domingo, 13 de septiembre de 2015

Carlos Margiotta



Demasiado rubia para morir así (III)  
Carlos Margiotta

Angélica me estaba esperando vestida de elegante sport, con una campera de cuero y un pantalón de pana ajustado, era la ropa que había traído para el fin de semana. “Hola amor, quiero ir a comer al Tigre, yo invito, necesito comprar unas cosas en el Puerto de Frutos”, dijo antes de zamparme un beso prolongado en la boca.
Bajamos a la cochera y subimos al Gol -no me gusta manejar en la capital pero en ocasiones como ésta lo disfruto- además la Tana estaba radiante con su belleza rara que me atraía tanto y me devolvía mis mejores años.
En el camino no paró de hablar, haciendo planes sobre nuestro futuro, incluso llegó a proponerme que me mudara con ella a Saladillo, ciudad en la que vivía desde los tres años. Yo asentía con la cabeza dejándola soñar pero sin responder a su reclamo. Mis pensamientos estaban ocupados en el caso Luciana.
En uno de los peajes de la Panamericana recibí el llamado de Barrientos contándome que estuvo con los padres de la víctima y que no sabían nada del pasaje a Necochea, ni conocían la existencia de algún novio, ni tampoco de amigos o amigas, salvo la relación con tres compañeras de estudio a las que iba a interrogar. “…gente muy sencilla, laburadora”, finalizó diciendo.
Llegamos al Tigre a las 3 de la tarde, el plan era tomar una lancha e ir a un recreo para pasar la noche. “No te enojes reservé una habitación en un lugar de cultura oriental, se hace meditación, yoga, se comen verduras, y se reza una oración al atardecer mirando el poniente, Bhagavad-Delta, se llama”. Yo trague saliva y puse mi mejor cara de felicidad para no arruinar el día. “Vamos a comer por acá”, dije, y nos fuimos a una parrilla de la costanera ceca de viejo Casino. Mientras esperábamos que nos sirvieran la comida Crónica TV anunciaba el crimen de la rubia a través del televisor que colgaba en el  local. En la nota le hacían entrevistas a algunos  vecinos, apenas pude escuchar entre el ruido de los comensales que se trataba de una buena piba, estudiosa, tranquila y solidaria con los asuntos del barrio.
Subimos a la lancha que nos llevaría al recreo y apagué el smart-phone para no molestar a la Tana que tantas atenciones tenía conmigo. Una mujer vestida de hindú nos llevó a una habitación de madera frente al río, la decoración estaba llena de almohadones, estatuitas de Buda y fotos de Sai Baba. Mientras Angélica se cambiaba de ropa fui a dar una vuelta por el lugar, era una excusa para prender el celular y ver los mensajes. Mi amigo Guzmán, desde la Terminal de Retiro, me informaba que el pasaje a Necochea había salido completo con la excepción del asiento de la víctima y que el asiento contiguo estaba a nombre de un tal Gonzalo Perrone. Sabía que ese dato no era significativo pero seguí mi corazonada y le reenvié el mensaje a Barrientos junto con la planilla del pasaje.
Esperábamos la noche reclinados sobre unas reposeras junto al río. Los demás visitantes –dos parejas de jóvenes y dos mujeres maduras- oraban varios metros detrás nuestro, era como un murmullo que cortaba el aire manso del atardecer. Más tarde nos encontraríamos todos en la cena rodeados de canastos con frutas y panes caseros hechos en un hormo de barro que descansaba detrás de la cocina.
La luna creció pintando el agua de blanco y el paso de alguna lancha tiñó la orilla de estrellas. Entonces Angélica se soltó el pelo agitando su cabeza, y me miró a los ojos. Yo sabía que me quería decir con ese gesto y nos fuimos a la habitación.
El domingo nos levantamos temprano y después de desayunar tomamos la lancha de regreso al Puerto de Frutos. Allí la Tana compró unos regalos para la hija mientras yo me paseaba por el muelle disfrutando del sol y de la vida.
Cuando llegamos a mi departamento noté a una Angélica extraña, ya no sonreía y parecía preocupada. “Me voy a casa” dijo abruptamente, “Necesito estar en mi casa. Perdóname Arévalo, no me pidas explicaciones”, la miré desconcertado. “No es con vos, entendeme son cosas mías”. La lleve a la terminal de las combis debajo del Obelisco, volví a casa, estaba cansado y me acosté a dormir una siesta tardía. Eso me pasa por salir con mujeres más jóvenes que yo, pensé.
El lunes temprano recibí el informe de la autopsia: “El arma homicida pudo haber sido un destornillador tipo parker que atravesó la medula espinal entre la 15 y 16 vértebra. No había restos de actividad sexual, ni otras lastimaduras en el cuerpo, sólo se encontraron algunos vellos púbicos que se enviaron al laboratorio para obtener el ADN. Tomé un café en los Galgos y ojee los diarios. La foto de Luciana aprecia en la sección policial. Era hora de visitar a Mimí.
