jueves, 26 de julio de 2012

MARISA PRESTI


CREMA DE ENJUAGUE 
Movió lentamente la pierna derecha, empujando la sábana arrugada. Entreabrió apenas los ojos, molesta por la claridad que se filtraba por las persianas bajas. Su cuerpo se había adueñado de la doble plaza; estirada en diagonal, parecía poseer todo el espacio del amplio colchón que apenas un rato antes había albergado a dos. Pensó en levantarse, se imaginó apoyando los pies en el suelo, poniéndose el deshabillé, arrastrando los pies hasta encontrar los zapatos, se imaginó el movimiento refugiándose en la quietud.
Sonó el teléfono, sólo tenía que estirar el brazo para alcanzarlo. Estuvo a punto de hacerlo, pero siguió aferrada a la almohada. La llamada se reiteró varias veces. La noche debía de ser eterna, pensó. Negocios, familia, chismes, buenas noticias, malas noticias, me da lo mismo, murmuró para sí. Sintió el ruido de la ducha, abierta al máximo como a él le gustaba. El baño ocupado la conectó con la necesidad de orinar, la noche había sido larga, cargada de reproches y silencios, de pastillas tragadas en seco, de tensiones en el cuello y en los muslos. Apretó las piernas, dispuesta a aguantarse, imaginando el momento en que se fuera para disponer a voluntad del inodoro. En realidad, si no fuera porque tenían un solo baño, no le importaba demasiado su presencia. Se había acostumbrado a compartir sin diálogo, a mirar sin verlo, a comer sola y dejarle un plato sobre la mesa.
El ruido del diario pasando por debajo de la puerta de entrada no modificó su postura. Le hubiera gustado ir a buscarlo, como hacía años atrás, cuando se apuraba a preparar el desayuno antes que él saliera del baño: el café, la leche, las tostadas tibias y el diario doblado en dos. Apretó las uñas contra la almohada, la suavidad le resultaba insoportable. Pensó en los fakires que descansan sobre un colchón de clavos, imaginó cada punta hundiéndose en su cuerpo mientras un grito sordo se detenía en su garganta. Necesitaba el dolor para contrarrestar la angustia.
Volvieron a su mente cada una de las acusaciones. Podía haberlas rechazado, pero no lo hizo. El enchufe de la heladera está flojo, puede producir un cortocircuito, te lo dije mil veces, ¿por qué mierda no lo hacés arreglar? Seguís encerando el piso después del golpe que me di, ¿querés que me mate? ¿Por qué ponés flores en el dormitorio?, sabés que me traen alergia. Limpiá la bañera después de bañarte, dejás todo resbaloso con esa crema que usás para el pelo.
Hundida contra la almohada, su boca dibujó una leve sonrisa mientras sus ojos seguían negándose a la luz que ya inundaba la habitación. En los últimos años, pensó,  su única resistencia era la rebelión silenciosa. El teléfono volvió a sonar insistente; creyó escuchar su voz gritándole desde el baño. Podía haber contestado, pero sólo apretó la sábana con el puño y fue en ese momento cuando escuchó un ruido seco. La ducha siguió cayendo. Pensó en levantarse para ver qué había pasado, pero no lo hizo.

 



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