martes, 29 de julio de 2014

Analía Temin

Estallido nocturno Analía Temin

Pernoctaba la urbe en su orden, es decir, dormía como en una suerte gris de calma encapotada. Madrugada ciudadana de esta Buenos Aires que despertó exaltada entre relámpagos luminosos, añiles, seguidos del retumbo de sus truenos y el estallido de todos sus silencios.
Un quiebre de la calma, del silencio, del descanso. Una vigilia abrupta, obligada, inesperada.
Inminente, se desploma sobre la ciudad un manto de aguas heladas, torrenciales, que arrastran todo lo que pueden de las superficies y penetran los surcos, todos. La  sonoridad, repetida en su caída, inspira a mis sentidos el vaciar de metales fundidos, y agoniza, gris, sudorosa, lunática sin luna, frenética, a la par de esta noche casi extinta.
Pienso en los sin refugio, en los que están en las calles, en la intemperie cruel y peligrosa de esta noche sin clemencia, bajo el desalmado llanto porteño que no cesa, y en sus lágrimas disimuladas, confundiéndose con la lluvia. Me desvelo y en un quiebre del alma maldigo el otoño con su llanto y, sin embargo, es mi estación adorada.
Ciudad llorona, noctámbula, extraña el sol y el crujir de sus entrañas bajo el paso anónimo de todos, sobre la alfombra de hojarasca seca, cubriendo sus veredas. Extraña el calor y el bullicio insoportable,  cotidiano, ciudadano, esperando sigilosa que llegue la mañana, el mañana.
Pienso en los amantes, sorprendidos, en medio de sus orgasmos, por el estallido de otro frente, no el de sus batallas amatorias, sino el de la tempestuosa tormenta otoñal. Un rayo estrepitoso cuela su fulgor celeste, asesino, entre las hendijas de una persiana, los alcanza cayendo de pleno sobre sus cuerpos enredados sobre la cama. Empapados con todos sus humores eyaculatorios, convulsionan apretados sus últimos espasmos, se fusionan, fundidas sus pieles y sus huesos, se calcinan directo hacia la eternidad de su amor sin retorno.
Continúa el desvelo y  un forcejear de pensamientos, ilusiones y realidades. La mente, activa, ambigua,  cavernosa, incita, acelerada, ideas de todo tipo, no se calma, lo mismo que el temporal exterior, que no cesa y sigue derrumbando sus aguas sobre la ciudad.
Pienso en los niños, asustados, temerosos, buscando refugio entre los brazos cálidos de sus madres, en los cuales sus pesadillas encontraran consuelo, donde su onírico descanso se encausará, entre caricias tibias, como de leche, y canciones de cuna murmuradas con amor. Y pienso en otros niños…sin madre.
Pretendo evadirme de tantos pensamientos pero, el sueño no me alcanza, la noche no se presta, no me deja, no me da tregua, mientras una sospecha de amanecer desteñido me alcanza tras las horas sucesivas del descanso olvidado, tras el estallido nocturno. Me rindo, me resigno a esta suerte de intimidad enajenada, arrebatada, ahogada en suspiros y humedades. Es un asombro que la mañana se declare, tras este momento en el que la noche parecía eterna.


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