miércoles, 3 de agosto de 2011

SONIA CAUTIVA


DESDE EL TREN

La veo desde la ventanilla abierta del tren parado, demorado en una estación, no sé cuál, ni por qué. ¡Qué poca es su edad! ¡Cuánta ligereza en sus manos febriles! ¡Qué linda es ella! ¡Qué joven! Un muchacho se le acerca y empieza a rebuscar con ella entre los restos.
Escucho qué dicen en un principio casualmente, luego pongo atención.
- Mirá Mirta lo que encontré.
- ¿Qué es, Negro?
- Fijate, brilla.
- A ver, son unos aros, che. Qué pegada, justo cosas finas.
- Uy, acá hay un anillo y con una piedra. Che, nena estamos de suerte.
- Nunca tuve aros así y menos un anillo con piedra. Negro, mirá dónde andan los chicos.
Los chicos, pequeños, a unos pasos, ojitos negros, tristes, también revuelven entre la basura.
- No encontramos nada, ni un juguete, nada, ma.
- ...Vamos, es tarde ¡y hasta que lleguemos!
El tren arrancó.
Acodado en la ventanilla, miro en los alrededores, veo caras entristecidas, surcos cansados, ropas que cubren, nada más.
Te pregunto, Sara ¿cómo harán esta noche tan fría? ¿Comerán algo? ¿Calentarán esos cuerpos flacos? ¿Tendrán casa?
Se estruja mi corazón de angustia, te digo Sara, otros, en countries vigilados, ghetos de lujo, ignoran su hambre y su frío. ¿No era que todos "nacemos igualmente"? ¿Quién decidió que viviéramos distintos?
Me mirás con tus ojos tan tristes como los míos y no contestás. Sé perfectamente qué sentís y qué opinás.
Ya llegamos. En la pieza que alquilamos, nos esperan mi vieja y la nena con un matecito.

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