sábado, 28 de diciembre de 2019

Carlos Margiotta


                                 La casa (final) 
                                        Carlos Margiotta

“Te necesito tanto”, le había dicho su madre en la última visita. Rodrigo sintió como si un puñal se le clavara en el pecho, arrepintiéndose de haber depositado allí a su madre sin darse cuenta del daño que le había ocasionado. En el camino de regreso decidió que llevaría a su madre a vivir con él cuando tuviera la casa en condiciones. Cuando llegó encontró comenzados los trabajos de la chimenea. La pared lucía un boquete profundo por donde pudo agacharse y observar hacia arriba un pequeño cielo rectangular. Se dirigió hasta su habitación, se sacó la ropa y fue darse una ducha. Tenía ganas de salir y distraerse de las tensiones del día para disfrutar del atardecer. Pensó en invitar a su vecina a dar una vuelta por la costanera, quería charlar, estar con alguien que lo escuchara. Los días se iban alargando y era bueno pasear junto a una mujer inteligente como Patricia. Salió al patio y encontró una pila de escombros y dos bolsas llenas de cenizas que debió arrastrar hasta la calle. La casa no le daba tregua, lo seguía hostigando todos los días. Tuvo ganas de llamar a una empresa de demoliciones y mandarla tirar abajo para vender el terreno. Sonó el celular -¿Queres venir a cenar? Esta noche estoy sola- dijo Patricia. Él acepto enseguida, su pecho dejó de agitarse lentamente. Hacía mucho que no salía con una mujer y su vecina era muy atractiva: labios gruesos, lindas caderas y un cuerpo de tana voluminosa. Sabía muy poco de su vida, de sus proyectos, de su hijo Simon, y menos de su mirada acerca de la vida. Sin embargo más de una noche la imaginó desnuda acostada en su cama. Salió a comprar un kilo de helado y una botella de buen tinto para llevar a la cena. Esa noche hablaron mucho acerca de sus vidas, de la situación del país y del mañana. En algún momento ella mencionó la tragedia ocurrida en la casa que él estaba reformando.
-Eran buena gente. Hace un año la mujer murió de un cáncer en el útero. El marido que era médico, no quiso llevarla al sanatorio porque decía era demasiado tarde. A la semana de su muerte, el tipo se pegó un tiro en la sien en el dormitorio donde murió su esposa-. Rodrigo no le preguntó nada, ni le contó de sus noches de insomnio, de los ruidos y del miedo. La cena iba ganando en intimidad cuando ella se sacó los zapatos y lo invitó a tomar un café en el linvig. Él la observó caminar descalza hacia la cocina y al volver con una bandeja y dos tacitas comprobó que no llevaba puesta su ropa interior. Ahora mas juntos en el sillón, él quiso de tomarle la mano para besarla cuando ella empezó a acariciarle la pierna con el pié desnudo, desabrochando los botones de su camisa.  A mañana siguiente se despertó sin la urgencia de siempre. Los albañiles llegaron temprano. Les indicó que dejaran la azotea para más adelante, que solo aplicaran el protector de techo para continuar con las paredes y la pintura. Quería pasar las fiestas con su madre y faltaba dos meses para terminar el año. Al rato llegó Antonia, la chica de la limpieza. Le dio las tareas del día y le anticipó que el año próximo tendría que hacerlo diariamente.  La noche anterior había vuelto recuperar la esperanza y el deseo.
Con Patricia habían acordado guardar discreción y darse un tiempo para conocerse. Subió al auto y se marcho a cumplir los compromisos con los clientes de Escobar. En el camino habló con Norberto, amigo del colegio, que era socio vitalicio del club Atlanta para pedirle información acerca de José Passione. Al volver se detuvo en el café de siempre para pensar los próximos pasos. Llamó a su hermano que vivía en Canadá y le dio la noticia del traslado de su madre. –Te felicito, para las fiestas estoy ahí.-, dijo. Después habló a su casa para enterarse de las últimas novedades. Los albañiles le pidieron cartón corrugado y rodillos para pintar. Cansado del trajín emocional del día llegó a la casa cuando había anochecido.
