La última vez que vi a mi padre
Carlos Margiotta
La
última vez que vi a mi padre, tenía 86 años. Yo lo había ido a visitar a su
domicilio, donde también funcionaba su atelier de sastrería, para invitarlo a
la celebración de la Pascua cristiana que se realizaría en mi casa. Podía
haberlo llamado por teléfono y ahorrarme la molestia, pero a mi padre le
gustaban las formalidades y en sus valores, la familia era un templo sagrado.
-Vení,
sentáte- me dijo, mientras recogía el diario La Nación que estaba en el sillón
contiguo al suyo, separados por una mesita donde descansaba el velador, un
paquete de cigarrillos y el cenicero de onix que le regalara.
-Mirá,
te voy a decir la verdad, estoy saliendo con una señora y voy a pasar la fiesta
con ella-. Yo quedé mudo, aunque algo sabía de esa relación, pero no de su
boca. Él se levantó de su asiento y fue hasta el mueble que oficiaba de bar,
discoteca y depósito de libros, y sirvió dos vasos con whisky. Sólo atiné a decirle
que hiciera lo que creía conveniente, dándole a entender que comprendía la
situación. Las conversaciones con mi padre eran siempre así, llenas de medias
palabras, sobreentendidos, gestos y ausencias que eran necesarias interpretar.
Me fui preguntándome qué me habría querido decir y con la sensación conocida de
que otra vez me estaba mintiendo.
Semanas
después volví, toqué el timbre pero nadie respondió a mi llamado. El encargado
del edificio, al verme, me entregó un sobre de papel madera y un juego de
llaves. En el interior del departamento estaba todo en orden, y en el sillón de
costumbre, La Nación del día anterior. "Ocupáte de todo", decía la
nota dentro del sobre.
Revise
sus pertenencias, miré el placard de la ropa, abrí los cajones de los armarios,
controlé los útiles de trabajo y en el botiquín del baño encontré las pastillas
para el corazón. Nada me hizo suponer, entonces, que se había ido de viaje.
Ocupáte
de todo, era la frase que no llegaba a comprender. Tenía claro que debía pagar
los servicios, mantener la casa funcionando y entregar la ropa de los clientes
que colgaban del perchero. Ya lo había hecho una vez cuando mi padre
desapareció sin avisar y unas semanas después me enteré que había viajado a la
ciudad de Marsalla, para probarle una pilcha al capo mafia del lugar, íntimo
amigo de un diputado nacional cliente de mi viejo. En otra ocasión en la que
estuvo ausente, tuve que imitarle la firma en una escritura pública con la
complicidad del escribano Méndez, otro de sus amigazos. Todo había comenzado,
ahora lo recuerdo, cuando yo tenía 8 años, y mi padre me llevó a ver una propiedad
en construcción que había comprado en la zona céntrica, y me dijo: "Este
departamento lo compre para tu madre, pero no le digas nada, es nuestro
secreto".
En
ese momento mi deseo era dejar todo como estaba y mandarme a mudar. Pero no
pude. A los pocos días me mude a la sastrería. Empecé a contestar sus llamados,
volví a fumar, bebí whisky importado, cite a sus clientes y me convertí en
sastre usando los moldes que mi padre tenía de cada uno de ellos. Llamé a su
colaborador para que me ayudara en el negocio, y al poco tiempo fui era famoso
entre las mujeres, haciéndoles los famosos trajecitos sastre como el que usaba
Eva Perón.
Me
despidieron del trabajo, mi esposa me pidió el divorcio y mis hijos reclamaron
por mi presencia. Pero mi padre seguía sin aparecer. Una parte de mis
sentimientos quería que volviera para quitarme el peso que significaba ocuparme
de todo, y otra parte, deseaba que no apareciera nunca más.
Pasaron
los días, los meses y los años. Yo me enriquecí y con la plata disfruté de la
vida como nunca lo había hecho. Hice amigos en los círculos selectos de la
sociedad, tuve muchas amantes, mujeres finas todas ellas, con las que olvidé
todo el pasado y me convertí en un verdadero dandy porteño.
Ayer
me visito mi hijo mayor para invitarme a la celebración de la Pascua cristiana,
me dio vergüenza decirle que no podía ir, que tenía un compromiso con una
señora con la que estaba saliendo. Me sentí culpable porque la familia es
sagrada. No sé cómo lo habrá tomado, es tan poco demostrativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario