UNA VIDA, UN DÍA
Cuando brilla el sol parece que nace la
vida y que ésta no tuviera fin.
El
cielo se vuelve luminoso y le devuelve al sol, con gratitud su bella
profundidad.
Las
flores quedan extasiadas, los verdes lustrosos, se mueven cual danza para
lucirse más agraciados, los colores brillantes juegan a la manera del
calidoscopio, la naturaleza sonríe y estamos ahí para deleitarnos. Somos
naturaleza.
Es
la mañana de la vida y ella despunta gloriosa.
Florecemos
niños, pequeños e inocentes, cómo no serlo ante tanta hermosura. Casi no existe
el tiempo.
A
poco de andar llegamos al mediodía de nuestras vidas, ni una sombra nos
estorba. La vida es luz y pujanza. Podemos tomar todos los caminos y es nuestro
desafío adentrarnos en alguno. Nos sentimos dueños de nuestro destino, aunque
algunas veces con cierto temor que pronto disipamos como aquella nube que tapó
por un instante el sol y que prontamente el viento se la llevó hacia algún
desconocido paraje. El tiempo es vertiginoso.
Llega
la tarde con su bonanza, con los frutos servidos, con el placer consumado, con
algunos olvidos, con algo no cumplido, con algo aún deseado. Ahí no más, asoma
la sombra.
Anochece,
se nos escapa el sol, queremos atraparlo para que nos ilumine un rato más, sí,
por qué no, un rato más.
A
veces la ansiedad no nos permite disfrutar de las primeras penumbras.
Los
rostros se desvanecen. Tratamos de atrapar al tiempo. Sin embargo, la luna nos
reconforta, está ahí brillando en el ahora oscuro cielo, acompañada por un sin
fin de luces centellantes.
Descubrimos
que en esta opacidad todavía podemos caminar con paso firme.
Luego la
noche se hace cerrada, tan oscura que andamos a tientas, llegamos con el
aliento cansado, con la espalda pesada. Ya casi sin palabras. No hay sombras en
el porvenir porque ya no queda futuro.
Nuestra
casa es un refugio, aún conserva el calor que le dejó el sol antes de partir y
lo sentimos como una caricia que nos entrega la vida cuando ya se va.
Un día,
una vida.
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