 El perfume del ambiente le recordó su infancia. Puso el audio para escuchar el Concierto N° 7 de Albinoni mientras se preparaba una ensalada de verduras. Cuando se acostó el cielo comenzó a relampaguear anticipando los truenos y la tormenta. Una luz en el celular decía que su vecina y su hijo se quedaban a dormir en casa sus padres.
El sueño lo asaltó rápidamente hasta que a las cuatro de la madrugada empezó a escuchar gritos que provenían de la boca de la chimenea: ¡Hija de puta! ¡No me pegues! ¡Te voy a matar! ¡Ay, ay, ay!. Se levantó dirigiéndose al lugar. Allí se oían claramente los llantos de criaturas saliendo por del conducto de la chimenea. Prendió las luces y todo se volvió silencio, solo la lluvia resonaba contra el empedrado. Se sirvió un vaso de whisky en el sillón. Conmovido, sin poder diferenciar entre la realidad y el sueño esperó el amanecer recordando otras noches sin dormir con su hermano llorando juntos.  El timbre sonó a la ocho, eran los obreros. –Hoy le damos al techo después que seque la lluvia y el fin de semana terminamos con la pintura- dijo uno de ellos. Rodrigo les dejo un dinero para los proveedores y se cambio para salir a desayunar afuera. En la esquina se cruzó con Patricia que volvía a su casa. -Mi hijo no puedo dormir en toda la noche-, dijo mientras Simón la tironeaba del brazo. Desayunó un café con leche y con medialunas de grasa en la confitería cercana a la estación de tren. No quería manejar, estaba confundido y cansado. Tomo un taxi y se fue a ver a su madre para contarle los planes de llevarla a vivir con él. Ella no habló pero le sonrió todo el tiempo asintiendo con la cabeza. Más tarde pasó por el consultorio del Dr. Donato, médico psiquiatra, que en su momento le recomendó no internar a su madre y le pidió su intervención profesional cuando lleguen los trámites de externarla.  Tomó el subte B para ir al microcentro y se dirigió al estudio donde se tramitaba la sucesión de la casa. Allí la joven abogada lo hizo atender por un viejo empleado de la escribanía. –Estamos esperando el informe del Registro de la Propiedad. Por lo que recuerdo esa casa fue siempre de los Passione y sus respectivas esposas-. Rodrigo anotó en un papel los nombres de los tres matrimonios anteriores. Severo y Etelvina, José y Alicia, Daniel y Margarita y el de los emigraron al exterior. En un café de Tribunales llamó a Patricia y le pidió encontrarse esa noche. Quería contarle lo sucedido desde que ocupó la casa y necesitaba compartir la ansiedad de traer a su madre a vivir con él. Al salir caminó por Corrientes visitando algunas librerías. El cielo estaba despejado y sonrió. Seguramente los albañiles pudieron realizar el trabajo del techo, pensó. Se bajó en la estación Dorrego del subte y caminó por el parque Los Andes para mirar el histórico complejo edilicio del año 1927 diseñado por el arquitecto Fermín Beretervide. Cuando llegó a la casa encontró un mail de Norberto  “José Passione era entonces el 10 de la reserva Atlanta y en un entrenamiento León Cohen le quebró la pierna después de una gambeta en la que José de gritó judío de mierda. Las malas lenguas del club dicen que en realidad León se había enterado que el 10 se acostaba con su novia”.
A la noche tuvo que esperar que Simón estuviera dormido para encontrase con Patricia. Conversaron hasta la medianoche en la cocina tomando café y comiendo unos bocaditos dulces que él había llevado y cariciándose.  Ahí supo que la pareja de ella la había abandonado cuando quedó embarazada, y que la casa que habitaba era de una amiga que se la prestada para que no sea ocupada ilegalmente.  A la mañana siguiente, después de recibir a Antonia, dejó a uno de los albañiles pintado y se llevó a Pedro a trabajar a Escobar. La charla con Patricia lo había puesto de pié. No solo pudieron hablar de sus sentimientos, sino de un incipiente compromiso. Ella al despedirse ella le había prometido ayudarlo con su madre. Al volver la casa olía a pintura fresca, abrió las ventanas y las puertas y salió al patio. Antonia le había dejado el sobre con las viejas fotografías sobre la mesada de la cocina. “Haciendo la limpieza encontré este sobre y se cayeron las fotos. Las miré sin querer cuando las guardaba y me dí cuenta que en una de ellas estaba mi abuela… Disculpe”.
