Muerte Daniel Alarcón Osorio
El odio y el resentimiento
le habían hecho mucho daño y ya una úlcera gástrica lo tenía amenazado con
reventar si no cambiaba de pensamientos y hacía ejercicio, le indicó el médico,
confirmado por el especialista y sugerido por amigos que no sabían de su secreto
padecimiento.
Su imagen la tenía grabada,
marcada en la sien y en silencio pronunciaba su nombre de forma ya inconsciente
sin ni siquiera soñarla.
Tenía pesadillas despierto
con sólo recordarla. En una madrugada urdió el plan para matarla.
No le quedaba otra. De lo
contrario, quedaría burlado y su ego quedaría herido emocionalmente y quería
curarse.
La llamó varias veces a su
teléfono hasta que le respondió.
Educadamente la saludó y la
invitó a reunirse en un lugar que ella conocía muy bien (Nais) y se sintiera
segura y no sospechara nada.
Llegó primero, quería seguir
mostrando sus finas y atentas maneras de caballero, cuestión que siempre
apreció y halagaba ella.
Se vieron a la cara y se
buscaron los ojos para mirarse, ver más allá qué significado tenía el estar
frente a frente a escasos centímetros y pulgadas de ser uno solo; pero se encontraban
separados por muchas y ambiguas razones que el amor no comprende a veces cuando
se cierran los niveles de comprensión y de tolerancia y los caprichos son la absurda
respuesta emocional que se brinda.
¡Hola!
¡Hola!
Se dijeron.
¿Cómo ha estado? Muy bien,
gracias. Con deseos de verla de nuevo. ¡Muchas gracias!
La otra vez le llamé pero lo
sentí muy enojado. ¿Estaba en una reunión? ¿Por qué me contestó así? Malo. Feo.
Ninguna otra expresión de alegría aunque el tono de su voz y la sonrisa quería
indicarle que también se alegraba de verlo, de tenerlo casi cerca de ella al
tiro de sus brazos y posibles caricias de fuego.
Quería decirle tantas cosas,
mejor llamó para que les tomaran la orden. Un refresco de fresas con leche que
tanto le gustaba, y un desayuno cubano y guardar la línea, prefiero dijo ella
con sonrisa de complicidad de la persona que atendía el pedido, gracias.
Mientras siguió midiendo el
terreno y analizando la situación y encontrar el momentito adecuado para
consumar su asesinato.
Ya vuelvo le dijo ella.
Regresó contenta a la mesa
donde se encontraban reunidos.
Degustaron cada quien
mientras sus miradas se cruzaban sin recelo, con picardía en ella; con rencor
en él, pero lo estaba disimulando muy bien. Lo estaba haciendo mejor que un
actor de esas horribles telenovelas mexicanas de televisión.
Al tener el ángulo adecuado
de acción, ella le expresó ¿por qué se levanta? Me asusta. Disculpe, no es mi
intención hacerlo, pero no se sentó.
Fue cuando se aproximó a
ella. La sujetó sin violencia y la besó con pasión y dulzura en la boca y se
marchó.
La mató de otra manera. Con
amor.
Ahora es pastor y la
venganza mata el alma y la envenena. Además, se predica con el sagrado ejemplo,
ya que son mejores las venganzas dulces y así su úlcera cicatriza más rápido.
Publicado en revista virtual Con voz Propia.
1 comentario:
Interesante reflexión, recuerdo haberla publicado en la revista con voz propia allá por junio de 2010. Gracias por compartirla.
Saludos
Analía Pascaner
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