martes, 2 de octubre de 2012

NÉSTOR HELFER


EL ARROYO CRISTALINO 

Juan vivía en el campo junto a su hermano Luis. Ellos vivían sólo con su papá porque su mamá había muerto cuando ellos eran muy pequeños. De todas maneras su papá se las arreglaba para poder criarlos, atenderlos, darles de comer y se encargaba de todas las cosas que hacen los papás cuando quieren mucho a los niños.
Habían pasado los años y era tiempo de que fueran a la escuela. Ellos todos los días se levantaban por la mañana muy temprano porque debían prepararse para ir a la escuela que quedaba muy lejos. Y como no había autos ni motos ni cuatri, la única forma de llegar era a caballo.
Había que cruzar un arroyo y era muy lindo jugar en el arroyo porque se veían los pececitos. El agua era tan clara y cristalina que se podían observar las plantas que crecen debajo del agua. A veces se observaban los renacuajos, las piedras de colores, las pequeñas plantitas que eran arrastradas por el agua.
Generalmente los niños salían temprano de su casa para poder jugar un rato en el arroyo. A veces se les hacía un poco tarde y debían apurarse para no llegar fuera de horario a la escuela. A la escuela había que llegar temprano todos los días.
Casi siempre llevaban un par de boleadoras que tenían a mano porque siempre se cruzaba una liebre o un charito a los cuales se los podía cazar si alcanzaban a bolearlos. Porque estos animalitos corren muy rápido. Las boleadoras tenían unas cintas o un pedazo de tela roja para poder encontrarlos más fácil después, porque entre los montes los colores son muy similares y la soga también es del color de los montes y de la tierra. Y se hacía difícil encontrarlas, y más cuando quedaban debajo de la presa que cazaban.
El papá siempre les encargaba que fueran derecho a la escuela y que no se distrajeran jugando por ahí. Siempre les recomendaba que la escuela era el lugar que les permitiría poder superarse, porque el campo y el trabajo del campo era para los adultos, no para los chicos.
Juan y Luis tenían muy en cuenta esto y sabían que, aunque costara sacrificios y tardaran mucho tiempo en llegar, debían estar allí porque aparte se encontraban con sus amigos, jugaban y disfrutaban mucho.
Un día cuando volvían al campo después de una ardua jornada escolar en primer y segundo grado, decidieron quedarse un rato más a jugar en el arroyo. De pronto saltó un pez gigante muy cerca de ellos. Terrible susto se pegaron. Jamás habían visto un pez tan grande. Intentaron sacarlo del agua, lo corrieron, el pez iba y volvía pero no lo podían agarrar. Saltaba, se sumergía, volvía a saltar, tan entretenidos estaban tratando de sacar al pez que no se percataron que su padre estaba al lado de ellos. Otro susto más. Pero el papá no les dijo nada. Observó, miró lo que estaba pasando, fue hasta su caballo y armó un guachen con un alambre. El pez pasó nuevamente, en la segunda pasada el papá de los niños pudo atrapar el pez con el guachen que había hecho. ¡Qué alegría! Los tres estaban muy contentos porque ese día tenían ganas de comer un rico salmón que, gracias al papá, pudieron atrapar. Lo mataron, lo abrieron le sacaron las vísceras, lo limpiaron y lo llevaron listo para ponerlo al horno esa noche.



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