LUISITO
Era una
tarde de agosto. Todo era tranquilidad. Los chicos corrían por el parque
mientras el perro también lo hacía tras ellos ladrando.
Javier
acababa de llegar y se había tirado a descansar en el sofá cerca de los leños.
Hacía frío. Llamé a los niños a
merendar, tras ellos fuertemente armados entraron tres hombres. Los pequeños
asustados se escondieron bajo la escalera, Javier atinó a forcejear con uno de
ellos, éste levantó el arma y disparó hacia el techo, otro me tomó a mí por
detrás, Luisito, el hijo mayor de apenas nueve años corrió hasta llegar a la
puerta para pedir ayuda, pero el tercer hombre
se lo impidió de un empujón. Volvió a sonar un disparo y esta vez lo vi
a Javier caído lleno de sangre, sin poder
correr hacia él, asustados los delincuentes huyeron porque todo se había
complicado. Cuando pude por fin abrazarlo sentí que se me iba de esta vida sin
poder hacer nada, de un momento para otro todo se había destruido. Nunca pude
recuperarme a este dolor, mi cabeza estaba vacía, pero en otro tiempo, pasaba
el día pensando, proyectando sueños sobre el futuro.
No intuía que aquella tarde iba a quedar
grabada en su memoria por muchos años. Luis todavía se siente culpable.
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