CARTA DE UNA PASAJERA (AÑO 1912)
Querido Willy:
Te sigo
amando a pesar de los consejos familiares. Sé de tus infidelidades. Siempre
traté de mantener la familia unida. Por esa razón, continué a tu lado como si
nada ocurriese. Traté de ser el ama de casa perfecta, pero eso no bastó.
Mamá me
había enseñado a cocinar desde pequeña. A los cinco años la ayudaba a preparar
los fideos a mano.
Cuando me
llevaste a tu casa por primera vez, tu madre me sometió a un interrogatorio
molesto.
-¿Sabés
cocinar?
-Sí señora.
-¿Sabés
coser?
-Claro que
sí, mi progenitora puso una aguja en mi mano a los 4 años.
-¿Fregás los
pisos?
-Por
supuesto, señora.
Me miró
desde la cabeza a los pies y preguntó si vestía en todo momento con el mismo
decoro.
Le
contestaste con una afirmación.
Fui aceptada
por tus padres, previa conversación entre los dos en un lugar apartado.
Meses
después nos comprometimos en casa. A los pocos días nos casamos. Vinieron los
hijos. Fui feliz.
Estaba
habituada a obedecer y vos a mandar. Todos los domingos iba a misa con los
chicos. Siempre fui muy creyente.
Creía ser
dichosa hasta hace pocos días, en que te vi salir del cabaret más conocido de
la ciudad. Eras vos, sin duda.
Llegué a
casa y lloré mucho. Abracé a los niños y les dije: -Vamos a irnos en un largo
viaje-.
Vivíamos en
Southampton. Conté el dinero que guardaba en el florero, regalo de bodas, y
ayer compré los pasajes para los chicos y yo. Quiero ir a New York donde vive
una tía de mi madre. Ahora estamos en el Titanic. Nos remolca otro barco.
Viajamos en tercera clase. Se escuchan los bandoneones. Es todo muy alegre.
Estamos en el camarote. Los niños preguntan por su padre. Les dije que vendría
a casa de Tía Elizabeth. Tal vez allí hablemos.
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