La estrella errante Eduardo González Viaña
Aquella
noche, vimos una luz azul que volaba de un extremo al otro el cielo de los
Andes. Mi amiga tenía quince años y me pidió que cerrara los ojos y que nos
fuéramos juntos en esa estrella errante, para que nadie pudiera separarnos
jamás hasta el tiempo del fin del mundo.
Han
pasado muchos años desde entonces, y nuestras casas se levantan separadas en
uno y otro extremo del continente, pero cuando alguien trata de mirarnos, no
alcanza por completo a vernos en ellas. Es como si no estuviéramos allí, y
cuando cierro los ojos, siento sobre ellos una implacable luz celeste, un vuelo
de vértigo y un corazón asustado que late y vuela con el mío hasta la hora del
fin del mundo.
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