SECRETO
La
encontré por casualidad. Había decidido que el viejo piso de madera del placard
necesitaba limpieza. Al frotar las tablas con un trapo, sentí que una de ellas
estaba floja. Noté entonces que no se apoyaba sobre una superficie lisa. Algo
debajo no permitía que se asentase del todo. Probé levantarla. Así fue como la
encontré. Una llave chata, de cabeza cuadrada. Parecía pertenecer a una puerta.
¿Pero qué puerta? La casona tenía muchas. ¿Y por qué esconderla?
El
hallazgo despertó mi curiosidad. Empecé a fantasear. Quizás haya un cuarto
secreto… La casa había pertenecido a mi tía Isabel. Yo acababa de heredarla. A
mis primos no les había hecho gracia que me la hubiese dejado a mí, pero se
resignaron. De todas maneras, ella no los olvidó en su testamento. Aunque sin
duda yo había sido su sobrina favorita, el legado me sorprendió. Siempre pensé
que la compartiríamos entre todos sus sobrinos.
Isabel, la
mayor de cuatro hermanas, había vivido en la casona de Villa del Parque desde
que se casó. Enviudó joven y sin hijos. Jamás quiso dejar el que fuera su hogar
de recién casada. Mujer seria y competente, se dedicó a trabajar como profesora
de idiomas y a viajar por el mundo. La casa estaba repleta de artículos
comprados durante sus travesías. Yo los encontraba fascinantes y solía hacerle
preguntas acerca de los lugares de donde provenían. Ella siempre tenía tiempo
para satisfacer mi curiosidad con entretenidos relatos. Creo que eso fue lo que
contribuyó a establecer un lazo especial entre nosotras.
Tengo
una vaga memoria del que fuera su esposo, un señor con bigote que visitaba mi
hogar con frecuencia y me traía regalitos. Mamá lo quería mucho, decía que era
su cuñado preferido porque estaba siempre de buen humor y se llevaba bien con
todo el mundo. Su repentina muerte en un accidente automovilístico afectó mucho
a la familia. Todos recordaban con cariño su envidiable alegría de vivir.
Después
de pensarlo bastante decidí poner en venta la vieja casona. Era demasiado
grande y costosa de mantener. Varias veces probé la llave en todas sus puertas,
pero no había caso. Aunque no se lo confesé a nadie, busqué infructuosamente
indicios de un cuarto secreto. Tuve que resignarme. Quizás ni siquiera había
pertenecido a mi tía, a lo mejor la habían olvidado en el placard los
propietarios anteriores.
Mientras
esperaba un comprador, fui vaciando de a poco su interior. Regalé muebles y
adornos a muchos familiares que estaban interesados y vendí lo que pude. Para
mí reservé varios recuerdos de viaje, inspiradores de los relatos que tanto
disfruté en mi infancia. También decidí llevarme un hermoso armoire de roble
que la tía tenía en su dormitorio. Era muy pesado. Fueron necesarios tres
hombres fornidos para moverlo y cargarlo en el camión de mudanzas. Entonces vi
una pequeña caja fuerte empotrada en la pared sobre la que había estado
apoyado. Mi corazón se aceleró. Esperé a estar sola y fui en busca de la
misteriosa llave. Tal como lo presentí, entró con facilidad en la cerradura de
la caja.
De pronto tuve miedo. No me atrevía a
abrirla. No seas tonta - me dije - ¿qué creés que vas a encontrar? La llave giró con la dificultad que causa la
falta de uso. ¡Quién sabe cuanto tiempo había pasado desde que tía Isabel la
abriera por última vez! Nunca hubiese podido mover el armoire ella sola. Dentro
había un manojo de cartas. Claro - pensé con ternura - las cartas de amor de su
adorado marido… No debería leerlas. Las dejé sobre una mesa. Cada tanto las
miraba. No me decidía a hacerlo. Tampoco a destruirlas. Al fin pensé que a ella
no le molestaría que lo hiciese. ¿Acaso no había compartido sus relatos
conmigo? Mi naturaleza romántica se impuso. Me senté en un sillón junto a la
ventana que daba al jardín y comencé a leer.
Varias
horas más tarde seguía sentada allí, con las cartas esparcidas en mi falda. Una
mujer casada se las había escrito a su amante, el marido de Isabel. Supe del
amor que los unía y de la culpa que ambos sentían, sobre todo ella.
"Perdonáme - le decía - perdonáme, pero no tengo fuerzas para hacer esto.
No me lo pidas más. Ni siquiera la vida que hemos engendrado juntos lo
justifica. Siempre podrás vernos, a la niña y a mí. Pero lo nuestro no puede
continuar. Se acabó".
Las
cartas no estaban firmadas. No importaba.
La
letra de mi madre es inconfundible.
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