jueves, 18 de junio de 2015

María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena



                    ¿Cómo no buscar a Jesús? 
                 María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena

Hacía mucho tiempo que ya nada lograba emocionarme, hasta ese día.
Caminaba descalza por las arenas blandas de aquella orilla correntina -mezcla de tierra y ladrillo picado- mientras desataba recuerdos y cansancios  apilados en algún rincón del corazón, tratando de encontrar la magia de una sonrisa que lavara las heridas del alma, cuando el horizonte me devolvió otra imagen: La de un pequeño que jugaba más allá...
Acerqué mis pasos hasta él, que ni siquiera los advirtió –o al menos eso me pareció- y me acuclillé a su lado. Los dos mirando al frente. Los dos atrapando las luces que cabalgaban en la cresta de las aguas, cedidas por la redonda luna del Taragüi... Ambos en silencio por bastante tiempo.
De pronto sentí necesidad de saber y hablé, aún mirando las aguas que ya me devolvían  luces y sombras… -¿De dónde sos  amiguito?-
-No tengo amigos yo- , me respondió con voz transparente, casi vacía. Vengo a buscarlo
-¿Al río? ¿A  estas horas y solo?
-Sí. A estas horas porque después voy a trabajar. Debo cuidar a mi hermanito más chico. Nació hace poco- Ahora duerme.
Miré sus pocos años y se me arrugó el alma. Nuestra realidad era ésa. ¿De qué podía asombrarme? Ahora era trabajo lo que antes vivíamos con naturalidad, dentro de un profundo amor familiar, casi sin notarlo, sólo sintiéndolo…
-¿Qué buscás aquí? Está próxima la Navidad. La gente está en sus casas o buscando regalos por las calles
-Ya te dije: Un amigo
-….
Ante mi desconcierto, se arrodilló en la orilla mojada y juntando sus manitos habló mirando el río…
“Sé que estás ahí .Hoy te vine a buscar porque quiero tener un amigo, pero no sé cuándo podré venir otra vez.  Acordate de mí esta noche. Y si podés, vení a mi casita mañana- Te quiero mucho. Chau…” Y haciendo una mueca se secó una lágrima mocosa mientras agitaba sus dos manitos despidiéndose. Pero se quedó en silencio mirando el agua, como pensando…O soñando.
-¿ Podés decirme a quién le hablabas? –dije interrumpiendo el momento
-A Jesús. Quiero tener un amigo-
-Podés tener dos esta noche, si querés, le dije emocionada.
-Recién entonces me miró y  vi que sus ojos tenían un reflejo de asombro.
-No sé dónde está el otro…
”Aquí “-- Vamos a tu casita--…Y comencé a caminar junto a él
Llegamos al poco rato, los dos en silencio, después de caminar juntos un buen trecho por terrenos difíciles. Se quedó en la puerta de una casilla de madera, pero no me invitó a entrar. Sólo me miró- como si quisiera encontrar en mí alguna impresión- y dijo:
-Bueno doña, ya llegamos, pero no puede entrar, todo está muy sucio ahí.
-“Eso no importa, dejáme pasar un ratito”, y le di la mano agachándome hasta atravesar la portadita de madera. Pero al entrar no encontré a nadie…Sólo algunas ropas sucias tiradas, un balde a medio llenar, un perrito durmiendo y  muchas moscas, nada más…
-¿Y tu hermanito?
-Ahora duerme. Lo llevó la vecina mientras yo iba a juntar agua, pero me escapé un ratito…
-¿Y tu mamá?
-No tengo mamá. “Se fue al cielo cuando nació mi hermanito. Por eso le fui a decir a Jesús que quiero ser su amigo y que venga a mi casita mañana, le quiero pedir que me traiga una”.
… Sentí que ya la había encontrado. Y que todo el cansancio apilado en mi alma  se quedó, transformado, cabrilleando sobre las olas de mi río Paraná…
“Anahí”

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