Recuento del horror
Jorge M. Reverte
Una
exhaustiva investigación revela detalles de cómo Hitler y Stalin decidieron
exterminar a catorce millones de personas
En
septiembre de 1939, los ministros de Exteriores de la Alemania de Hitler y la
Unión Soviética de Stalin firmaron un pacto que establecía unas fronteras que
marcaban los límites de su reparto de una fracción de Europa: esa línea se
conoció por los nombres de sus firmantes: Mólotov-Ribbentrop.
Alrededor
de esa línea artificial, de carácter político, se cometió, entre 1932 y 1945,
el mayor de los crímenes de la historia de la humanidad: el exterminio intencionado,
fruto de un cálculo político, de catorce millones de personas. Una cifra que
resulta casi inconcebible por su magnitud, y que ha pasado desapercibida porque
no tenía nombre propio. No coincide con el Holocausto de los judíos, ni con el
genocidio de los armenios. Los asesinatos masivos decididos por Hitler y Stalin
en esa amplia zona, que incluye una parte de Polonia, Ucrania, Bielorrusia y
las Repúblicas Bálticas, tuvieron unas raíces fuertemente políticas, por encima
(o simultáneamente) de las motivaciones ideológicas raciales o nacionalistas
que se utilizaran, o bien se ocultaran, en cada caso.
Timothy
Snyder es uno de esos historiadores que cambian la perspectiva. No en vano ha
sido colaborador de Tony Judt, a quien debemos una historia de Europa que ha
removido viejos conceptos y nos ha permitido alcanzar un mejor conocimiento de
los fundamentos de lo que ahora conocemos por un continente democrático y
relativamente consolidado. En esa misma línea, Snyder trabaja ahora en
solitario en la preparación de una historia de la Europa oriental.
Snyder
se ha tomado el trabajo de romper algunos muros que nos impedían valorar una
buena parte del pasado reciente, y comprender, por tanto, importantes fenómenos
del presente que nos perturban. Antes de su investigación sobre lo que llama
"tierras de sangre", predominaban algunas explicaciones dominantes
que impedían acceder a fenómenos tan drásticos como las grandes matanzas. Una
de ellas era el Holocausto, que hizo que la atención de casi todo el mundo se fijara
en el mayor genocidio de todos los tiempos y obviara otros asuntos de gran
importancia. Otra, la propaganda de posguerra realizada por el eficiente
aparato estalinista, que arrojaba sobre los nazis toda la responsabilidad de
las atrocidades, dejando en un lugar menor las acciones masivas de los
soviéticos. A esa inteligente propaganda se sumó el eurocentrismo de las
potencias aliadas. La URSS había formado parte esencial de la entente que acabó
con el nazismo. Al acabar la guerra no parecía prudente para las potencias como
Inglaterra y Estados Unidos sacar a la luz las criminales acciones de Stalin.
La intelectualidad de izquierda de Francia y otros países se encargó del resto.
Y se aligeró el peso de la responsabilidad soviética.
O
es sólo el caso de las matanzas de Katyn, quizás el más célebre de los engaños
de la dirección comunista. Hay muchos otros acontecimientos de una enorme
atrocidad que cometieron Hitler y Stalin en esas tierras de sangre.
El
primero de ellos, sustancial para la tesis de Snyder sobre el carácter político
de las matanzas, fue la gran hambruna provocada por Stalin en Ucrania, con un
resultado de más de tres millones de muertos. Pero hay más, bastantes más, como
las matanzas étnicas provocadas por los nacionalistas ucranios contra civiles
polacos; o las matanzas posteriores de civiles ucranios por polacos. El caso de
Bielorrusia, atrapada entre las fuerzas nazis y las del Ejército de Stalin, es
escandalosamente desconocido. El diezmado de la población, judía y no judía,
fue de proporciones descomunales. Y para qué hablar de los más de tres millones
de prisioneros rusos que los ejércitos alemanes (o sea, la Wehrmacht, no sólo
las SS) dejaron morir de hambre y frío, a propósito, en campos rodeados de
alambradas y ametralladoras.
