No lo supo Juana Schuster
Era la
voz de Darío. Lo reconocí sin verlo. Deposité el auricular en su lugar, con un
pánico súbito.
Hacia
veintitrés años que no nos veíamos. Yo había abandonado el hogar, fastidiada de
su carácter autoritario.
Me visualicé cuando le decía que quería aprender
inglés en las Academias Pitman.
- No hace
falta. Si solo hablas conmigo.
Quiero
teñirme el pelo.
- Una
mujer decente no se pinta el cabello. A parte, ¿Dónde vas?
¿Quién te
ve a aparte del panadero o el carnicero?
- ¿Por
qué sos tan egoísta?
Nunca te
ha faltado el plato de comida. No trabajás.
Te
dedicás a la casa. ¿Qué te falta?
Era
inútil decirle de todo lo que adolescía. Deseaba aprender a conducir, hacer
cursos de pintura, cambiar mi aspecto personal, tener amigos.
Nunca
puse en duda su amor. Pero Darío era una persona rústica que repetía la
historia de su padre.
Mi suegra
había llevado una vida yerma.
Su voz no
tenía cabida. Su casamiento fue el resultado de un matrimonio impuesto. A los
20 años, su familia consideró que era inapropiado que siguiera soltera.
Hasta que
me fagocitaron los días de los almanaques iguales.
Conocí a
un hombre menor que yo, en una fiesta familiar.
Me dio su
número de teléfono cuando nadie lo notó. Era un ser dulce y contenedor. Comenzamos
a salir. Me alentaba a estudiar. Se dedicaba a la fotografía periodística. Tomé
la decisión y fuimos a vivir juntos.
Me
consiguió un empleo en su lugar de trabajo, la vida se desarrollaba en armonía.
Cuando
viajaba para cubrir visualmente una nota, me llamaba con frecuencia.
Fui feliz
con él. Debo confesar que extrañaba a Darío. El ser humano es impredecible.
¿Qué coordenadas nos manejan?
Julián
murió en un accidente automovilístico
cuando volvía de la costa. Estuvo cuatro días en agonía. Rezaba en la capilla
del hospital. Supuse que me volvería loca. Me dediqué a mi empleo hasta que
sucedió lo de la llamada.
Se
produjo un corto circuito en mí. Las compañeras me decían que no tenía un
argumento persuasivo pero que me disculpe.
¿Cómo
había vivido mi ausencia?
Algo me
impulsó a manejar la idea de visitar a Darío.
La casa
estaba exactamente igual. Aún resaltaba la planta de Aloe Vera en el jardín. Se
usaba cada vez que nos lastimábamos.
No había
candado. La entrada fue fácil.
Camine
por el sendero del costado, hasta llegar al patio. Nada había cambiado. Las paredes descascaradas, las dos sillas de hierro, hechas por él con la soldadura.
Lo vi.
Pensé que de mi boca iba a salir un torrente de palabras, mas no fue así. El
llanto me impedía expresarme.
Miré las
sogas. No había ropa femenina.
Mi
nerviosismo invadía el cerebro, bloqueando mis razones y argumentos.
Había
tanta humedad ese día que casi notaba la fricción del aire contra la piel de
mis brazos.
¡Qué
blanco su pelo! ¡Qué gruesos los vidrios de sus lentes!
Lo veía
todo a través de mis lágrimas, como si
fuese una instantánea fuera de foco.
Me
sostuve tomándome de la columna, que fue testigo de mis quejas.
¿Qué me
impidió abrazarlo si quería hacerlo? No lo sé. Me fui lentamente. Me introduje
en el coche y me alejé a pesar de mi estado.
Darío,
seguramente, seguiría durmiendo, con el mentón apoyado en el pecho.
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