domingo, 18 de enero de 2015

María Alicia Escobar


Crisantemos amarillos  
                                          María Alicia Escobar


Ahí estaban, en la mejor de mis macetas de barro, como dicen que debe ser, eran cinco soles de un amarillo fulgurante, color que Van Goh amaba, color de la luz, color de la vida que aún alumbra el planeta. Hacía tiempo que la maceta esperaba ser ocupada por algo que estuviera a la altura de su contorneada, rústica belleza.

Con mi bicicleta en la mano yo caminaba mirando, con todo el tiempo del mundo, el que me dan mis setenta años, aprendiendo que el tiempo es oro, no para devorarlo en múltiples quehaceres -sino para degustarlo lentamente, como una golosina que una hace girar dentro de la boca sin apuro, para que no se acabe demasiado pronto como ahora siento que se me va deslizando la vida.
Ufa, dirán mis amigas fóbicas. Ufa, pero si mañana es pascuas y compraremos roscas y huevos y comeremos pescado, algo que escasamente hacemos el resto del año, sí, mañana es pascuas y hay que estar feliz (feliz como unas pascuas, se dice aquí.). Seguramente vendrán algunos. Otros no. siempre es así. Los que hace mucho plantamos, por decir así, ya no están en la maceta.
 Con mi bicicleta aún en la mano sigo mirando vidrieras aunque no compre nada. Solo los crisantemos que pasean conmigo en el canasto de ésta. De repente, él por no mirar, llevo por delante un niño que va de la mano de su madre. El niño llora.  La madre me increpa.  Estoy desolada, no sé qué hacer. Pido perdón, perdón, perdón. Finalmente el niño solo se calma cuando lo acerco, tomándolo de la mano, a un kiosco cargado de huevos de pascua. Le pregunto qué  quiere que le compre. Sorbiéndose los mocos me señala el huevo más grande de todos los ahí expuestos. Abro el monedero y saco hasta el último centavo y le compro el huevo. 
 El y la madre se van contentos,  no era para tanto después de todo, pero el perdón es caro. Muy caro si lo sabré yo que hice la primera comunión.  Pero aquí están los crisantemos más costosos de mi vida.  Amarillos, fulgurantes como el oro de una corona de reina.

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