domingo, 20 de diciembre de 2015

Liliana Isabel González



Casadelsol.com.ar Liliana Isabel González

Prefiero las afueras. Exiliada de lo conocido y de lo caminado, del ruido vacío que nos horada en la ciudad.
 Elegimos Puerto Madryn en su límite. Bisagra entre cuadras urbanizadas y otras donde la tierra nos recuerda un mismo origen.
 Calle Las Araucarias, donde el desarrollo no se decide a quedarse. Algo de humanidad pionera. Cerquita de la ruta vieja a Rawson. A punto de caerse del perímetro urbanizado.
 Encontramos una casa. La buscada. Casadelsol.
 El mensaje de la Cueva de las Manos llegó hasta ahí. La vida comunitaria aliada a la supervivencia. 
 Un director de teatro —hermano de Alejandra, la dueña— se atrevió a poner en escena lo que en el origen de la especie humana era la forma de vida.
 Un portón corredizo amarillo abre o cierra la intimidad gregaria.
 Árboles generosos. Manzanos,  perales, membrillos.
 Gallinas en el fondo. Un horno de barro. Un lavarropas antiguo. Un fogón grande y redondo.
 Una casa amarilla y naranja, y otras dos más.
 Un jardín de invierno propone una pileta de agua tibia, disponible para nadar el viaje interior en su cauce.   
 Alejandra, anfitriona. De estatura mediana, con el cabello largo y suelto nos dice: Chicos,  pueden ocupar toda la casa. Ustedes son los únicos en  estos días.
 Tienen todo para cocinar. Aceite, vinagre, sal. Lo que está es para usar. Lo que encuentren en la heladera: huevos, dulces caseros, leche, café, bebidas, todo pueden tomarlo.
 Aquí separamos la basura. Con los restos orgánicos hacemos compos. El papel no es bueno para eso. Les pido que lo pongan con los deshechos inorgánicos que están debajo de la pileta de la cocina.
 Una persona se encarga de la limpieza general; pero cada quien la mantiene.
 Si necesitan algo más estoy aquí siempre,  y señaló la otra casa.
 La  vida sencilla, esquiva consumos innecesarios y distribuye responsabilidades. Las cáscaras de hoy, la yerba mateada ayer,  abonan la tierra que nos alimenta, sin recreo.
 El interior de la casa amarilla y naranja es abierto, pero con límites.
 Varios cartelitos en imprenta, localizados con estrategia, nos recuerdan ser concientes con el uso del agua, ordenado y prolijo con cada “coleambiente” (ambientes colectivos).
 La biblioteca invita a leer, y aclara que sus habitantes disfrutan su permanencia en los estantes luego de ser leídos.
 El living rojo es atractivo.
 El sueño de Nora —pintura sobre la pared— la expone desnuda y feliz sobre un hombre negro, desnudo y sonriente.
 Quizá la vida colectiva descongela los contornos. Como los pioneros que se animan a poblar los bordes de las ciudades.
 Otra pintura pequeña nos recuerda el compromiso con la vida. En rojo y con dedo en alto, un hombre indignado reclama. Detrás de  él se recorta  la silueta de perfil de una mujer multiplicando  justicia y verdad.
 Cerca de uno de los dormitorios un hombre feliz protagoniza la última pintura. Aferrado al timón de un velero, nutrido de amor y compromiso social, vuelve del exilio dispuesto a navegar mares nuevos.
 El sueño del navegante es tal vez el mío. Lo encontré retratado.
 ¿Retornar del exilio elegido es posible al regreso de las vacaciones?



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