lunes, 23 de julio de 2012

JUANA ROSA SCHUSTER



CARTA DE UNA PASAJERA (AÑO 1912)

Querido Willy:
Te sigo amando a pesar de los consejos familiares. Sé de tus infidelidades. Siempre traté de mantener la familia unida. Por esa razón, continué a tu lado como si nada ocurriese. Traté de ser el ama de casa perfecta, pero eso no bastó.
Mamá me había enseñado a cocinar desde pequeña. A los cinco años la ayudaba a preparar los fideos a mano.
Cuando me llevaste a tu casa por primera vez, tu madre me sometió a un interrogatorio molesto.
-¿Sabés cocinar?
-Sí señora.
-¿Sabés coser?
-Claro que sí, mi progenitora puso una aguja en mi mano a los 4 años.
-¿Fregás los pisos?
-Por supuesto, señora.
Me miró desde la cabeza a los pies y preguntó si vestía en todo momento con el mismo decoro.
Le contestaste con una afirmación.
Fui aceptada por tus padres, previa conversación entre los dos en un lugar apartado.
Meses después nos comprometimos en casa. A los pocos días nos casamos. Vinieron los hijos. Fui feliz.
Estaba habituada a obedecer y vos a mandar. Todos los domingos iba a misa con los chicos. Siempre fui muy creyente.
Creía ser dichosa hasta hace pocos días, en que te vi salir del cabaret más conocido de la ciudad. Eras vos, sin duda.
Llegué a casa y lloré mucho. Abracé a los niños y les dije: -Vamos a irnos en un largo viaje-.
Vivíamos en Southampton. Conté el dinero que guardaba en el florero, regalo de bodas, y ayer compré los pasajes para los chicos y yo. Quiero ir a New York donde vive una tía de mi madre. Ahora estamos en el Titanic. Nos remolca otro barco. Viajamos en tercera clase. Se escuchan los bandoneones. Es todo muy alegre. Estamos en el camarote. Los niños preguntan por su padre. Les dije que vendría a casa de Tía Elizabeth. Tal vez allí hablemos.

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