"Estoy esperando a Ceci. Te
quiero", decía el mensaje de texto. Lo leyó
lentamente detrás de una mueca como una sonrisa mientras el subte se detenía en
la estación Florida de la línea B. Otra vez, pensó, cuando llega la fecha del
cumpleaños de su madre, Mariana empieza a ponerse tan demandante que no sé como
hacer para satisfacerla. Caminó las tres cuadras que lo separaban del banco
donde trabajaba y guardó su celular en el bolsillo interior del saco, un
celular viejo que sólo servía para enviar y recibir llamadas, pero que guardaba
con cariño porque ella se lo había regalado para el aniversario de casamiento.
El otoño se estaba cerrando sobre el cielo
de junio y la ciudad se ponía triste como el brillo de sus ojos. Entró en su
oficina y llamó a Patricia, su secretaria, para conocer las novedades de su agenda.
Hacía 25 años que trabajaba en el banco y su carrera lo había llevado a la
gerencia de créditos. Tal vez si hubiera aceptado ir a la sucursal de la ciudad
de Paraná, donde había nacido, ahora no tendría que extrañar esos paisajes tan
queridos donde vivió los juegos de la infancia, la morosidad de sus días tibios
junto al río y las siestas de su adolescencia donde amó por primera vez.
"Estoy tomando un té con mi amiga en
La Paz. Te amo", leyó nuevamente
en la pantalla del celular, pero no contestó el texto porque sabía que sería
inútil. Inútiles como las palabras que últimamente sonaban solitarias en la
casita de Parque Chas, esa que habían comprado con una hipoteca para criar a
los hijos que nunca tuvieron. Él sentía que sus palabras se perdían irremediablemente
detrás de los pasos de la mujer que amaba pero no que podía terminar de atrapar
en su corazón. La mujer que siempre se estaba yendo pero regresaba, esa mujer
tan desconocida como cotidiana que se hacía presente en cada pensamiento, en
cada mirada, en cada mensaje sin voz guardado en esa cajita negra como un
secreto.
Levantó la vista sobre la pantalla de la
computadora y miró a su secretaria acomodando papeles en su escritorio, ella se
dio cuenta y le arrojó una sonrisa con cierta maldad. Hacía mucho tiempo que no
le prestaba atención a una compañera de trabajo y lo sorprendió su propia
reacción al reconocer en ese otro rostro la maldad escondida de Mariana.
Patricia se levanto de su asiento y se le acercó con unas carpetas para hacerle
una consulta. Él la miró fijamente caminar y le devolvió la misma sonrisa.
"Amor, me voy para casa, tengo que
preparar el bolso para el viaje". Giró el
sillón en el que estaba sentado y miró a través del gran ventanal del edificio
torre la Plaza de Mayo. Allí la había conocido el día de la asunción del
presidente Alfonsín, los dos militaban en la juventud radical y estaban con sus
compañeros del colegio secundario. Recordó las banderas, la muchedumbre, el
renacer de los ideales que le había inculcado su padre y esos ojos, los ojos de
Mariana que a partir de ese momento no podría olvidar jamás.
Patricia le mencionó que en pocos minutos
tendría una reunión de gerentes en el último piso, él asintió con la cabeza y
se levantó de su asiento para descolgar el saco del perchero que estaba a su
derecha. Dejó el celular en el cajón del escritorio y sólo llevó encima el
provisto por la empresa. Mientras esperaba el ascensor le pareció haber
escuchado que su secretaria lo había llamado por su nombre: Andrés.
La reunión transcurrió con la misma
tensión de siempre, la feroz competencia, a veces desleal, que había entre los
integrantes del grupo de gerentes no permitía elaborar proyectos nuevos. Él se
sintió ausente, ese día poco le interesaban las cuestiones del banco y menos
las peleas entre sus pares. Pensaba en salir rápidamente de la oficina para ir
a tomar un café a la galería Güemes y de paso fumar un cigarrillo. A Mariana le
gustaba esperarlo allí a la salida del trabajo, mirar las vidrieras y hacer
algunas compras. A veces iban a ver una
película a los cines de la calle Lavalle, a los dos le gustaban las italianas
en especial las de Héctor Scolla. Siempre que se encontraban ella le hacía
pequeños regalos o le escribía algún poema de amor en una servilleta de papel.
Cuando volvió a su despacho encontró en el
celular otro mensaje de texto: "Corazón me voy rápido a la terminal de
Retiro, acordáte que es el cumple de mamá". Y sintió un ligero
fastidio hasta ahora desconocido, tuvo De regreso a su casa decidió cambiar el
camino habitual, eligió volver por la avenida Corrientes para detenerse en las
librerías a hojear los libros de reciente aparición, mirar las marquesinas de
los teatros y tomar un buen escocés en la Premier. Necesitaba pensar en sí
mismo, cambiar su manera de vivir, hacer algo gratificante porque las horas del
día se estaban convirtiendo en tedio. Sin embargo hacía años que no se sentía
tan libre, tan liviano, como en ese atardecer. Sintió que empezaba a atravesar
la oscuridad encendiendo las brasas de su deseo.
Mientras saboreaba el último trago sonó el
nuevamente el celular: "Te mando un versito para que me extrañes":
"Te dejo mis labios con dos besos, / el perfume arrugado entre las
sábanas, / y el otoño colgado en la ventana. / Te dejo suspiros vestidos de rojo,
/ mis palabras perdidas en un rincón / y un ramillete de no me olvides".
El cielo de Buenos Aires comenzó llover,
Andrés llamó al mozo, pagó la cuenta y salió del local. Bajo las escaleras del
subte apurado por llegar a su casa antes de recibir el último mensaje de texto.
Desde aquella tragedia en donde Mariana perdió la vida todos los 5 de junio su
viejo celular se activaba misteriosamente trayendo su recuerdo.
"Querido, tengo miedo, esta lloviendo
intensamente sobre la ruta y el chofer maneja descontrolado".
Es tiempo de desactivar el celular.
1 comentario:
gracias por este cuento Carlos! Desde la lejana Berlin y una tarde gris te mando un abrazo
Fernando Miceli
PD: podes entrar a mi pagina poetica y leer algunas de mis reflexiones
http://fernandomiceli.jimdo.com/
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