Estallido nocturno Analía Temin
Pernoctaba
la urbe en su orden, es decir, dormía como en una suerte gris de calma encapotada.
Madrugada ciudadana de esta Buenos Aires que despertó exaltada entre relámpagos
luminosos, añiles, seguidos del retumbo de sus truenos y el estallido de todos
sus silencios.
Un
quiebre de la calma, del silencio, del descanso. Una vigilia abrupta, obligada,
inesperada.
Inminente,
se desploma sobre la ciudad un manto de aguas heladas, torrenciales, que
arrastran todo lo que pueden de las superficies y penetran los surcos, todos.
La sonoridad, repetida en su caída,
inspira a mis sentidos el vaciar de metales fundidos, y agoniza, gris,
sudorosa, lunática sin luna, frenética, a la par de esta noche casi extinta.
Pienso
en los sin refugio, en los que están en las calles, en la intemperie cruel y
peligrosa de esta noche sin clemencia, bajo el desalmado llanto porteño que no
cesa, y en sus lágrimas disimuladas, confundiéndose con la lluvia. Me desvelo y
en un quiebre del alma maldigo el otoño con su llanto y, sin embargo, es mi
estación adorada.
Ciudad
llorona, noctámbula, extraña el sol y el crujir de sus entrañas bajo el paso
anónimo de todos, sobre la alfombra de hojarasca seca, cubriendo sus veredas.
Extraña el calor y el bullicio insoportable,
cotidiano, ciudadano, esperando sigilosa que llegue la mañana, el
mañana.
Pienso
en los amantes, sorprendidos, en medio de sus orgasmos, por el estallido de
otro frente, no el de sus batallas amatorias, sino el de la tempestuosa
tormenta otoñal. Un rayo estrepitoso cuela su fulgor celeste, asesino, entre
las hendijas de una persiana, los alcanza cayendo de pleno sobre sus cuerpos
enredados sobre la cama. Empapados con todos sus humores eyaculatorios,
convulsionan apretados sus últimos espasmos, se fusionan, fundidas sus pieles y
sus huesos, se calcinan directo hacia la eternidad de su amor sin retorno.
Continúa
el desvelo y un forcejear de
pensamientos, ilusiones y realidades. La mente, activa, ambigua, cavernosa, incita, acelerada, ideas de todo
tipo, no se calma, lo mismo que el temporal exterior, que no cesa y sigue
derrumbando sus aguas sobre la ciudad.
Pienso
en los niños, asustados, temerosos, buscando refugio entre los brazos cálidos
de sus madres, en los cuales sus pesadillas encontraran consuelo, donde su
onírico descanso se encausará, entre caricias tibias, como de leche, y
canciones de cuna murmuradas con amor. Y pienso en otros niños…sin madre.
Pretendo
evadirme de tantos pensamientos pero, el sueño no me alcanza, la noche no se
presta, no me deja, no me da tregua, mientras una sospecha de amanecer
desteñido me alcanza tras las horas sucesivas del descanso olvidado, tras el
estallido nocturno. Me rindo, me resigno a esta suerte de intimidad enajenada,
arrebatada, ahogada en suspiros y humedades. Es un asombro que la mañana se
declare, tras este momento en el que la noche parecía eterna.
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