiar aquello,
no pongas la ropa en el sillón, te dejo mis cremas de maquillaje y pinturas en
el botiquín, puse tus cosas en la parte de abajo del armario y todas esas
ordenes que las mujeres suelen dar cuando empiezan a invadir poco a poco la
casa de un hombre solo, en esas ocasiones aprovecho para ir temprano al café
con la excusa de escribir alguna nota urgente para el periódico. Me llevo la
compu para hacer pinta y desayuno tranquilo sin la presión de Marta acosándome
con las tareas hogareñas.
En esas
novedades estábamos a pocos días del cumpleaños de Sandoval y no era un
acontecimiento común, el amigo pasaba de una década a otra de su vida (no vale
la pena mencionar cuales) y merecía una celebración especial. Como era costumbre, la fiesta sería en el Tres Amigos.
El Gallego se ocuparía del salón y la
vajilla, El Mirón traería la bebida que le había quedado de la reunión de los
Librepensadores Latinoamericanos, Jorge al cantor de boleros y a los músicos, y
entre el Gordo, Derlis y yo traeríamos el morfi.
Todo venía
bien hasta que surgió un gran inconveniente insuperable. La mujer del Gordo y
Marta habían hecho buenas migas entre sí, a veces salían de compras juntas, las
dos eran minas del interior, eran furiosas defensoras del genero y las unía
cierta desconfianza por los hombres, es decir por nosotros. Las dos querían
participar de la fiesta exclusiva e invitar a las demás esposas, novias, parejas,
amigas, etc. de los muchachos. Para lo que utilizaron varias estrategias. Le
habían prometido a Sandoval presentarle a una amiga viuda y con plata, dejando
entender que, si las invitaban, traerían una odalisca turca para bailar la
danza de los siete velos sobre la mesa, pero el golpe bajo que decidió a
Sandoval a aceptar la inclusión de mujeres fue la promesa de traer a la madre
de nuestro amigo, una viejita de 90 años que gozaba de buena salud.
La fiesta
resultó un éxito, aunque la viuda no le gustó al cumpleañero, la odalisca tenía
más de 60 años, algunas de las mujeres se miraron con recelo toda la noche y la
viejita se quedo dormida en un asiento. Lo importante fue que Sandoval lo
disfrutó
como hacía
mucho no lo hacía.
Nosotros
también la pasamos bien, sin embargo no pudimos evitar la sensación de
sentirnos invadidos.
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