Los resignados
Liliana Marengo
Me
he detenido a mirarte y te encontrado un poco viejo. Viejo, en la medida en que
te cuesta acomodarte a las nuevas circunstancias. Estar viejo es no animarte a
levantar el barrilete por falta de viento, o a desmoralizarte por dos gotas de
lluvia. Me he quedado escuchándote y tus silencios caen por huecos desde donde
no vuelven, como una pesadilla que lejos de olvidarse se intensifica, cada vez
que vas dejando de lado tus proyectos, aún antes de ponerlos en marcha. Todo o
casi todo te molesta. Traigo flores, cambio los muebles de lugar, y es como una
trompada al orden que te instala en una seguridad mal entendida. He atribuido
tu desesperanza a la falta de colores. Atribuyo a tus negros y a tus grises,
ese vacío existencial que se presenta a la hora de pensar el mundo y que desvalija
tu deseo de poner en juego los últimos cartuchos para hacer algo que por
adelantado das por perdido. Estamos quietos al borde de una desidia en la que
pasamos horas. Nada es imprevisto.
¿No
tienes fuerzas? El estudiante universitario que se levantaba contra las
murallas y las atravesaba, el Profesor que reñía convencido contra los molinos
de viento, se ha quedado sentado mirando un noticiero, y tus escritos que antes
conmovían a un grupo reducido pero selecto, se han vuelto tediosos. Hasta el
papel en blanco, que ayer se te presentaba como una promesa, ahora se ha vuelto
un obstáculo. Todo te incomoda. Miras el reloj cada segundo, y cumples con tus
acostumbrados cometidos, como el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena.
Son las cosas que se repiten las que nos resguardan de alguna manera. Pasa un
minuto y observas inflexible los horarios antes innecesarios, porque la vida se
hacía a la medida de nuestras pasiones.
Yo
hago lo imposible por desbaratar tu guarida, porque es probable que si me dejo
llevar por tu sentido, envejezca. Invito a gente joven y emprendedora a casa
para que te renueve, te incomoda. Me río, y mi carcajada es desoída por el
designio de tu pena, que hace de la felicidad una frivolidad sin sentido.
Estás
triste. ¿La lucha está perdida? Un desencanto. Tus ojos, que antes fabricaban
puentes con los míos, se dejan y observas un punto fijo por donde seguramente
te pasa la película de esos años en que aún creíamos.
Tal
vez, los culpables hayamos sido nosotros. De todas maneras intento como puedo
traerte hasta mis brazos y te aprieto recordándote el vínculo, que nos salvó de
la guerra.
Me
cuesta hacerme cargo. Es cierto, algo de mí se va secando. Ya no pinto. Las
murallas que me separan de la vida son cada vez más altas. Hay noches que me
pongo a escalarlas con mi pensamiento y al otro día desisto. Me ahogo, no
encuentro refugio. La casa que antes lo era, me resulta sórdida. Mis amigas las
de siempre me han ido dejando.
Reconozco
mi desaliento.
La
música que ya no escucho. Todo es ruido. Bajo el volumen cuando antes lo subía.
No canto. Antes bailaba.
Recuerdo
cuando llegabas de improviso y me pescabas dando vueltas. Corríamos las sillas
y la mesa y danzábamos en la cocina.
Me
veo en el espejo y estoy ajada. Marchita, sin perfume. ¿Asusto? Unas ojeras
despilfarran malos augurios y lo que se necesita es color. No quiero entregarme
pero me entrego vaya a saber por qué las fuerzas se van agotando.
Los
chicos hacen cada vez más su vida, y menos la nuestra. Cuando pasan están cada
vez menos tiempo. Seguramente huyen de este lugar porque permanecemos callados.
Nuestras conversaciones aliadas a las desgracias y a los infortunios provocan
espanto.
Huimos
de la calle porque se la agarran con los viejos. Dejamos de caminar porque buscamos
excusas.
Tengo
mi parte.
No
sé si vamos a salir algún día. Probablemente estemos envejeciendo y no quiero
darme cuenta.
Probablemente
el tren nos haya dejado abandonados en el andén y sin recursos.
Reniego,
pero también me abstengo.
No
creo que seas feliz aunque me quieras.
Hemos
tenido muchas oportunidades y nunca nos hemos ido. No creo que sea cobardía,
pero tampoco es sano rondar por la casa y no encontrarnos.
Me
imagino así eternamente, sin salida. Me resigno. ¿Te resignas? ¿Por qué lloro?
Tengo miedo.
Tengo
mucho miedo.
Los
resignados.
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