Hitler
y Stalin, apoyados por un aparato político que implicaba la colaboración de
muchos miles de sus conciudadanos, pergeñaron esas matanzas en función de sus
intereses económicos
La
lista es interminable, los números imposibles de concebir. Y el diagnóstico
aterrador: Hitler y Stalin, apoyados por un aparato político que implicaba la
colaboración de muchos miles de sus conciudadanos, pergeñaron esas matanzas en
función de sus intereses económicos (por tanto, políticos). Hitler quería hacer
desaparecer a la mayoría de los eslavos para convertir el Este de Europa en un
gigantesco productor de alimentos para Alemania. Stalin quería hacer
desaparecer el campesinado para convertir grandes territorios, como Ucrania, en
productores de alimentos para los obreros soviéticos, y también le sobraban los
campesinos. Las grandes matanzas no fueron pergeñadas por odiosos demonios
malignos, sino por modernos estadistas. Fueron obra de burócratas antes que de
sádicos. Y concitaron una enorme complicidad tanto en Rusia (más que en la
URSS) como en Alemania.
Posiblemente
el Holocausto fue el único de esos gigantescos crímenes que tuvo una base
ideológica, aunque no fue en principio concebido como un exterminio, sino como
el desplazamiento (con sus muertes necesarias incluidas) de todos los judíos a
Madagascar o al Este de la Unión Soviética.
Una
de las mayores monstruosidades de esa increíble etapa europea fue la cómplice
liquidación de Polonia entre Stalin y Hitler. Ambos coincidían en liquidar a
los polacos como pueblo. Para ello invadieron al unísono el país. Y su primer
empeño fue el de acabar con todos aquellos ciudadanos que tuvieran un mínimo
nivel de formación.
Las
políticas de memoria suelen ser selectivas, porque son, sobre todo, políticas.
De eso hay numerosos ejemplos vigentes hoy. Y España es un buen caso para
ilustrar el asunto. La Historia rigurosa y contrastada de los acontecimientos
es el único antídoto para librarse de ese mal de la memoria selectiva. El
problema es que suele tardar mucho en producirse.
Snyder
nos brinda uno de los mejores libros que se han producido en mucho tiempo para
que la Historia desplace a la memoria interesada (normalmente nacionalista). No
tiene la elegancia y la brillantez de Judt en su prosa, pero es más que un
digno epígono.
rusos que los
ejércitos alemanes (o sea, la Wehrmacht, no sólo las SS) dejaron morir de
hambre y frío, a propósito, en campos rodeados de alambradas y ametralladoras.
Hitler
y Stalin, apoyados por un aparato político que implicaba la colaboración de
muchos miles de sus conciudadanos, pergeñaron esas matanzas en función de sus
intereses económicos
La
lista es interminable, los números imposibles de concebir. Y el diagnóstico
aterrador: Hitler y Stalin, apoyados por un aparato político que implicaba la
colaboración de muchos miles de sus conciudadanos, pergeñaron esas matanzas en
función de sus intereses económicos (por tanto, políticos). Hitler quería hacer
desaparecer a la mayoría de los eslavos para convertir el Este de Europa en un
gigantesco productor de alimentos para Alemania. Stalin quería hacer
desaparecer el campesinado para convertir grandes territorios, como Ucrania, en
productores de alimentos para los obreros soviéticos, y también le sobraban los
campesinos. Las grandes matanzas no fueron pergeñadas por odiosos demonios
malignos, sino por modernos estadistas. Fueron obra de burócratas antes que de
sádicos. Y concitaron una enorme complicidad tanto en Rusia (más que en la
URSS) como en Alemania.
Posiblemente
el Holocausto fue el único de esos gigantescos crímenes que tuvo una base
ideológica, aunque no fue en principio concebido como un exterminio, sino como
el desplazamiento (con sus muertes necesarias incluidas) de todos los judíos a
Madagascar o al Este de la Unión Soviética.
Una
de las mayores monstruosidades de esa increíble etapa europea fue la cómplice
liquidación de Polonia entre Stalin y Hitler. Ambos coincidían en liquidar a
los polacos como pueblo. Para ello invadieron al unísono el país. Y su primer
empeño fue el de acabar con todos aquellos ciudadanos que tuvieran un mínimo
nivel de formación.
Las
políticas de memoria suelen ser selectivas, porque son, sobre todo, políticas.
De eso hay numerosos ejemplos vigentes hoy. Y España es un buen caso para
ilustrar el asunto. La Historia rigurosa y contrastada de los acontecimientos
es el único antídoto para librarse de ese mal de la memoria selectiva. El
problema es que suele tardar mucho en producirse.
Snyder
nos brinda uno de los mejores libros que se han producido en mucho tiempo para
que la Historia desplace a la memoria interesada (normalmente nacionalista). No
tiene la elegancia y la brillantez de Judt en su prosa, pero es más que un
digno epígono.
Tierras
de sangre. Europa entre Hitler y Stalin
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