A las tres de la tarde
de un día de agosto
Hernán Garay
La
rutina grabada a lo largo de toda una vida en la milicia, lo ayudaba a llevar
adelante sus años, sus enfermedades y la creciente ceguera, que lo encerraba
cada día más en la oscuridad.
Temprano
ese día, comenzó su actividad. Pese al calor del agosto europeo, no dejó de ponerse
su pañuelo negro al cuello y su tapado de grandes solapas y de dos filas de
botones, que él mismo muchas veces remendó.
Ayudado
por su bastón y no por ello sin dificultad, comenzó su diario caminar hasta un
promontorio del cual podía observar el rugiente mar, aunque ahora poco lo podía
ver , pero eso no importaba.
Allí,
sentía el viento sobre su arrugado rostro y sobre su blanco cabello.
Ese
viento, le traía también entrañables sonidos de trompetas, de cascos de
caballos, de rugidos de cañones, de choques de sables y lanzas, en síntesis le
devolvía lo que había sido su vida, que ahora
se
le escapaba día a día.
Pasado
el mediodía regresó a la casa, se sentó en el sillón tan viejo como él y
comenzó a mirar el pequeño fuego que siempre estaba encendido.
Una
vez más los recuerdos comenzaron a acompañarlo.
Lentamente
su bravo corazón dejó de latir y la poca luz que había en sus ojos se apagó.
Se
vio extrañamente joven caminando con su uniforme azul, sintió el peso y el
ruido de su sable corvo colgado del cinturón a su izquierda.
Vio
a lo lejos una torre con un campanario, que creyó haber visto antes, y cerca de
ella a muchos soldados con uniformes de la patria tan lejana y querida.
Alguien
se adelantó cuya cara, reconoció.
Ese
muchacho, con una tonada fuertemente correntina le dijo:
Bienvenido
mi Teniente Coronel….. lo estábamos esperando
En
ese momento comprendió.
El
anciano militar, lo estrechó en un abrazo y al hacerlo tocó la espalda del
correntino y le dijo:
Todavía
está abierta esa herida
Es
mi orgullo…. fue la corta respuesta
Esa
mañana cuando fui a verlo y a agradecerle ya era tarde, se lo digo ahora muchas
gracias….. dijo el recién llegado.
El
agradecido soy yo, por haber podido cabalgar con usted hacia la gloria.
El
resto de los que allí estaban se acercaron a abrazarlo, vio allí muchas caras
muy queridas.
El
lugar que Dios tiene reservado para los soldados, a partir de ese momento fue
mejor, porque el Primer Soldado de América, el Capitán del Nuevo Mundo había
llegado.
En
un lugar del sur de Francia a las tres de la tarde de ese día de agosto un
reloj detuvo su andar.
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