CREMA DE ENJUAGUE
Movió lentamente la pierna derecha,
empujando la sábana arrugada. Entreabrió apenas los ojos, molesta por la
claridad que se filtraba por las persianas bajas. Su cuerpo se había adueñado
de la doble plaza; estirada en diagonal, parecía poseer todo el espacio del
amplio colchón que apenas un rato antes había albergado a dos. Pensó en
levantarse, se imaginó apoyando los pies en el suelo, poniéndose el deshabillé,
arrastrando los pies hasta encontrar los zapatos, se imaginó el movimiento refugiándose
en la quietud.
Sonó el
teléfono, sólo tenía que estirar el brazo para alcanzarlo. Estuvo a punto de
hacerlo, pero siguió aferrada a la almohada. La llamada se reiteró varias
veces. La noche debía de ser eterna, pensó. Negocios, familia, chismes, buenas
noticias, malas noticias, me da lo mismo, murmuró para sí. Sintió el ruido de
la ducha, abierta al máximo como a él le gustaba. El baño ocupado la conectó
con la necesidad de orinar, la noche había sido larga, cargada de reproches y
silencios, de pastillas tragadas en seco, de tensiones en el cuello y en los
muslos. Apretó las piernas, dispuesta a aguantarse, imaginando el momento en
que se fuera para disponer a voluntad del inodoro. En realidad, si no fuera
porque tenían un solo baño, no le importaba demasiado su presencia. Se había
acostumbrado a compartir sin diálogo, a mirar sin verlo, a comer sola y dejarle
un plato sobre la mesa.
El ruido del
diario pasando por debajo de la puerta de entrada no modificó su postura. Le
hubiera gustado ir a buscarlo, como hacía años atrás, cuando se apuraba a
preparar el desayuno antes que él saliera del baño: el café, la leche, las
tostadas tibias y el diario doblado en dos. Apretó las uñas contra la almohada,
la suavidad le resultaba insoportable. Pensó en los fakires que descansan sobre
un colchón de clavos, imaginó cada punta hundiéndose en su cuerpo mientras un
grito sordo se detenía en su garganta. Necesitaba el dolor para contrarrestar
la angustia.
Volvieron a
su mente cada una de las acusaciones. Podía haberlas rechazado, pero no lo
hizo. El enchufe de la heladera está flojo, puede producir un cortocircuito, te
lo dije mil veces, ¿por qué mierda no lo hacés arreglar? Seguís encerando el
piso después del golpe que me di, ¿querés que me mate? ¿Por qué ponés flores en
el dormitorio?, sabés que me traen alergia. Limpiá la bañera después de bañarte,
dejás todo resbaloso con esa crema que usás para el pelo.
Hundida
contra la almohada, su boca dibujó una leve sonrisa mientras sus ojos seguían negándose
a la luz que ya inundaba la habitación. En los últimos años, pensó, su única resistencia era la rebelión
silenciosa. El teléfono volvió a sonar insistente; creyó escuchar su voz
gritándole desde el baño. Podía haber contestado, pero sólo apretó la sábana
con el puño y fue en ese momento cuando escuchó un ruido seco. La ducha siguió
cayendo. Pensó en levantarse para ver qué había pasado, pero no lo hizo.
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