LA ANCIANA
La anciana
llega con sus pasos torpes, escurridizos.
Vestida de
negro, ese negro polvoriento por el paso del tiempo.
Con una
pañoleta disimula su giba.
Alza una
mano, sus piernas tiemblan. Rueda por un abismo que no posee nada, ni siquiera
su rostro.
Percibe las
uñas afiladas, la mordaza, los ahogos -las bestias no descansan- piensa.
Vuelven a bramar si no consiguen lo esperado. Acechan.
No desalojan
los espacios.
Su cuerpo,
los otros cuerpos tiemblan, los encierran para siempre, por aquello que
contemplaron, que soñaron…
La penumbra
de la habitación lastima.
Las ventanas
están clausuradas.
Nuevamente
alza la mano, comienza a arañar el espacio…, el aire -ése que le falta -.
Busca la
botella, la desvencijada mecedora, deja caer su gastado cuerpo.
Bebe. Sus
ojos, sus manos, sus piernas entumecidas se hunden lentamente en el barro de
los recuerdos.
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