Salí del café a caminar por Plaza Lavalle, suelo sentarme en algún banco para meditar entre al Palacio de Justicia y el Teatro Colón, ente la paz de una utopía y las melodías celestiales. Al rato decidí llamar a Martina, una médica veterinaria de Necochea, hija de un gran amigo con el que integrábamos la “línea dura” de la repartición cuando nos enfrentábamos a algunos sectores policiales corruptos. Hacía pocos años había muerto en un tiroteo con la mafia del puerto de Quequén. Le conté lo que pasaba y le pedí que me averiguara por sus contactos los antecedentes de los pasajeros que viajaron el 17 de Julio, a las 23 horas, a esa ciudad por la empresa Domínguez, y le pase la lista que me había enviado Guzmán. Yo sabía que Barrientos iba por lo seguro y no iba a perder tiempo siguiendo mi corazonada. Antes de terminar la conversación me dice: “Tío, conozco a uno de ellos” y me habla de Gonzalo Perrone, “… era compañero del colegio y se dedica a trabajos de albañilería, pintura y plomería. Es un tipo jodido, seduce a las clientas, le saca plata por adelantado y no les termina nunca el trabajo. Se fue a vivir a Buenos Aires hace algunos años donde esta casado y con una hija”.
¡Qué historia, estoy cansado de estas historias!, pensé.
En eso me llama la Tana, “…perdoname lo de ayer pero ando con muchos problemas…”, hice como que la escuchaba y traté de no enroscarme en una conversación sin salida, “…llamame…”, terminó diciendo.
Emprendí mi camino hasta el boliche de Mimí, enfrente de donde había estado el viejo Clínicas. El bar estaba con pocos estudiantes, ella me llamó con la mano y pase detrás del mostrador. “Sí, la piba venia seguido, siempre acompañada por dos o tres compañeras de la facu, a veces se quedaba hasta tarde estudiando” y ante una pregunta puntual, contestó: “No noté nada en particular, aunque en ocasiones la veía muy cariñosa con una piba morocha. Nada en especial, viste como son las chicas ahora, parece que se manosean pero lo hacen para calentar a los muchachos”. Me despedí de Mimí con beso y las gracias.
Tenía hambre pero era todavía temprano para almorzar, volví a la oficina, tenía un mensaje en el contestado de una vieja clienta que quería consultarme porque sospechaba que la socia en un negocio de ropa le robaba. No le contesté. Habían llegado las facturas del teléfono y de intenet pero tampoco abrí los sobres. La llamé a la Tana y no tuve respuesta. Me dieron ganas de dejar de trabajar y mandar todo a la mierda. Antes de salir recibí unas fotos que Martina me había prometido, era Gonzalo en una fiesta de egresados, el tipo me parecía cara conocida. Lo llamé a Barrientos para informarle de asunto. Me atendió brevemente, estaba interrogando a algunas de las compañeras de Luciana. “Después te llamo”, dijo.
Salí a comer, no quería llenarme el estómago y entré en la Academia y pedí un te de hierbas con un tostado. Después iría a caminar por Corrientes para recorrer las librerías y ver qué de nuevo había en novelas policiales. El género había cambiado mucho desde que empecé a leerlas, ahora me entusiasman las provenientes de los países nórdicos, y recordé mi viejo sueño de convertirme en escritor. “Usted escribe muy bien Arévalo” decía mi superior cuando presentaba mis informes en la escuela de policía. “Cuando se retire puede dedicarse a eso”. La opinión era compartida por el jefe de redacción del diario el Popular, vecino mío de la época en que vivía en Avellaneda.
Últimamente habían vuelto mis deseos dedicarme a escribir novelas policiales, tenía el conocimiento, la experiencia y los contactos suficientes para poder hacerlo. Tendría que hablar con Lido, un amigo editor, para que me aconsejara sobre el tema y buscar un seudónimo, pensé.  
Estaba por pagar la cuenta y recibo un mensaje de Barrientos “Tengo a una sospechosa, parece que la víctima tenía una pareja femenina, no te puedo dar más detalles”. Crucé Callao y cuando llegué a la librería Hernández entré a saludar al viejo Rinaldi que me invitó con un café. “Hoy se escribe mucho y mal, se publica mucha mierda y se vende poco porque se lee poco”, dijo. Al salir me paré a leer los afiches de las películas del cine Lorca, estaba por empezar una italiana de Moretti, entré para distraerme y abrir un paréntesis en lo cotidiano sin culpa. Salí conmovido, el film me había pegado ahí, donde mueren las palabras. Cuando caminaba de regreso a casa vi a mi madre llevándome de la mano hasta detenerse un quiosco y pedir: “Una cajita de maní con chocolate”, sonreí para mis adentros.
El martes amaneció gris, había dormido bien y creo haber soñado que firmaba libros en la presentación de mi primera novela. Un mensaje de Barrientos decía que encontraron un destornillador tipo parker enterrado en una maceta de la terraza de un vecino y que no se reconocieron huellas. “Nos tenemos que encontrar… tengo novedades para contarte…” escribí, “Mas tarde nos vemos”, dijo. Yo había decidido colgar los botines pero no quería hacerlo hasta cerrar el caso. Estaba seguro que la clave estaba en la relación entre Luciana, Gonzalo y otra piba.
