MONCHO, EL PITO MAYOR
Esto no me lo contaron Negro, aunque no lo creas es cierto, lo viví cuando era chico en la época de Perón. Resulta que...
Cuando Oliverio se pone a conversar es difícil quitarle la palabra porque pone la vista en un punto fijo y el mundo desaparece a su alrededor. Además sus anécdotas son muy entretenidas aunque a veces se pone muy pesado con las reiteraciones.
... La abuela hacía varios años que estaba sola. Nosotros, desde que murió mi abuelo, vivíamos en la casa de ella, porque mi madre la quería mucho y mi viejo no ganaba lo suficiente para garpar un alquiler en el conventillo. La casa era grande, con un patio en el fondo lleno plantas donde jugamos a la pelota. Un día, mientras mi abuela Rosa lavaba la ropa en el piletón, yo le pregunté por qué estaba triste. Mirá Negro, cómo de pendejo me daba cuenta...
Los domingos por la mañana Oliverio se pone melancólico, estaciona el taxi junto a la vereda del café Tres Amigos y desciende bostezando porque ha trabajado toda la noche. A veces se queda dormido apoyado en la mesa del boliche y otras solamente saluda y se va.
... Hacía poco tiempo que el Moncho, mi abuelo, había dado la última pitada mientras dirigía la final del campeonato de fútbol amateur entre Estrella Fugaz y Piolín Junior, un clásico de aquellos. Esa desgraciada tarde plena de sol, los muchachos de la barra lo trajeron con la cara ensangrentada y el silbato incrustado en la garganta. Nada habían podido hacer en la salita de primeros auxilios del dispensario. Dicen los que estuvieron allí, que amagó articular unas palabras de despedida, pero que sólo pudo emitir un largo sonido parecido a un silbido. Un pelotazo inexplicable del loco Fiorda, un rebote en el madero izquierdo del arco visitante y el balón que lo golpea con toda la fuerza en el rostro, y después el drama que se desencadenó aquel de 25 de mayo...
El episodio ya lo había contado varias veces, pero como el Mirón y Sandoval no lo conocían, el Gordo me guiñó el ojo como pidiéndome que no dijera nada. De todas maneras era un placer escucharlo, cada vez que lo contaba lo hacía de una manera distinta y tan magistralmente que parecía nuevo.
... Lo enterraron recién el lunes, porque el cementerio cerraba los sábados al mediodía por falta de presupuesto en el municipio para pagarle al encargado las horas extras que le correspondían, aunque algunos aducían otra razón: su mujer era tan celosa que desconfiaba de las numerosas viudas que le encargaban el cuidado de sus queridas tumbas.
Los funerales del Moncho, mi abuelo, todavía se recuerdan. Estuvo presente el Intendente y el Gobernador, que aprovecharon el acontecimiento para lanzar sus candidaturas para la reelección, dada la popularidad del finado entre los habitantes de la zona. Los vecinos más viejos evocan las dificultades que tuvieron que superar para colocar a mi abuelo en el ataúd. Resulta que, en homenaje a su trayectoria de árbitro, los presidentes de ambas instituciones decidieron que el muerto se llevara a su futura morada, la pelota con que se había disputado tan magno encuentro. Pero el abuelo era grandote y un poco gordo, como yo, y cuando quisieron cerrar el cajón se dieron cuenta que la pelota apretada entre las manos del pito mayor del Gran Buenos Aires, impedía el cerramiento. Algunos presentes llegaron a proponer desinflar el balón pero tuvieron la oposición cerrada del consejo de árbitros. Finalmente se agujereó la tapa del cajón por donde sobresalió media esfera de cuero marrón que fue disimulada mediante un arreglo floral. Mientras tanto, en la calle y frente al velatorio, la gente podía comerse un choripan con un buen tinto, o una porción de canchera de muzzarela y contribuir, de ese modo, a un fondo para la manutención de la amada viuda, o sea mi abuela, que tanto sacrificio había hecho, sábado tras sábado, renunciando a compartir sus fantasías sexuales por la vocación de su incorruptible cónyuge, o sea mi abuelo...
(Esto es la primera vez que lo escucho, ¡es capaz de ponerse a hablar de la sexualidad de los abuelos!)
... Volviendo al principio, cuando le pregunté por qué estaba triste, la vieja se secó las manos en el delantal y me miró tiernamente tratando de encontrase con el recuerdo. Porque hoy juegan Estrella Fugaz y Piolín Junior, dijo con lágrimas en los ojos y olor a lavandina.
1 comentario:
Muy buen relato, Mario.
Saludos
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