JORGE
En una operación de cabeza, concretamente en el postoperatorio, Jordi, todavía en la camilla, no termina de despertarse. Mientras sus familiares se van colocando junto a él, Jordi les sonríe beatíficamente; por lo que todos piensan que se puede haber quedado tarado, o que, por lo menos, ya no va a pensar nunca con la misma claridad de ideas que demostraba antes de la enfermedad.
Jordi sigue sonriendo bobamente, como sucede en aquella película del hospital siquiátrico en la que el protagonista, un rebelde con causa, es cometido a una sesión de electroshock con la que los médicos intentan rebajar su rebeldía. Al salir de la sesión, todos sus compañeros lo creen definitivamente ido, tarado, perdido sin remedio. Sin embargo, él se está haciendo el tonto para darles la grata sorpresa de que no se le puede doblegar por ningún medio. Así que, en la secuencia siguiente, los ojos del protagonista vuelven a lucir con malicia e inteligencia.
Jordi avanza por los pasillos de la gran sala mirando con cara de memo. Y en verdad que consigue asustar a los familiares. El médico explica que las consecuencias de la anestesia general que requiere una operación tan importante son siempre profundas, y que habrá que esperar al menos veinticuatro horas. Con lo que parece tranquilizar a los parientes y amigos. Jordi, mientras tanto, sabe que, para dar la gran campanada en el momento menos pensado, para soltar su ocurrencia más ingeniosa cuando nadie lo espere, está imitando al protagonista de la película de los locos. Pasan varias horas después de las veinticuatro y no se producen novedades; pasan algunos días y la preocupación se desencadena en su entorno. Jordi sabe que está jugando con fuego, pero cree que tiene todavía guardada, como un as en la manga, la sorpresa de su recuperación repentina y de forma casi milagrosa.
En una operación de cabeza, concretamente en el postoperatorio, Jordi, todavía en la camilla, no termina de despertarse. Mientras sus familiares se van colocando junto a él, Jordi les sonríe beatíficamente; por lo que todos piensan que se puede haber quedado tarado, o que, por lo menos, ya no va a pensar nunca con la misma claridad de ideas que demostraba antes de la enfermedad.
Jordi sigue sonriendo bobamente, como sucede en aquella película del hospital siquiátrico en la que el protagonista, un rebelde con causa, es cometido a una sesión de electroshock con la que los médicos intentan rebajar su rebeldía. Al salir de la sesión, todos sus compañeros lo creen definitivamente ido, tarado, perdido sin remedio. Sin embargo, él se está haciendo el tonto para darles la grata sorpresa de que no se le puede doblegar por ningún medio. Así que, en la secuencia siguiente, los ojos del protagonista vuelven a lucir con malicia e inteligencia.
Jordi avanza por los pasillos de la gran sala mirando con cara de memo. Y en verdad que consigue asustar a los familiares. El médico explica que las consecuencias de la anestesia general que requiere una operación tan importante son siempre profundas, y que habrá que esperar al menos veinticuatro horas. Con lo que parece tranquilizar a los parientes y amigos. Jordi, mientras tanto, sabe que, para dar la gran campanada en el momento menos pensado, para soltar su ocurrencia más ingeniosa cuando nadie lo espere, está imitando al protagonista de la película de los locos. Pasan varias horas después de las veinticuatro y no se producen novedades; pasan algunos días y la preocupación se desencadena en su entorno. Jordi sabe que está jugando con fuego, pero cree que tiene todavía guardada, como un as en la manga, la sorpresa de su recuperación repentina y de forma casi milagrosa.
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