Angélica había desaparecido de la escena y no tenia noticias de ella. Entonces me fui a ver a Mimi. “Que te pasa Arévalo que andas tan ansioso”, dijo al recibirme en su café vacío por las vacaciones de invierno. Le conté que había decidido dejar de trabajar, que tenía unos pesos ahorrados y que pensaba dedicarme a escribir. “Era hora, ya sos grande para andar persiguiendo fantasmas” y me animé a contarle de mi relación con la Tana tratando de que se no pusiera celosa. “…también sos grande para salir con pendejas, además tené en cuenta que salir con un tipo que trabaja buscando asesinos, asusta.”
De allí me fui al San Bernardo, un famoso bar de Villa Crespo. Allí nos encontrábamos cada tanto con algunos muchachos de la promoción. Al llegar recibo un texto de la Tana:
“Hola Arévalo, te extraño, estuve muy ocupada pero mañana estoy por ahí, chau amor”. Comimos una picada con cerveza y jodimos un rato, la mayoría se habían retirado y algunos trabajaban en distintas empresas de vigilancia. Volví a casa medio chispeado y me acosté un rato, necesitaba recomponer los fragmentos dispersos del crimen y pensar en ordenar los de mi vida. En la modorra escuché otra vez la voz de mi padre cuando me llevo el primer día de clase a la escuela de mi barrio: “Seguí tus sueños, no tengas miedo”
A la noche me encontré con Barrientos para cenar en Pippo. Le conté que me retiraba del negocio “Me alegro por usted maestro”. Me contó que por la mañana interrogarían a Gonzalo y que había una tal Melisa muy comprometida. “No tenemos ninguna prueba pero confiamos en que alguno se vaya a quebrar”.  
En la mañana del miércoles escuche el timbre y golpear la puerta, eran las siete, me levante y abrí la puerta. Angélica entró como una tromba, dejó el bolso sobre una silla y dijo: “Tengo ganas de hacerte el amor…” y me arrojo de espaldas sobre la cama. Una hora después estaba agotado pero la Tana insistía y terminamos juntos en una ducha caliente.
¿Cómo anda el caso?”, preguntó. Yo sabía que tenía que sacar a Luciana de entre los dos y que ésta era una oportunidad para afirmar mi decisión de convertirme en escritor, total más adelante podría contarle la verdad.  Nos sentamos frente al café con leche humeante y empecé mi relato. “Es un caso pasional, de esos que empiezan como un juego y terminan en un drama. El dueño de los departamentos donde vivía la víctima recibió una intimación de la compañía de gas para arreglar las cañerías que ponían en peligro la seguridad de los habitantes por su deficiente estado, entonces el propietario contrata a una empresa para su reparación. Uno de los operarios es Gonzalo Perrone, un tipo de unos 35 años, buen mozo con músculos atractivos para cualquier piba. Tiene fama de seductor, aprovechador de mujeres y estafador, por eso tiene que irse de su ciudad natal y venirse para acá, donde tiene una familia. En el trabajo en el PH conoce a Luciana y a sus compañeras de estudio que también se deslumbran por físico y buenos modales. Ellas también actúan el peligroso juego de la seducción, en especial la víctima y Melisa, una de sus mejores amigas, que en ocasiones simulan tener una relación lésbica para calentar al tipo, se exhiben con poca ropa, se tocan se besan y él le sigue el juego. Una vez les trae una caja de alfajores la Grifa de Necochea, ellas también se sienten atraídas por el tipo y empiezan a competir entre ellas y su amistad comienza a resquebrajase”.
Hice un alto en mi relato para hilvanar la historia y la Tana me tomó la mano. “Dale Arévalo que me pongo ansiosa”.
“Bueno, te hago corta. El tipo termina acostándose con una y después con la otra hasta que Melisa descubre que Luciana se va de viaje con él en las vacaciones de invierno, entonces roba de la caja de herramientas de Gonzalo un destornillador para usarlo como arma para matar a su amiga y culparlo a él. Supone que pasarán junto la noche previa al viaje, pero se equivoca, cuando Melisa llega a la casa el tipo ya se había ido y llevado sus partencias. Luciana esta bañándose y se desata el crimen. Melisa entra al baño discuten en voz alta, pasan al dormitorio y le clava el destornillador en la espalda, los gritos desgarradores son escuchados por los vecinos y la asesina huye por las terrazas, en las sombras de la noche su cuerpo se confunde con la un hombre”. Y seguí dándole detalles.
Mientras levantábamos la Angélica me miró sorprendida. “Arévalo no sé como soportas un trabajo así…” Entonces la tomé por la cintura la besé fuertemente, después otra vez en la cama, le conté la verdad.
El viernes Barrientos me manda el informe elevado a sus superiores. Coincidía totalmente con mi relato.

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