encontré este sobre y se me cayeron las fotos. Las miré sin querer cuando las guardaba y me dí cuenta que en una de ellas estaba mi abuela… Disculpe”. Encendió un cigarrillo y salió para el boliche donde cenaba siempre con un cuaderno de dibujo. El mozo le recomendó el plato del día. Mientras esperaba el Revuelto Gramajo empezó a dibujar el nuevo diseño del piso superior. La escalera iría en el pequeño jardín de entrada, el dormitorio principal era para su madre, y el otro junto al patio lo ocuparía él. Arriba sería todo estudio y atención a los clientes. Esa noche durmió bien como si los fantasmas se fueran alejando en la medida que él tomaba decisiones. Por la mañana recibió el llamado de un cliente para una ampliación de la oficina en Puerto Madero. Pedro estaba en Escobar y Ramón, el otro albañil, llegó tarde. –Hay paro de trenes- dijo. Rodrigo tomó su portafolio y salio para a ver el nuevo trabajo. El día trascurrió entre idas y venidas, y la necesidad de encontrase con Patricia para ir a la cama. Finalmente llegó el viernes, el fin de la pintura, la cena con Santiago y el paseo con Patricia a una isla del Tigre. Habló con Antonia para pedirle información de su abuela y le entregó las fotos para que reconociera sus imágenes. Estuvo ocupado todo el día buscando presupuestos y cotizando trabajos. Pasó por su casa para cambiarse antes de ir a la cita. Se encontró con Patricia cuando subía al auto y aprovecharon para darse un beso. 
En la casa de Santiago estaba la vieja guardia del colegio: Norberto, Víctor y el Gallego. Hacía mucho que no se reunían y los problemas de Rodrigo los había convocado nuevamente. –La lectura de las cartas demuestran que fueron escritas en la década del 30. Las escritas por ella me dicen que es una mujer culta, seguramente maestra o profesora. Las de él también muestran a un tipo muy instruido y con poder. Ambos estaban perdidamente enamorados y sufrían no poder estar juntos. El hecho que las encontraras juntas me dicen que ella vivía en esa casa y que él prefirió devolverlas por temor a ser descubierto- dijo Santiago. –Yo busque en los archivos del club y descubrí que el tal Passione se convirtió en jefe de la barra brava. Su mujer lo abandonó y se fue a vivir al Uruguay dejando a sus hijos- aportó Norberto, socio vitalicio. -Años  más tarde José murió de una sobredosis y su hijo Daniel se recibió de médico.. -Te puedo averiguar de algún antecedente penal en la familia- dijo Víctor al que habían nombrado juez recientemente. El Gallego que era un importante empresario inmobiliario ofreció sus servicios sobre el tema. La cena terminó entre gracias, abrazos y buenos deseos. 
A Rodrigo le costó mucho conciliar el sueño. ¿Quién seria el amante de Etelvina? ¿Cómo habría reaccionado Severo? ¿José era el que golpeador de Alicia? ¿Y el médico? ¿Por qué se habría suicidado?. Esa noche los fantasmas lo visitaban adentro suyo. El sábado Antonia se le apreció con la abuela. –Lo ví tan preocupado que no podía esperar hasta el lunes y le traje a la abuela- dijo con una sonrisa. La anciana describió a cada uno de miembros de las fotos. La viejita que esta en la silla de ruedas es Etelvina, muy católica iba siempre a la parroquia de la Resurrección.  Tuvo un derrame en la cabeza después que su marido muriera quemado con el fuego de la chimenea. El de las muletas era José, le pegaba mucho a su mujer y los más jóvenes son el doctor, la Margarita que murió aquí mismo y los nenes.El doctor era muy querido en el barrio, después del hospital atendía gratis a los pacientes y a las chicas que quedaban embarazadas las operaba sin cobrarles nada. Rodrigo le agradeció mucho la visita y salió a caminar buscando la Parroquia de La Resurrección. La encontró a media  cuadra del Parque Los Andes. Aunque ya no creía en Dios entró a la iglesia y se inclinó en uno de sus bancos pensando en Etelvina y un cura. Después de todo los hechos se han perdido para siempre y solo quedan versiones que cada uno va reciclando mientras trascurre la vida, pensó.


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