Solidaridad Catalina Gutrejde
Subiendo
uno de los tantos cerros, dentro de una casilla precaria, un bracero apenas entibiaba.
Juana,
acostumbrada a las inclemencias del tiempo, no había vivido en sus cuarenta
años, algo semejante.
Las manos
surcadas por el frío abrazaban. Contenía a sus pequeños hijos con lo único que
tenía en cantidad: amor.
Pero esto
no bastaba; necesitaban más abrigo,
comida, agua. Acurrucados en el regazo de la madre, los niños le pedían
que les contara un cuento, ¡qué difícil se le hacía a Juana pensar en algo que
los distrajera!. El frío era cada vez mas intenso. De pronto se le ocurrió
algo: ¡vamos a bailar!, a ver, a ver…..
Encendió
varias velas, los niños la miraban asombrados, sabían que las pilas de la radio
estaban gastadas, pero la mamá comenzó a tararear una canción alegre. Los tomó
de las manos y comenzaron el más divertido de los bailes. Las risas se
intercalaban con el ladrido del perro.
Juana
tragaba sus lágrimas elevando un ruego.
Esa
noche, luego de tomar un mate cocido caliente durmieron más tranquilos.
El día
asomó, la mujer corrió a mirar el cielo, una línea celeste trataba de atravesar
la nube espesa.
Un
bocinazo le desvió la mirada, un camión se acercaba, de él bajaron dos
jovencitas llevando cajas muy grandes. Eran voluntarias; alumnas de un colegio
de la Ciudad.
No todo
estaba perdido ; tendrían lo suficiente como para pasar mucho tiempo sin padecimientos,
ya que no podía bajar a la ciudad a trabajar dejando a sus pequeños expuestos
al desconcierto de no saber cuando terminaría la lluvia de polvo que caía sobre
el lugar.
Esa
mañana el desayuno se convirtió en una fiesta, el chocolate caliente y los
pastelitos con dulce eran un deleite.
El rictus
de Juana se había transformado en una gran sonrisa. Sintió que mientras existieran
seres solidarios, no todo estaría perdido.
Renacía
la esperanza.
-Mamá,
¿porqué llorás?, preguntaron los niños.
Porque
también se llora de felicidad, - contestó Juana.
La
chimenea desprendió anillos de humo, prueba fehaciente de que el calor del
fuego y el amor protegería a éste humilde hogar.
Termino
una historia. Yo disfruté de una ciudad bendecida por la naturaleza, pero
también ví la pobreza de algunos barrios en lo alto de los cerros, y entiendo
por demás el sufrimiento que han tenido que sumar a la pobreza acostumbrada.
Pero como
todas las cosas, esta tristeza pasará, y Dios quiera que nunca más la gente
humilde deba padecer por la simple razón de ser pobres, y por siempre exista la
solidaridad y el amor.
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