miércoles, 25 de julio de 2012

ADA INÉS LERNER


EL REFUGIADO
Confundidos por el polvo del desierto, sus ojos como barcos muertos ya no distinguen el borde del abismo, ni el sendero escarpado, ni una piedra del animal rastrero. 
Huye porque sí, ya no pregunta por la libertad posible, no busca la fuente para su sed, ni responde por su dios que lo aturde con el silencio.
En el miedo secular que lo inunda, percibe la sinrazón en la sabana amarillenta, estéril, más allá de una frontera cualquiera, no importa dónde, para él será igual. 
No oye los susurros ni los gritos.
Su cuerpo es un pájaro pesado, torpe, no recuerda en que árbol perdió su nido, sólo puede seguir y seguir y tropezar con esqueletos de bestias sedientas.
No puede detener el paso, menos yacer en paz. Gime de sed el niño sobre sus hombros lacerados, le exige seguir, errante peregrino. 
Cuando cae, sus huellas ya estaban borradas…


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