Casadelsol.com.ar Liliana Isabel González
Elegimos
Puerto Madryn en su límite. Bisagra entre cuadras urbanizadas y otras donde la
tierra nos recuerda un mismo origen.
Calle Las
Araucarias, donde el desarrollo no se decide a quedarse. Algo de humanidad
pionera. Cerquita de la ruta vieja a Rawson. A punto de caerse del perímetro
urbanizado.
Encontramos
una casa. La buscada. Casadelsol.
El
mensaje de la Cueva de las Manos llegó hasta ahí. La vida comunitaria aliada a
la supervivencia.
Un
director de teatro —hermano de Alejandra, la dueña— se atrevió a poner en escena
lo que en el origen de la especie humana era la forma de vida.
Un portón
corredizo amarillo abre o cierra la intimidad gregaria.
Árboles
generosos. Manzanos, perales,
membrillos.
Gallinas
en el fondo. Un horno de barro. Un lavarropas antiguo. Un fogón grande y redondo.
Una casa
amarilla y naranja, y otras dos más.
Un jardín
de invierno propone una pileta de agua tibia, disponible para nadar el viaje
interior en su cauce.
Alejandra,
anfitriona. De estatura mediana, con el cabello largo y suelto nos dice:
Chicos, pueden ocupar toda la casa.
Ustedes son los únicos en estos días.
Tienen
todo para cocinar. Aceite, vinagre, sal. Lo que está es para usar. Lo que encuentren
en la heladera: huevos, dulces caseros, leche, café, bebidas, todo pueden
tomarlo.
Aquí
separamos la basura. Con los restos orgánicos hacemos compos. El papel no es
bueno para eso. Les pido que lo pongan con los deshechos inorgánicos que están
debajo de la pileta de la cocina.
Una
persona se encarga de la limpieza general; pero cada quien la mantiene.
Si
necesitan algo más estoy aquí siempre, y
señaló la otra casa.
La vida sencilla, esquiva consumos innecesarios
y distribuye responsabilidades. Las cáscaras de hoy, la yerba mateada
ayer, abonan la tierra que nos alimenta,
sin recreo.
El
interior de la casa amarilla y naranja es abierto, pero con límites.
Varios
cartelitos en imprenta, localizados con estrategia, nos recuerdan ser
concientes con el uso del agua, ordenado y prolijo con cada “coleambiente”
(ambientes colectivos).
La biblioteca
invita a leer, y aclara que sus habitantes disfrutan su permanencia en los
estantes luego de ser leídos.
El living
rojo es atractivo.
El sueño
de Nora —pintura sobre la pared— la expone desnuda y feliz sobre un hombre
negro, desnudo y sonriente.
Quizá la
vida colectiva descongela los contornos. Como los pioneros que se animan a
poblar los bordes de las ciudades.
Otra
pintura pequeña nos recuerda el compromiso con la vida. En rojo y con dedo en
alto, un hombre indignado reclama. Detrás de
él se recorta la silueta de
perfil de una mujer multiplicando
justicia y verdad.
Cerca de
uno de los dormitorios un hombre feliz protagoniza la última pintura. Aferrado
al timón de un velero, nutrido de amor y compromiso social, vuelve del exilio
dispuesto a navegar mares nuevos.
El sueño
del navegante es tal vez el mío. Lo encontré retratado.
¿Retornar
del exilio elegido es posible al regreso de las vacaciones?
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