RUTINA
Acostados en
la cama, hace rato que están en silencio, sin tocarse. Sólo se escucha la
respiración entrecortada de la mujer, que ahoga sollozos.
El hombre
acomoda la sábana y trata de cubrirse, como avergonzado de su desnudez. Ella no
hace ningún movimiento, su cuerpo apenas registra la situación.
Piensan.
Cada uno piensa por su lado. Ella pasea la memoria desde el principio, cuando
se conocieron. El, recuerda la última pelea, el último beso.
Las diferencias
que en algún momento fueron motivo de conversaciones, de caricias, de acuerdos,
hoy son parte del frío que reina en la habitación.
De golpe,
ella quiere hablar, pero no puede. Las palabras mueren antes de salir.
Conciliatorio,
el hombre se levanta y va en busca de dos vasos de whisky, puro, como a ella le
gusta, y vuelve a la cama. ¿Te acordás cómo charlábamos entre sorbo y sorbo?,
le dice. Si parecíamos dos adolescentes, emborrachándonos de ilusiones.
La mujer
sigue en silencio. Gastó todos los sueños en una batalla de perdedores, así lo
siente, y no tiene respuestas.
Extiende la
mano hacia la mesita de luz y toma dos cigarrillos, que prende a lo Bogart,
como lo hicieron siempre, durante años.
Ahora,
alternan la bebida con las bocanadas de humo. La bronca se esfuma despacio y el
aire se impregna de palabras no dichas, de deseos reprimidos, de hechos que no
llegaron a la realidad.
Se van
acercando, lentamente. Se tocan, primero con suavidad, luego con avidez,
desangrando la furia, hasta fusionarse.
La rutina
vuelve a unirlos.
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