NADIE SUPO QUIEN
La primera vez que la vio, ella estaba trabajando en el hospital.
Él había ido a verla porque sabía que lo necesitaba.
Era médica de allí y escuchó que le dijo: No estoy sola, y estoy bien con José.
Él le dijo que sabía que no estaba sola, que ahora estaba con él y que se alegraba de que no lo necesitara; pero que contara con él para lo que fuera y cuando fuera necesario.
Ella le dijo que debía dejarlo porque tenía pacientes para atender.
Apareció una abuela muy vieja en una silla de ruedas acompañada por alguien. Quien lo hacía fue a hacer los trámites de admisión y la médica la acompañó a la secretaría.
La vieja y él se miraron. Le preguntó si era de ahí. Él le dijo que no, que venía de otro lugar, buscando a quien lo necesitara. Llorando, le contó que tenía un dolor muy fuerte y le preguntó si venía a llevársela.
Él le dijo que aún no porque no era su hora; pero que podía aliviarla.
Se tomaron de las manos y se las apretaron fuerte y, enseguida, ella se sintió mejor.
Le dijo que debía irse porque ese no era su lugar. Su lugar estaba en otro lado y en todos los lados donde lo necesitaran para calmar o sanar.
Nadie lo supo nunca.
Él no era un hombre. Era un ángel sanador. Se fue sin que nadie lo advirtiera, ni supiera dónde. Estaba en otro lugar, ese lugar donde había alguien muriendo sin salvación en una emergencia.
Era simplemente un ángel sanador. Dios que le había otorgado un mínimo poder.
La primera vez que la vio, ella estaba trabajando en el hospital.
Él había ido a verla porque sabía que lo necesitaba.
Era médica de allí y escuchó que le dijo: No estoy sola, y estoy bien con José.
Él le dijo que sabía que no estaba sola, que ahora estaba con él y que se alegraba de que no lo necesitara; pero que contara con él para lo que fuera y cuando fuera necesario.
Ella le dijo que debía dejarlo porque tenía pacientes para atender.
Apareció una abuela muy vieja en una silla de ruedas acompañada por alguien. Quien lo hacía fue a hacer los trámites de admisión y la médica la acompañó a la secretaría.
La vieja y él se miraron. Le preguntó si era de ahí. Él le dijo que no, que venía de otro lugar, buscando a quien lo necesitara. Llorando, le contó que tenía un dolor muy fuerte y le preguntó si venía a llevársela.
Él le dijo que aún no porque no era su hora; pero que podía aliviarla.
Se tomaron de las manos y se las apretaron fuerte y, enseguida, ella se sintió mejor.
Le dijo que debía irse porque ese no era su lugar. Su lugar estaba en otro lado y en todos los lados donde lo necesitaran para calmar o sanar.
Nadie lo supo nunca.
Él no era un hombre. Era un ángel sanador. Se fue sin que nadie lo advirtiera, ni supiera dónde. Estaba en otro lugar, ese lugar donde había alguien muriendo sin salvación en una emergencia.
Era simplemente un ángel sanador. Dios que le había otorgado un mínimo poder.
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