domingo, 17 de abril de 2016

Adela Distéffano

                        Mi cobardía  Adela Distéffano

El rosal completo llamo a la tentación, al desorden y al castigo, mis manos sin dudarlo la tomaron del tallo y en un quiebre pudiente  la arrancaron.
La venganza del rosal fue repentina incrustando una espina sobre mi dedo índice.
Ligeramente un color púrpura se desprendía de un dolor inaguantable, la vulgaridad del corte era la existencia de la vida ya perdida. Las venas y arterias comenzaron su drenaje liberando en ello mis locuras, hoy vagarán por las calles libremente en gotas de sangre sobre el césped.
Apoyo mi dedo sobre los labios y una ligera gustación salada empaña mi vista con agravios. Tal vez rompa la angustia estremecida muriendo la quietud sobre el regazo.
Un conjuro de sangre y sentimientos se mezclan entre glóbulos, plaquetas,  alegrías y tristezas. Subsiste el daño que yo hice, y es la amnesia quien recorre la pequeñez de esta herida abierta.
La epidermis cansada de tantos apretones suaviza los sabores del pasado, los pétalos rojos desprenden de mi mano sentires encontrados.
Espinas que desangran por la llaga, lágrimas brotando por el suceso cobarde de esta niña. Me creí dueña de esta maravilla, por mi acto, una rosa se halla ahora agonizando con mi sangre vertida.
Soy un alma luchando por su espacio entre el cielo y la tierra, corpúsculos en suspensión, plaquetas y leucocitos fertilizaban la tierra, donde permanecíamos formando un espejo de fronteras alambradas.
La piel, reflujo de la ira y de las reglas, ceguera en las sombras que reclaman, desesperanzas y aventuras nuevas son el sosiego en la intriga que complace.
La coagulación culmina en este instante su cometido, espíritu de lucha inalcanzable. Un dedo sellado de nostalgia. Es un río de sangre espesa comenzando a  secarse.


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