Cuentos breves Sergio Borao Llop
Táctica
Durante
siglos, se aplicaron a la quema indiscriminada de libros, laboriosa e
inútilmente.
Más tarde
cortarían la lengua a los vencidos, para que no pudiesen transmitir la
filosofía de su raza a las generaciones venideras.
Prohibieron
el ejercicio de las artes, enemigo mortal de la ignorancia.
Cansados
de soluciones parciales e ineficaces, optaron por celebrar un congreso. Después
de intensos debates, según cuentan las crónicas de la época, decidieron aplicar
la estrategia del caballo de Troya.
Así,
desde el oscuro palpitar de las entrañas, fueron asesinando la cultura.
Té para tres
-Sé lo de
Antonio- dijo Elena mientras removía el humeante líquido.
Roberto
dejó la cucharilla sobre la mesa y se llevó la taza a los labios. No parecía
sorprendido.
Sin
apresurarse, quizá meditando una respuesta, apuró el té. Solía tomarlo así, muy
caliente.
-¿Te lo
dijo él?
-Sí.
Anoche.
Sólo al
percibir la extraña mirada de su esposa, comprendió lo que se ocultaba tras sus
palabras.
-No
teníais que haberos molestado- dijo, señalando la taza vacía. - Yo también
tengo una sorpresa.
Después
de un largo silencio, añadió:
-Soy
seropositivo.
Proyecto uno
Desconcertado,
consultó otra vez los planos. Había revisado el proyecto de arriba a abajo un
sinfín de veces sin encontrar el menor fallo en él. Sin embargo, ahora que ya
todo estaba en marcha, no cabía la menor duda: Algo había salido mal, pero se
le escapaba qué pudiera ser. Corregir el error se le antojaba imposible; la
mera admisión del mismo resultaría nefasta para su carrera. Así las cosas, no
vio más que una solución. Mandó llamar al subdirector. Al hablar, fue tajante:
-Hay que
poner en marcha el plan B. De inmediato.
El
subdirector asintió sumisamente, adoptó la forma de serpiente con la que el
mundo habría de recordarle y partió a cumplir su misión.
Así fue
como Eva y Adán creyeron ser expulsados de un paraíso que jamás existió. Para
que la ilusión fuese perfecta, hizo falta sembrar la semilla de la culpa y la
desconfianza en sus corazones vírgenes. Después, el escriba oficial, siguiendo
al pie de la letra las instrucciones recibidas, según es costumbre en los
escribas oficiales, redactó una edificante historia repleta de tentaciones y
manzanas.
Blanca
Me
ocurrió algo extraño.
En mi
bandeja de entrada apareció un correo que me llamó la atención.
Procedí a
examinarlo. Decía: “Acabo de leer algo tuyo y te he reconocido. Nunca nos hemos
visto, pero hace tiempo que te andaba buscando.” Venía firmado por Blanca.
Como es
natural, el escueto mensaje despertó mi curiosidad. Previsiblemente, respondí:“También yo te espero hace tiempo.”
Su
respuesta llegó al día siguiente: Un lugar y una hora. Era muy lejos, tuve que
conducir toda la noche.
Cuando
llegué al sitio, ella ya estaba allí. Un insignificante error de latitud nos
separaba: Yo me hallaba arriba del acantilado; ella, magnífica, aguardaba
abajo, entre las olas que rompían obstinadamente contra las rocas. Volé a su
encuentro.
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