Tiempo de descuento
Liliana Isabel González
Esa
mañana de Septiembre, Justina abrió el diario de papel de atrás para adelante.
Se había prometido ir al gimnasio y empezar la dieta, en fin, recibir el mes
con alguna novedad que la obligara a sacudir el apoltronamiento que le había
ensanchado las caderas al ritmo de la elasticidad de las calzas. Federico tomó
el avión en Dublin. Abrió la billetera y contempló orgulloso los euros que
había ganado con el proyecto de energía eólica que el Reino Unido le había
vendido al gobierno argentino. Justina guardó la billetera en su bolso. Agarró
las llaves del auto. Apagó el gas. Desenchufó la pava eléctrica. Casi en el umbral
de su PH reciclado volvió sobre sus pasos. Faltaba su computadora portátil. Esa
que Federico le había regalado como reconocimiento a la gestión en la embajada
con el canciller de turno. En dos zancadas estuvo en el dormitorio que aún olía
a aceite de jazmín. Las gotitas de sudor resbalaban por su espalda bronceada.
Maldijo a los cuatro vientos. Detestaba ese calorón que ponía al descubierto su
edad. La frase clave del horóscopo diariero “la gestación de grandes obras
suele llevar tiempo” le retumbaba en su oído derecho el más predispuesto para
escuchar propuestas afortunadas. Si, precisamente allí Federico le susurró que
necesitaba su intervención para acelerar los trámites. Tenía grabado el pedido
de esa voz envolvente e impostada. Lista para la oratoria y para la seducción.
Daba lo mismo. Sin embargo se humedecía con solo recordarla. Federico le avisó
por mensaje de texto la hora estimada de arribo al aeropuerto. Justina no
quería hacerlo esperar. Llegó temprano. Su intuición superó la lógica del
cronograma de vuelo. El arribo de Federico se adelantó. Él su equipaje y su
atracción la esperaban en el mostrador de la aerolínea de bandera. Verlo antes
de lo previsto, la sobresaltó. Su cliente permanecía de espalda con un trámite
entre manos. Una oleada de calor le devoró el maquillaje. Casi sin pensar se le
escapó “…Señor Federico llegó antes…” Él giró sereno la reconoció la scaneó sin
disimulo y le sonrió. Si Justina y creo nos debemos un encuentro para
puntualizar como operaremos de ahora en adelante. Ella retrocedió unos pasos
intimidada por lo que sentía un lío en marcha. Una combinación entre pasión no
declarada y trabajo. Respiró hondo atornilló su decisión a su voz aguda y
declaró: Señor Federico yo lo banco en todo pero sus palabras me inquietan.
Permítame acercarlo al Country Taxco y hablemos de trabajo mañana. Un silencio
enigmático se apoderó del lugar que detuvo su andar al menos para ellos dos.
Federico sonrió y aceptó lo que la voz chillona de Justina había grabado en el
aire. Está bien lléveme a casa y dejemos pendiente las novedades, de todas
maneras usted ya sabe, todo es cuestión de tiempo y yo sé perfectamente como
administrarlo. Justina aceptó dócil. Sus piernas obedientes y regordetas se
movieron presurosas rumbo al estacionamiento.
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