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Jorge Castañeda
LA CARNICERIA
Jorge
Castañeda
Apuremos
la crónica como se bebe un vino áspero y fuerte. Penetremos en su ámbito y al
traspasar el umbral dejemos toda pudicia afuera. Si andamos imperativos el
chuletero tiene que ser para nosotros. Y si andamos con antojo de puchero la
falda, el rabo y la quijada o en su defecto el hueserío de caracú con carne. La
bandeja con las vísceras a las que Borges llamó la parte más innoble e inmunda
del animal son un manjar digno de los dioses del Olimpo.
¡Oh, la
profundidad de la entraña, la nobleza del corazón, la grosura interior de la
tripa gorda!!
Arriba la
ganchera con cuartos enteros, la ponderable rojez de las medias reses
dispuestas y orondas.
Abajo en
el piso con aserrín fino el cajón con los desperdicios, la untura del sebo, las
manchas de sangre…
En la
mesada sobre la cuadrícula blanca de los azulejos el matambre arrolado, la
nalga exuberante, el peceto señorial, la bola de lomo con toda su redondez y
contundencia, la pulpa charra, las chuquisuelas tentadoras, el lomo ya príncipe
y tierno, jugoso y selecto, y el asado en tiras ya patrón del mostrador y del
despacho. El carniza deja sus impresiones digitales y untuosas sobre la redonda
balanza de colgar, en la chaira agreste, en la sierra estridente, y ávida cuyo
ruido asusta a los niños, pero que troza los cortes impecables, en la picadora
donde prepara la carne picada para exhibirla en la aseada bandeja reina del
mostrador y en la otra donde los tendones de las patas son una tentación para
la gula incontenible. Mientras tanto la caja sonríe con el efectivo y la
libreta negra de anotar soporta con estoicismo el fiado más atroz y descarado.
¡Qué viva
el osobuco! ¡La riñonada nos llama! ¡Me da la palomita! ¡La tapa de asado tiene buena cara! ¡Mejor el corte americano! ¡Ah, las fúnebres morcillas con nuez, la fina
elongación de las salchichas parrilleras, la infantería nutrida de los
chorizos!!
Me llevo
la tortuguita para cortarla en filetes y guisarla, el vacío para las delicias
de la parrilla, carne rostizada y los bifes anchos para tirarlos en la plancha
de la cocina a leña para enojo y espanto de la patrona.
¿Y del
cogote, la carnaza y el garrón, qué me cuenta?
Si me
vende una cabeza hago la lengua a la vinagreta y asada me como los ojos para
ver mejor y las quijadas para las abundancias espartanas del puchero.
Delicia
oscura del hígado, trapecio irregular de la cuadrada, la pornografía del cuajo,
las curvas del chinchulín, la insoportable levedad de las mollejas y los sesos
infaltables para la raviolada del domingo.
Los
pollos adocenados, el mondongo para acompañar el guiso con porotos, el carré de
cerdo apetecible y sabroso, el cordero patagónico esperando el filo del asador.
El blanco
delantal ya rojizo de faenas, las manos pringosas de trajinar los cortes.
Don, ¿no
tiene carne para el perro? Por favor ¿Me
guarda los menudos para los gatos?
¡Traedlo
a Rembrandt para que pinte su “Buey desollado” que yo me lo como entero!
Carnicería,
quirófano de las reses, de ti salimos con la bolsa de los mandados repleta, los
incisivos preparados y los molares al acecho, mandíbula dispuesta.
No podrá
ser de otra manera, porque los argentinos, de carne somos.
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