La espera María A. Escobar
Sentía
como si una plancha de acero se hubiera instalado sobre su cabeza, Ese cielo plomizo, esa humedad que no era
lluvia sino que parecía brotar de las baldosas, de las paredes y goteaba de los
techos, hacía que sus articulaciones crujieran como una rama seca.
Suspiró
pensando que había que pasar un trapo en el piso, aunque no secara, pero, por
lo menos sacaría las huellas de zapatos embarrados y luego hacer un camino de
cartones que algunos ignorarían.
Estaba
viejo. Estaba cansado, pero seguiría trabajando en el bar porque esa era su casa, su verdadera casa. La otra,
la suya, era el silencio o el televisor y la soledad. Sobre todo la soledad
desde la muerte de Alcira. En el bar
había gente, algunos habitúes con los que podía hablar un rato, aunque cuando
Rodríguez instalara el plasma todos
parecían hipnotizados frente a la pantalla, sobre todo si había fútbol. Pero el
comentaba con la gente un gol fracasado, los aciertos de algunos
jugadores. Hablaba casi como un experto
aun cuando, en el fondo, le importaba un pito. Pero lo que sí le importaba era
la palmadita familiar conque algunos lo saludaban al retirarse a sus
casas. Entonces el sonreía con gratitud.
Cuando
hasta el último de los habitúes se había retirado, él comía un sánguche con un
vaso de vino. Rodríguez ya se había ido
con el dinero recaudado. El lavaba las copas, platos y cubiertos, limpiaba las
mesas y barría el piso. Al día siguiente
sólo tendría que baldear con desodorante y limpiar los vidrios. A las cuatro de la madrugada cerró todo y fue
caminando a su casa. Estaba muy cansado.
Estaba viejo, pero no se rendía. Los pies nadaban dentro de los zapatos y fue
lo primero que se sacó cuando traspuso la puerta. La casa era pequeña, aun para él solo; un
living comedor estrecho, una cocina donde solo entraba la heladera y el
dormitorio con una ventana que daba a una pared, la del vecino, al que nunca
veía porque sus horarios no coincidían, aunque algunas veces solía verlo en el bar, por la noche.
Se
desvistió y se metió en la ducha, dejando que el agua caliente cayera sobre la
cervical que estaba contracturada y le producía un dolor punzante que, a veces,
sentía que le llegaba a la cabeza. Tanto inclinarse “que va usted a servirse”,
doblado, servicial, como lo era la gente de su generación. Salió algo aliviado, fresco y, en
calzoncillos se metió en la cama algo deshecha. Ah, Dios, suspiró y casi
inmediatamente se quedó dormido.
A
la mañana siguiente baldeó y limpió los vidrios. Rodríguez aun no había llegado
y el ya tenía su saco blanco puesto. La gente llegaba más tarde, cerca de las
diez, sin embargo, temprano, llegó un hombre. No era de ahí, nunca había
estado. Aquel era un local de barrio y venía la gente del barrio. Pero ese
hombre no pertenecía al barrio.
Se
sentó en una mesa, cerca de la ventana. Estaba pálido y sin afeitar, el pelo
negro tirado hacia atrás con los dedos, su aspecto general dejaba mucho que
desear. No le gustaba nada, pero, de cualquier, manera se le acercó y, sin
inclinarse, le preguntó qué quería servirse. “una ginebra doble”, dijo y él
pensó “alcohólico”, seguramente le temblarían las manos hasta los primeros
tragos. Hijo de un alcohólico, odiaba a los adictos al trago. Sin embargo ahí
había muchos que se pasaban con la cerveza o el vino. No, no era eso, no sabía
porqué ese hombre no le gustaba. Con la ginebra en la mano éste clavó la vista
en la calle y así, inmóvil, permaneció largo rato. Pidió otra ginebra doble y
luego volvió la vista en un punto de la calle. Y así estuvo largo tiempo. Ya
habían llegado algunos habitúes a tomar el vermú del medio día y miraban con
discreción hacia la mesa en donde estaba el individuo. A la una y con el local
casi desierto el hombre dejó dinero en la mesa. Tambaleando, sacó un revólver
del bolsillo y se pegó un tiro en la sien. El local permaneció cerrado por dos
días. La policía retiró el cuerpo y él y Rodríguez debieron presentar declaración
en la comisaría. Para él era la primera vez que esto le ocurría y no hacía más
que pensar “yo sabía que había algo de ese tipo que no me gustaba”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario