jueves, 18 de junio de 2015

Liliana Marengo



                   Los resignados   
 Liliana Marengo                         

Me he detenido a mirarte y te encontrado un poco viejo. Viejo, en la medida en que te cuesta acomodarte a las nuevas circunstancias. Estar viejo es no animarte a levantar el barrilete por falta de viento, o a desmoralizarte por dos gotas de lluvia. Me he quedado escuchándote y tus silencios caen por huecos desde donde no vuelven, como una pesadilla que lejos de olvidarse se intensifica, cada vez que vas dejando de lado tus proyectos, aún antes de ponerlos en marcha. Todo o casi todo te molesta. Traigo flores, cambio los muebles de lugar, y es como una trompada al orden que te instala en una seguridad mal entendida. He atribuido tu desesperanza a la falta de colores. Atribuyo a tus negros y a tus grises, ese vacío existencial que se presenta a la hora de pensar el mundo y que desvalija tu deseo de poner en juego los últimos cartuchos para hacer algo que por adelantado das por perdido. Estamos quietos al borde de una desidia en la que pasamos horas. Nada es imprevisto.
¿No tienes fuerzas? El estudiante universitario que se levantaba contra las murallas y las atravesaba, el Profesor que reñía convencido contra los molinos de viento, se ha quedado sentado mirando un noticiero, y tus escritos que antes conmovían a un grupo reducido pero selecto, se han vuelto tediosos. Hasta el papel en blanco, que ayer se te presentaba como una promesa, ahora se ha vuelto un obstáculo. Todo te incomoda. Miras el reloj cada segundo, y cumples con tus acostumbrados cometidos, como el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Son las cosas que se repiten las que nos resguardan de alguna manera. Pasa un minuto y observas inflexible los horarios antes innecesarios, porque la vida se hacía a la medida de nuestras pasiones.
Yo hago lo imposible por desbaratar tu guarida, porque es probable que si me dejo llevar por tu sentido, envejezca. Invito a gente joven y emprendedora a casa para que te renueve, te incomoda. Me río, y mi carcajada es desoída por el designio de tu pena, que hace de la felicidad una frivolidad sin sentido.
Estás triste. ¿La lucha está perdida? Un desencanto. Tus ojos, que antes fabricaban puentes con los míos, se dejan y observas un punto fijo por donde seguramente te pasa la película de esos años en que aún creíamos.
Tal vez, los culpables hayamos sido nosotros. De todas maneras intento como puedo traerte hasta mis brazos y te aprieto recordándote el vínculo, que nos salvó de la guerra.
Me cuesta hacerme cargo. Es cierto, algo de mí se va secando. Ya no pinto. Las murallas que me separan de la vida son cada vez más altas. Hay noches que me pongo a escalarlas con mi pensamiento y al otro día desisto. Me ahogo, no encuentro refugio. La casa que antes lo era, me resulta sórdida. Mis amigas las de siempre me han ido dejando.
Reconozco mi desaliento.
La música que ya no escucho. Todo es ruido. Bajo el volumen cuando antes lo subía. No canto. Antes bailaba.
Recuerdo cuando llegabas de improviso y me pescabas dando vueltas. Corríamos las sillas y la mesa y danzábamos en la cocina.
Me veo en el espejo y estoy ajada. Marchita, sin perfume. ¿Asusto? Unas ojeras despilfarran malos augurios y lo que se necesita es color. No quiero entregarme pero me entrego vaya a saber por qué las fuerzas se van agotando.
Los chicos hacen cada vez más su vida, y menos la nuestra. Cuando pasan están cada vez menos tiempo. Seguramente huyen de este lugar porque permanecemos callados. Nuestras conversaciones aliadas a las desgracias y a los infortunios provocan espanto.
Huimos de la calle porque se la agarran con los viejos. Dejamos de caminar porque buscamos excusas.
Tengo mi parte.
No sé si vamos a salir algún día. Probablemente estemos envejeciendo y no quiero darme cuenta.
Probablemente el tren nos haya dejado abandonados en el andén y sin recursos.
Reniego, pero también me abstengo.
No creo que seas feliz aunque me quieras.
Hemos tenido muchas oportunidades y nunca nos hemos ido. No creo que sea cobardía, pero tampoco es sano rondar por la casa y no encontrarnos.
Me imagino así eternamente, sin salida. Me resigno. ¿Te resignas? ¿Por qué lloro? Tengo miedo.
Tengo mucho miedo.
Los resignados.

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