Cuentos breves David Slodky
Suya
Cuando
la vio, supo que era ella. Sigilosamente, amorosamente, día tras día, fue
creando la trama. Una a una esquivó sus descortesías, venció sus resistencias.
Cuando ya se hizo imprescindible, cuando por fin le dijo que sí, que ella
también lo amaba, nunca más volvió a verla. La guardaría suya, pura, perfecta,
para siempre en su memoria, inmune al deterioro del tiempo y a la banalidad de
lo cotidiano.
El amor y la muerte
-¡No
se encariñen tanto con Boby, que después, cuando los perros se mueren, se sufre
muchísimo! -dijo la madre a sus pequeños hijos.
-Qué
tontería -dijo el de 7 años, mirándola-: es como decirnos que no te queramos a
vos, porque algún día te vas a morir.
La
madre calló, azorada.
Acarició
luego al perro.
Ceremonias
Es
terrible, sí, pero siento alivio… Su locura me exasperaba. Lavarse las manos 80
veces por día, levantarse 6 veces cada noche para asegurarse que la puerta esté
con llave, sus extrañas ceremonias con los fósforos antes de encender la
cocina… ¡Me era insoportable ya! Ayer se fue. Por un mes voy a dar dos vueltas
a la silla antes de sentarme, para asegurarme que no vuelva…
Fuga
de ideas en solo mayor
Tengo
miedo, no sé a qué, a todo, acá se viene, no sé qué viene, pero algo muy grande
viene, los nervios me están destruyendo, tengo la sensación de estar roto,
quebrado, temblando por dentro, tan blando por dentro, parece que fuera de
algodón, me miro al espejo, veo una persona, por zona, con ojos, con carne, con
huesos, sin afecto, soy un efecto, no efectúo nada, incumplo todo, todo me
pesa, pésame dios mío, me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido,
bandido, estoy blasfemando, blas fe mando, Pascal era un hombre de fe y de
mando y yo soy un pobre diablo, un diablo pobre, un diablo, ¡pobre!, mi cabeza,
por dios, mi cabeza, no para, tengo miedo, no sé a qué, a todo…
Despertar
Despertó
en medio de la noche. Algo había interrumpido su sueño.
En
el enorme cuarto donde en una cama dormían sus padres, en otra ella, y en otra
su hermano, la oscuridad más absoluta hacía imposible divisar nada.
Percibió
un rumor de voces quedas, y un extraño chirriar.
“¿Mami?
Siento voces…”.
El
susurro cesó, el rechinar se pasmó un instante y se detuvo.
“No,
hija, debe ser afuera.”
“Prenda
la luz, mamá.”
“Cortaron
la luz, dormíte, no pasa nada.”
“¿Cuándo
vuelve el papá?”
“El
sábado.”
“Mamá,
tengo miedo. ¿Puedo pasarme a su cama?”
“No.
Sos grandecita para esas macanas. ¡Y ya dormíte, chinita!”
Contuvo
la respiración, aguzando los oídos. Ya no escuchó nada. Recordó que entre sueños
había sentido esa voz odiosa, la del hombre que antes comía en casa, en la
pensión que daba su madre para trabajadores del pueblo sin familia. Ahora mamá
la mandaba a ella con una vianda al hospedaje donde el hombre vivía, y ella no
quería ir, y mamá la obligaba y el hombre le agradecía y a la niña le
desagradaba profundamente la voz del hombre, su mirada pegajosa.
¡Mañana
le diría a mamá que no la mande más, que hasta le hacía tener pesadillas!
A
punto de dormirse de nuevo, volvió a sobresaltarla el cadencioso chirriar.
Sintió que el corazón se le helaba.
“¿Mamá…?”
“¡Dormíte,
chinita ‘i mierda, que te vi’a dar un rebencazo! ¡Ya vas a ver cuando vuelva tu
papá!”
Ya
no se volvió a dormir, pero aguantó toda la noche la respiración y el sollozo y
el grito que le explotaban adentro. Con sus orejas espió todo. Y la oscuridad
del cuarto llenó su alma. Había despertado en la noche, había despertado para
siempre.
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