jueves, 26 de julio de 2012

ELLE PANIQUE (ESPAÑA)


... Y OTROS CUENTOS

¿Quién es el señor Martín?

El señor Martín se sentía de aquí y de allá por dónde pasara, rodaballo y sobretela, del ancho y del estrecho. Al llover no se sacaba de paraguas porque en llover era un todo al completo: era nube y gabardina, gota compungida por lastimarse de paraguas o mojarse de gabardina. Se alcanzaba de sombra las ramificaciones sensibles de señor Martín, de puntillas se sonaba de timbre y se cruzaba de calle para terminar de poeta encogido de conglomeración del tráfico precavido de no ser pitado en las bocinas para temblarse de aire. Se recogía de hojas caducas de los árboles en bolsas enormes de basura para proporcionarse algo de guarida de fría noche frente al Sena; y cuando de balcón próximo alguna señora en riña de su marido le tiraba de traje y de muda, pasaba apuro de su orden público al trasmitírsele una sensación de agravio al verse arrastrado de calle sin lo privado del cuento que echara de vecino de enfrente.

En la ciudad de las letras

En la ciudad de las letras no existen números, no se escriben, no se anotan y las cuentas se hacen a ojo de buen cubero, todos presumen la existencia de los demás, un mundo donde se cuenta con los dedos, la tiza suma y la raíz se desdobla en dos al menos. Un mundo más grande en que la gente no se pierde por contada, dónde los libros se pasan hoja numerada con el dedo… ¡Todo parece maravilloso!, y a altas horas de la noche no contada todos buscan en sus bibliotecas. Les desanima por contra la noción numeral en exceso, que la costumbre de llamar por teléfono con dígitos asignados haga imposible con un simple descolgar del auricular una telefonista amable, al invocar un nombre y una calle sin más, enchufe la clavija de la centralita a la casa que se le pide. También oyeron de contagios de alguna melancolía propia de la unidad, ellos que nunca saben de soledad,  a solas no se hayan, es un concepto que les pierde por no atentos y no demoran en ello.

La novela higiénica del señor Babineaux

Cuando las rues corrían por espacios inconmensurables, en donde no encontrar jamás el máximo común divisor de ninguna (por infinitas), ni el mínimo común divisor (por lo mismo), y al tiempo le sufría su ocupación que ni a un ras de hueco se vendía una ficción de sereno excitado, ni una mirilla, ni un rellano, ni un correveidile, vino el rollo a mudar, ahí estaba la olla. En deslizar el papel para que los nunca horas antes de tirar de la cadena tras ceñirse tirasen de los ojos en fragmentados de lector del verbo ser- y del verbo estar- entre los haberes y los hallarse. El que las palabras se entrecortaran con frecuencia en los márgenes creaba cierta incertidumbre por seguirlas en una ocurrencia de engañar lo eterno con lo breve del señor Babineaux. Y la crónica de la época a falta de tiempo nos dice: Los lectores se inquietan y curiosean el papel por averiguar quién la escribe, solo al final se descubre, y no conviene desmadrarla, desmadejarla a destiempo, asustarla con el perro. Cuentan que la tinta está tan fresca que se teme que las prisas de leer encuentre a los destiempos de autor en que pillarle la mano final. Ya nadie se atreve a ofrecer novelas sin el formato higiénico, ya no se dice el desarrollo de la ficción sino el desenrollo de la ficción y no existe meollo sino tubo de cartón. La estrechez de miras está de moda, leer en estrecho hace deseable el techo de gastos de tiempo.

De joven escritor

Quería mucho a Amalia pero no lo entendía así, ella se pensaba descuido que no pusiera signos en las cartas de amor que le enviara aunque yo la dijera: "Los signos de puntuación son un desprecio por seguir de carrerilla y contarte cuánto te quiero"
Pero a ella le parecían signos de amor:
-No vengas con nuevas que yo ya vengo de regreso, no pones la preocupación que en el escribir de los demás.
Y debía decirle de nuevo:
"No seas boba, a ellos no les ofrezco lo mismo porque les ofrezco solo lo suyo"
Y ella replicaba:
-Pues yo quiero lo mío.

Cuando las mujeres se anudaban a uno así de exigentes había de dejarlas. Al principio era bello, aún era un escritor nobel que vendía algún cuento, alguna ilusión  joven, y de eso proporcionaba el ocio bohemio de llevar a mi amada frente a los escaparates y susurrarla en mi derrota que todo aquello que veía era nuestro pues no era ni suyo ni mío. Ella se ilusionaba y con una sonrisa soñaba díscola en ese zaguán bajos de realidad pero altos de fantasía. Todo escaparate sumaba al amor hasta que vendía el siguiente cuento y ya no recordaba que todo era nuestro.

Vaya con Dios


Hace muchos nombres que me voy.
-Vaya con Dios.
-Antoine que quemas la leche.
-Vaya por Dios.
Se quiebra el apego de la mano a la cafetera, esa distancia tan tan corta.
-Toni que huele a humo.
-Vaya por Dios.
El brasero a la camilla, esa simbiosis tan tan casera.
-Bony que hace frío.
-Vaya por Dios.
La puerta al quicio, ese cierre tan tan seguro.
-Bobini que ya es la hora.
-Vaya por Dios.
El reloj al shock de las horas por devenir, ese contemporáneo tan tan exhibicionista.
-La luz Antonin.
-Vaya por Dios.
La luz a las hojas para pretexto de pagada, esa pagana tan tan deslumbrante.
Hace muchos nombres propios que me voy….
-Vaya con Dios.

Nota: En francés los diminutos de Antoine son todos los señalados.

 



No hay comentarios: