EL CAMPANARIO DE VILLA CARMEN
Sonaron
doce campanadas desde el fondo del valle donde estaba la vieja iglesia abandonada.
Fray Marcos convocó a una reunión general en la Plaza Mayor. Las familias
mandaron a sus representantes. Ante la mirada inquisidora del religioso todos
respondieron que ninguno de los integrantes de los clanes había ido al lugar.
Sabían que estaba prohibido el ingreso de cualquier alma cristiana al mismo
luego del asesinato de Fray Bartolomé hacía no más de dos semanas. Su cuerpo
había sido hallado decapitado frente al altar de esa iglesia. Nadie tenía idea
de los motivos del crimen ni de quiénes podrían ser los asesinos, tampoco
habían podido hallar la cabeza.
Sospechaban
de los integrantes de una caravana de gitanos que por ese entonces se había
instalado en el valle. El fraile había convencido a todo el pueblo para que los
echaran al descubrir extrañas ceremonias que hacían en las noches de luna
llena; sacrificaban animales y realizaban cánticos en lenguas incomprensibles
invocando a dioses paganos. Bastó que el padre dijera: "¡Están llamando al
diablo!" para que toda la turba enceguecida de Villa Carmen los sacara a
punta de lanza.
Los
jóvenes, mucho menos prejuiciosos que los mayores, creían que quizás había sido
atacado por algún tipo de bestia salvaje (como un oso) que le podría haber
arrancado la cabeza con sus poderosas garras. Esta teoría no tenía sustento por
el hecho de haberse encontrado en la iglesia todas las puertas y ventanas
cerradas con sus correspondientes cerrojos; la posición del mobiliario no
mostraba señal de desorden o pelea, no se encontró ninguna pisada animal o
humana.
Mandaron
una comisión de diez personas dirigida por Don Francisco Aliaga a inspeccionar
la iglesia para averiguar quién era el intruso que estaba en el campanario,
todos fueron a caballo.
Las
lavanderas que estaban a orillas del río fueron las primeras en verlos
regresar. Venían caminando como borrachos, con los ojos en blanco y la boca
abierta. No había señales de los animales que habían llevado. A pesar de los
intentos de las mujeres por detenerlos avanzaban en dirección al río. Cuando
llegaron hasta la ribera siguieron en línea recta por el agua hasta que la
misma cubrió sus cabezas. A los pocos minutos comenzaron a emerger los cuerpos
sin vida de Don Francisco Aliaga y su comitiva.
Trajeron
los cadáveres hasta la costa, todos mantenían la misma expresión que tenían antes
de ahogarse, los ojos en blanco y la boca abierta.
Luego
de dárseles rápida y cristiana sepultura se organizó una nueva comisión encabezada
por fray Marcos a la iglesia. Esta vez se convocó a todos los varones adultos
que fueron armados con azadones y guadañas. Sólo quedaron las mujeres y los
niños en el pueblo.
A
medida que avanzaban por la ladera comenzaron a escucharse de nuevo las
campanadas provenientes de la profunda espesura del valle. Sonaban con fuerza,
desafiantes. Fray Marcos comprendía que el desafío era para él. Lo que estaba
allí se burlaba de Dios y él era el encargado de poner las cosas en su lugar. A
pesar de ir al frente de la muchedumbre, era el que más temor tenía pues,
aunque no lo había dicho a nadie, intuía que lo que estaba allá adentro no era
humano.
El
sonido de las campanas era cada vez más ensordecedor. A medida que se iban
acercando a la iglesia varios parroquianos comenzaron a notar que en esa zona
del valle los árboles se hallaban todos resecos y sin hojas, lo que se
contradecía con la vegetación exuberante que habían visto antes por el camino.
Una densa niebla parecía brotar del suelo. Ninguno de los corazones de los
pobladores de Villa Carmen latía con tranquilidad. Cada seis pasos fray Marcos
besaba la gran cruz de madera con la que encabezaba la procesión.
Ya
de noche llegaron a la iglesia. Luego de pedir silencio el fraile gritó con
fuerza:
-Ordeno
a aquel que ha osado no respetar la morada de nuestro altísimo señor que deje
de hacer sonar las campanas y abandone ese recinto sagrado de inmediato.
Las
campanadas cesaron. Fray Marcos sabía que con ese silencio la batalla no había
terminado, sino que recién empezaba; era el único que todavía no había
encendido su antorcha; dio cinco pasos al frente de la muchedumbre que
comenzaba a murmurar.
-¡Estamos
esperando que salga!- gritó.
Nadie
salía. Todos empezaban a impacientarse. Una voz desde el fondo exclamó:
-¡Maldito
hereje! ¡Ya te has burlado demasiado de nosotros! ¡Prepárate a morir!
Cuando la
turba comenzó a avanzar un objeto redondo fue arrojado desde el campanario y
cayó a sus pies. Al levantarlo horrorizados descubrieron que se trataba de la
cabeza del difunto Fray Bartolomé.
Por
más que quiso el padre Marcos ya no pudo detenerlos. Aunque era un acto de
barbarie lo que presenciaban sus ojos en su fuero íntimo estaba de acuerdo con
lo que iban a hacer. Las piedras comenzaron a llover sobre las paredes y las
ventanas de la vieja iglesia. Prendieron fuego alrededor de todo el edificio e
incluso arrojaron antorchas dentro de él. La muchedumbre victoriosa clavaba su
mirada en la puerta del frente de la iglesia esperando que saliera aquel ser
que, sin que lo hubieran visto, se había ganado el odio de todos. Fray Marcos
temía pues intuía que lo que iba a salir
no tendría la apariencia que todos esperaban. Aferrado a su cruz con
desesperación le pedía a Dios que se apiadara de todas sus almas. Entonces la
puerta se abrió.
A
la mañana del día siguiente el cielo se hallaba cubierto de negros nubarrones
que preludiaban una tormenta que no tardó en llegar. Las mujeres de Villa
Carmen vieron acercarse al pueblo una columna de antorchas. Felices y a la vez
intrigadas por saber lo que había ocurrido en el valle salieron corriendo con
sus hijos en andas para recibir a los varones. A medida que se acercaban pudieron
reconocer al que iba delante de ellos por la toga y la cruz que llevaba entre
los brazos. Triste fue su sorpresa al descubrir que todos, incluso Fray Marcos,
las ignoraban por completo y, sin detenerse ni contestarles, continuaban
caminando, con los ojos en blanco y la boca abierta, en dirección al río. Junto
al llanto y los gritos de desesperación de las mujeres se mezclaron las infernales
campanadas provenientes del corazón del valle.
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